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Insidiosa complacencia

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Salvando los diferentes campos de acción y las semánticas respectivas –a veces tan difusas y similares– al observador atento no se le escapará la debilidad fronteriza que separa la política de la pedagogía. Rebasados los límites, el pedagogo se convierte en político y el político en pedagogo. En muchas ocasiones oímos decir que alguien no ha sabido transmitir bien las ideas, esto es, que le ha faltado pedagogía. En este sentido, los portavoces son verdaderos artífices, nos dan clases magistrales.

La pandemia está dejando claro el enorme poder con el que cuentan los gobiernos para organizar la vida de la gente. Cuando cunde el miedo, el repliegue y la obediencia vienen de suyo. Predomina la seguridad sobre la libertad. El problema surge al asimilar ciertos hábitos y hacerlos naturales. No sabemos a ciencia cierta hasta qué punto las medidas de confinamiento son objetivamente justificables. Lo que sí parece obvio es que desde la política se tiende a desconfiar de los ciudadanos y se los infantiliza. No desean que salgamos de nuestras zonas de desarrollo próximas.

Conocer, sin embargo, requiere de la libertad, es decir, de la verdad. Los bulos tan abundantes esos días embotan nuestras mentes y nos impiden pensar de forma adecuada. Por ello éste puede ser un momento extraordinario para reivindicar desde la escuela el poder del conocimiento, un conocimiento poderoso.

Lo que sí parece obvio es que desde la política se tiende a desconfiar de los ciudadanos y se los infantiliza

Porque la escuela no debe ser un parque de atracciones. Desde la primera página de su último libro, Gregorio Luri nos advierte de una evidencia que no a todos les apetece confirmar: la devaluación del conocimiento está afectando sobre todo a los alumnos más desfavorecidos y es la causa principal de las desigualdades que la pandemia ha sacado a flote. “Los pobres –escribe– se merecen una escuela ambiciosa que no aspire simplemente a entretenerlos”.

Desde esta escuela ambiciosa, las diferencias entre alumnos –consecuencia de la diversidad de contextos familiares– pueden ser compensadas. Pero esto pasa necesariamente por el esfuerzo y el rigor, “por no caer en la trampa insidiosa de la complacencia”.

Luri se mira en el espejo de su biografía con el único objetivo de no engañarse y de no engañar a nadie. “Estudia para que puedas presentarte en cualquier sitio”, cuenta que le decía su madre. Y él se reafirma en el conocimiento como baluarte para poder moverse con naturalidad por el mundo “sin tener que humillarse delante del poderoso ni engrandecerse delante del humilde”. Luri retira las veladuras, las sombras y los sesgos. Y de manera natural, apelando al sentido común, nos señala que el rey va desnudo. Un libro sin florituras, basado en datos y argumentos; respetuoso pero inapelable: la escuela no es un parque de atracciones.

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