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La improvisación (elogio)

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Tiene ciertamente mala fama el verbo improvisar. No en vano y según el diccionario de la RAE es “hacer algo de pronto, sin estudio ni preparación”: una chapuza. Sin embargo, improvisar no está al alcance de cualquiera. Ojalá. Lo relativamente fácil –por ejemplo– es preparar una clase e impartirla al día siguiente. Saber atender los intereses imprevistos del alumnado y darles cauce instructivo es sin duda mucho más difícil y complicado, una capacidad solo al alcance de los buenos maestros y fruto exclusivo de horas infinitas de estudio y trabajo en las aulas. Deberían ser ejemplos y sin embargo tales conductas suelen ser estigmatizadas y tachadas de mala praxis imponiéndose la mediocridad de la técnica.

Estamos de acuerdo en que la burocracia y los protocolos constituyen los cimientos de las sociedades democráticas, que por lo mismo son tan virtuosamente aburridas. En la caótica selva no caben las formas, allí todo es imprevisible e impera la ley del más fuerte. Pero también se puede morir de éxito cuando las puertas acotan y dominan el campo. Un excesivo control asfixia la libertad individual de pensar y actuar. La reglamentación abrumadora aniquila al individuo acosado por una vida llena de procesos predeterminados donde se persigue y castiga la más mínima improvisación.

Estamos de acuerdo en que la burocracia y los protocolos constituyen los cimientos de las sociedades democráticas, que por lo mismo son tan virtuosamente aburridas

Las engorrosas tareas burocráticas y las variopintas ocupaciones en que se ven inmensos los docentes a diario, descentra su atención provocando un desajuste en sus principales objetivos y funciones. No caben –como decimos– espacios ni tiempos para la improvisación. La experiencia vital es de acotamiento y tabulación. No hay realidad por nimia que sea exenta de control y disposición organizativa. Este miedo a la falta de la directriz oportuna hace que el celo programático extienda sus límites hasta zonas donde antes cabía cierto grado de libertad, y la rigidez sistémica no favorece ninguna posibilidad al margen del estereotipo. Así es francamente difícil llegar a ningún resultado fructífero. Cunde el repliegue personal.

Improvisar, por contra, es salirse del camino trazado, de ahí su carácter peyorativo. El niño del cuento de Andersen, atreviéndose a decir que el rey va desnudo, improvisa una mirada nueva y diferente. Como la risa, la improvisación tiene una enorme capacidad para deslegitimar y poner en duda lo establecido, descubrir otros ángulos inéditos, visiones y cauces alternativos.

Si el lenguaje utilizado en cada época refleja las formas de pensar y actuar de sus hablantes, expresiones muy usadas hoy como dar una vuelta para referirse a un asunto o problema que conviene repasar, o estar en modo tal o cual, empleada para señalar ciertos automatismos de la conducta al igual que su similar haber entrado en bucle, estarían connotando un estado de cosas muy cuadriculado y predecible, no apto para la improvisación creativa. Radiografían el predominio de la agenda en detrimento de la fantasía y sus gramáticas.

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