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Tres primeras veces

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Primera. Él (soy yo) está en la terraza mirando la calle. Una tarde de cielo azul. El mundo pasa ahí abajo. Al lado, su madre. Ella y él. Él y ella. Solos. Así son los recuerdos, seleccionan y aíslan para hacerse fuertes y perpetuar en la memoria. Una tarde de primeros de septiembre, justo cuando tantas cosas comienzan y otras tantas acaban. Algo preocupa a la madre. Él nota su sombra cercana, su cercanía asombrada. El lunes será mi primer día de colegio. Y tiene miedo. Mi madre tiene miedo. Lloraré, claro, como más tarde lo harán también mis hijos. Porque la historia siempre se repite. Temida e irremediablemente. Y el miedo es una fuerza indestructible. El miedo es superior a nosotros y a la Historia. En el aula me rodean los compañeros que no paran de cantar. Están contentos esos niños. Mi malestar no remite pero a ellos les da exactamente lo mismo, continúan cantando. Aprendo la indiferencia de los otros. La vida que sigue sin mí.

Segunda. Ahora es el escritor Manuel Vilas. Lo cuenta en su última novela, Alegría. Primeros días de colegio. Allí descubre maravillado que hay cientos de seres humanos parecidos a él. En un momento dado, el maestro tiene que ausentarse de la clase y elige a un alumno para que la “cuide”. El alumno beneficiado resplandece de orgullo. Vilas-niño se pregunta por qué  no habrá sido él el elegido. El compañero seleccionado escribe el nombre de Vilas en la pizarra –le acusa arbitrariamente de haber hablado– pero lo escribe con be. “Cuando vi mi apellido escrito con be en vez de con uve me sentí humillado y herido (…). Yo, que era un dios para mi madre, me vi allí tratado como una cosa sin importancia, como un bulto, como un cuerpo, como un fardo inexpresivo y ridículo. Fue el día más triste de mi infancia, el más sombrío, el más terrorífico”.

El miedo es superior a nosotros y a la Historia. En el aula me rodean los compañeros que no paran de cantar. Están contentos esos niños

El tercer protagonista es Joan Margarit, reciente premio Cervantes. El episodio es narrado en sus memorias Para tener casa hay que ganar la guerra. El que más adelante sería catedrático en la Escuela de Arquitectura de Barcelona acude de la mano de su abuela en su primer día de colegio, confiado. Aprende pronto a leer y a escribir aunque esto –según el propio autor– no es lo que más le importa. “Lo importante –escribe– es que me he encontrado con la hostilidad de los otros (…). Nunca el efecto liberador del conocimiento estará para mí en los lugares donde se imparte o se conserva. El único conocimiento válido es el que habré buscado en solitario…”.

 

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