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La dictadura escolar

Juan F. Martín del Castillo 5 de marzo de 2019
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Puede existir una dictadura sin tirano? Es más, ¿puede haber una tiranía sin percatarse de ella? Sí y, de hecho, la respuesta a las dos preguntas es una y la misma. Ha ocurrido en España a lo largo de más de 30 años, que se dice pronto, y con el beneplácito de todos los sectores implicados menos uno. Más adelante, iluminaremos quién es este colectivo que, yendo a contracorriente, ha sido el único que no ha participado de este juego malicioso, aunque lo paradójico del caso es que es su principal víctima, dejando a un lado a otro numeroso colectivo, que vendría a ser el agente sobre el cual se han desarrollado buena parte de las políticas de esta tiranía.

La dictadura en la escuela comenzó a finales de los 80 del siglo pasado y continúa hoy. Lo más sorprendente es que no se repare en ella, que se asuma como lo más normal del mundo, como si, de un modo espontáneo, hubiera que aceptarla. En una analogía inversa, se trataría de un pecado original, pero del que nadie parece querer redimirse. Ni siquiera en los medios de comunicación –de la esfera universitaria ni hablo– se llega a cuestionar, no sólo la existencia, sino la posibilidad de la misma. Es como la famosa metáfora del pez y el agua, puesto que tan interiorizada la tiene que le resulta enormemente complicado dar razones de su hábitat. Así es la dictadura escolar, un reflejo del que todos participan, una ilusión compartida que anula el juicio y la inteligencia. Tal es el grado de imbricación con lo educativo que no se entiende ni por lo más remoto que haya una alternativa real.

En un principio, un colectivo fue el que se opuso a la fuerza tiránica en la escuela. Este colectivo ha sido y sigue siendo el profesorado que, entre atónito e indignado, asiste a cómo la Educación, de una manera progresiva y casi sin remisión, pierde su horizonte de significado. Por otra parte, la enseñanza ha quedado reducida a un esqueleto, una sombra de lo que en otro tiempo llegó a ser. Por supuesto, la tiranía ha silenciado cualquier opinión contraria a sus propósitos, marginando al disidente o incitando a su defenestración social. Fenómeno harto peculiar y digno de estudio el que un sector, el gremio docente, claramente representativo en su ámbito, sea continuamente relegado por el discurso oficial. Por ahora, y que uno sepa, no se ha emprendido esta importante tarea. Ojalá se haga algún día, sobre todo, para comprender el cruel sometimiento que ha experimentado una parte significativa de la realidad de la enseñanza.

La dictadura en la escuela comenzó a finales de los 80 del siglo pasado y continúa hoy. Lo más sorprendente es que no se repare en ella, que se asuma como lo más normal del mundo, como si hubiera que aceptarla

Pero, ¿quién está detrás de esta dictadura escolar? Una amalgama de instancias, aunque todas tienen algo en común, un nexo que apunta a una relación de necesidad entre ellas. Me refiero a un modelo de política educativa tan nefasto como aparentemente libre de sospecha. En suma, un modelo ineficaz, obsoleto y fracasado por la práctica docente. La llamada comprehensive school, traducida a nuestra lengua como la “escuela comprensiva”, es la que lleva las riendas de la Educación desde que algunos grupos de las vanguardias pedagógicas unieron sus intereses a los de determinadas opciones ideológicas, las mismas con las que parecen identificarse hasta el extremo de que, cuando se habla de unas, en cierto modo se alude a la otras, en una suerte de simbiosis letal.

Esta comunidad de motivos e intereses logró que la Educación girara en un sentido absoluto y modificara su rumbo hasta el presente. Por más que los indicadores internacionales alerten de la insuficiencia del modelo, por más que las cifras del fracaso escolar revelen una vergüenza, por más que la escuela sufra del sectarismo de los postulantes de un sistema quebrado, la realidad es que persiste. Y la única explicación convincente, ante las pruebas abrumadoras en su contra, es la pervivencia de una tiranía impuesta desde lo más alto y sostenida por las voces sacerdotales de unos individuos que actúan como un frente de censura y control de cuantos pugnan por un cambio de modelo.

Finalmente, los perjudicados por el sectarismo y el adoctrinamiento, los que ignoran el mal que se les provoca justo al entrar en las aulas y los que deberían ser el centro de una verdadera revolución educativa, los olvidados del sistema, nuestros alumnos, viven a diario un sinsentido que, en vez de ser percibido como tal, se pondera contrariamente como un bien. Para ellos son mis últimas palabras: ha llegado la hora, es el momento de levantar la mano y hacerse oír. La oportunidad que tanto se ha hecho de rogar y que no se puede aplazar más. Por extraño que resulte, los profesores irán alegremente en vuestra compañía porque el objetivo es el mismo. Como siempre, la revolución comienza en aquellos que la sufren directamente.

Por vosotros y por nosotros, por el futuro de todos, ya estamos tardando, ¡abajo la dictadura escolar!

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