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Screen Wars, cómo y dónde deben verse las películas

Carmen Guaita
Maestra y escritora
15 de febrero de 2016
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Soy maestra y veo las películas en clase, proyectadas en una pizarra digital. Y cuando la película comienza, en la clase oscura y sin palomitas, yo dejo entornado un hilo de luz para ver la cara de los niños. Y mi película es el rostro asombrado, risueño, emocionado, de los niños y niñas de 8 años cuando descubren a Charlie Chaplin en Luces de la Ciudad. Delante de mis ojos, una película muda, en blanco y negro y rodada hace 100 años se convierte en un ahora. Los niños de 3º son Charlie también: inseguros, algo patosos ante el mundo que están descubriendo, tramposos y nobles, generosos y en lucha por su propio espacio en el patio de recreo, en casa y en el aula.

Y en la clase de 6º, con los que tienen 10 años, dejo entornada la luz para contemplar en sus rostros el viaje moral de Marlon Brando en La ley del silencio. Porque esos matones de la película se parecen a los de su barrio y cuando Marlon se les enfrenta es como si ellos vencieran al que les hace bullying. Entienden esa película, entienden sus valores, su ritmo, su pathos, a sus protagonistas. No es más violenta que los dibujos animados y, a cambio, es profunda y totalmente humana.

En las aulas de los adolescentes, me gusta compartir la emoción por Barbarroja, de Akira Kurosawa, con su choque entre los sueños y la realidad, y su poesía que tan bien comprenden los adolescentes. ¿Una película en japonés, de tres horas y en blanco y negro? Sí; ¿por qué no? Para el verdadero Arte no hay menú infantil.

Los tres filmes que he mencionado me cuestan bromas del tipo «Eh, profe, gran noticia. Ya existen las películas en color». En realidad son obras de arte, mi obligación como profesora es mostrárselas en la certeza de que, al finalizar el encuentro con ellas conocerán cosas de ellos mismos que antes no sabían.

Sí al cine en el aula, siempre. Pero no por su poder formador, ni siquiera informador, sino por su fuerza evocadora. Porque una buena película es una experiencia personal, individual. Por eso no creo en el cine-forum ni en condicionar la elección del filme al mensaje que se quiere transmitir. Luces de la ciudad, La ley del silencio y Barbarroja, pero también Cantando bajo la lluvia o Territorio Comanche, nos cuentan el viaje moral de sus protagonistas. Ese es el viaje de la vida, el que yo misma estoy haciendo, al que debo invitar a mis alumnos, pero siempre desde lo que el mensaje de la obra de arte les diga a ellos.

A través de cada protagonista, el cine les invita a llegar a su protagonismo. Recorriendo Nueva York o Tokyo recorren su interior. Y ahí están sus contradicciones, sus desengaños y su esperanza. Ellos son personas plenas que viven un momento concreto que se llama infancia. Tienen mucho que decir y que decirse a sí mismos.

Sí al cine en el aula. Siempre. Sí a acercar a los niños el Séptimo Arte, las grandes obras, las leyendas, y a dejar que les digan cosas como nos las dicen a nosotros.

Me gusta mucho ser espectadora de ese diálogo. Por eso, cuando mis alumnos miran el cine, yo los miro a ellos.

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