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Un pequeño gran tesoro

Martes, 25 de abril de 2017
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En la última década se ha producido un auge en la innovación docente basada en el uso de juegos en el aula –conocidos como juegos serios, del término inglés serious games–. En esta misma línea surge el término gamificación, herencia directa del vocablo inglés gamification, y otras expresiones relacionadas con esta misma idea: game based learning, gameful learning, game-like learning, gameful design o game building, etc. De hecho, el número de publicaciones relacionadas con esta temática ha crecido vertiginosamente en los últimos años.

Los peques llevan en sus manos, cuando entran por primera vez en nuestras clases, un pequeño gran tesoro. Un tesoro que nos confían, a sus profesores, igual que se lo confían a sus padres, para que cuidemos, protejamos y alimentemos. Un tesoro para nuestra sociedad. Pero también, y sobre todo, un tesoro, el más valioso y preciado, para ellos.

Un tesoro delicado, esquivo a la vez que generoso. Poderoso y fascinante, pero también frágil y caprichoso.

Y en ocasiones, en muchas ocasiones, en demasiadas ocasiones, este tesoro se estravía. Se pierde. Se traspapela. O peor aún… se confunde con otro, se sustituye por un ominoso sucedáneo, y se niega su valor o incluso su propia existencia.

Profesores, padres, escuelas, institutos… Fallamos en nuestro cometido y nos demostramos indignos de la responsabilidad depositada en nuestras manos.

Vivimos en un mundo de abundancia, donde la tecnología y una enorme capacidad productiva satisfacen todas nuestras necesidades con una cada vez menor dedicación por nuestra parte, cargando máquinas, robots y sistemas automatizados con el peso y el esfuerzo principal de nuestra industria. Mundo que es a la vez un mundo de obligada eficiencia, con recursos naturales finitos y crisis medioambiental permanente. En un mundo así, el trabajo humano es cada vez menos necesario, y el tiempo de las personas pasa poco a poco a dedicarse al cuidado de uno mismo, al cuidado de los demás, y también, a la actividad que más propia es a nuestra especie: la creación de conocimiento.

Enseñar y aprender. La panacea en una sociedad con un modelo laboral en colapso, en paralelo con el colapso del modelo de crecimiento económico. La Educación no contamina (o no contamina mucho), y todos podemos ser alumnos y maestros. Y lo que podemos aprender, crece cada día (a un ritmo de crecimiento exponencial, por cierto).

En nuestro contradictorio mundo de abundancia y austeridad, en el que por supuesto no hemos renunciado a ser felices, nos vemos irremisiblemente condenados a aprender durante toda nuestra vida. No solo por exigencias de la ocupación de turno (sea laboral o no), que nos va a requerir sí o sí una continua actualicación de nuestros conocimientos, sino por el mero derecho a nuestro propio bienestar, ahora que ya sabemos que la felicidad es un camino y no un estado, y qué mejor camino que el aprendizaje y la creación de conocimiento, uno que podemos recorrer hasta el último día de nuestras vidas.

Pero para crear, hay que amar. Y para crear conocimiento, hay que amar el conocimiento. Pero en nuestras aulas, en nombre del todopoderoso futuro (profesional y económico), asesinamos sin piedad las ganas de aprender de nuestros alumnos. Pan para hoy y hambre para mañana. Confundimos el mapa con el territorio. El conocimiento concreto por el amor a saber. Y privamos irresponsablemente a nuestros alumnos de su mayor tesoro: las enormes ganas de descubrir que tenían cuando por primera vez atravesaron el umbral de nuestra aula.

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