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Los espejos de Celaá

Juan Francisco Martín del Castillo
Doctor en Historia y profesor de Filosofía
12 de mayo de 2020
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© RAMAN MAISEI

Marisé Condé, escritora antillana camino de convertirse en candidata perpetua al Nobel, en un libro tierno y entrañable, como lo pueda ser uno que lleva por título Corazón que ríe, corazón que llora (1999), nos describe cómo fue su infancia en la Francia de ultramar, en las islas del Caribe y, más concretamente, en Guadalupe, lugar de belleza inimaginable, pero en el que también había disputas por ver quién era mejor patriota, quién hablaba mejor la lengua de Balzac. Sobre todo, cuando sus padres, a los que acompañaba como la benjamina de la familia, se desplazaban a París, la metrópolis en todos los sentidos. Por un instante, y sin pretenderlo, nos pone en situación de comprender lo que sentían y pensaban aquellos hijos talentosos de las colonias de la antigua Grecia, en la que Atenas simbolizaba, a una misma vez, lo ausente y el sueño por conseguir. París, Madrid en el caso de nuestra protagonista, la ministra Celaá, es el culmen de una vida, el anhelo de un continuado esfuerzo y la recompensa a un compromiso.

Hoy, la señora Celaá pasará a la historia como la “ministra del aprobado general”, así sin más. Y no sé si ella o, quizás, sus familiares han calibrado lo que esto significa. Por una parte, como catedrática que fue de Lenguas Modernas (Inglés), desconfío del hecho de que le prive tal honor, si se pudieran calificar de este modo sus decisiones. Por mucho que haya sido el tiempo transcurrido desde las últimas clases impartidas, cuando se mire al espejo, no creo que se reconozca. Es más, todavía adivino en su mirada el sesgo profesional, puesto que, a estas alturas, es incluso muy capaz de hacer callar al que tiene delante con un simple giro de la cabeza. Tampoco llego a imaginar que, en la soledad del despacho, se atreva a desdecir a la joven que en su día preparó con esmero e ilusión las oposiciones para asegurarse un futuro. Ni mucho menos creo que, cuando todo esto pase, resista el espejo de toda una vida. Ni ella ni su familia.

"Como compañero de profesión, me apena que una vida entregada a la enseñanza, al desvelo por la mejora de la educación, se vea truncada justo en su final, cuando parecía haber alcanzado la cima"

De origen vasco, acunada en la cultura del valor del trabajo y la responsabilidad, con las decisiones que ha tomado, especialmente las plasmadas en la definitiva orden ministerial que contradice una ley orgánica del estado (la famosa Lomce), que se dice pronto, ha roto en mil pedazos el esfuerzo acumulado en una trayectoria impecable, aquel sueño de convertirse en una profesional reconocida por su mérito y talento. Al igual que en la obra de Condé, la señora Celaá quiere hablar un buen español, el mejor posible. La antillana, al principio de su obra, refiere, entre orgullosa y extrañada, el que los parisinos se sorprendieran con su exquisita pronunciación, su manejo de la lengua gala, pese a su origen remoto. Celaá, por su parte, reniega de la enseñanza online, prefiere, en todo caso, la “enseñanza a distancia”, que es como debe ser. Un detalle, apenas una simpleza, pero que nos da cuenta de su carácter y afán por la corrección. Lo que haría una buena profesora, y no da igual que fuera de Inglés, porque la tentación de emplear vocablos importados del mundo anglosajón es muy poderosa. Sin embargo, el espejo en el que se mira y remira ya no le devuelve el mismo semblante que años atrás.

Como compañero de profesión, me apena que una vida entregada a la enseñanza, al desvelo por la mejora de la Educación, se vea truncada justo en su final, cuando parecía haber alcanzado la cima. En realidad, más que una dejación de funciones, evidente a todas luces, es una traición a lo que fue su vocación. Y esto le debe doler en lo más hondo de su ser, puesto que la docencia no es sólo un trabajo, es algo más. Se la ve luchar, incluso contra sí misma, queriendo exponer a la opinión pública que lo suyo no es un aprobado general, sino una respuesta excepcional. Con todo, es difícil luchar contra la imagen del espejo, porque, por mucho que sea el interés en negar la realidad, ahí sigue. Lo siento por ella, pero lo siento aún más por tantos profesionales de la enseñanza que ven como, quien debe garantizar su seguridad jurídica, la somete al albur de las circunstancias. Pero, sobre todo, me entristezco por los alumnos, a los que apela insistentemente y a los que también utiliza como escudo de su proceder, ya que el mensaje que les dirige es justo el contrario al que defendía en sus clases, aquellas en las que ponderaba el esfuerzo y el mérito.

Lo siento por ella, pero lo siento aún más por tantos profesionales de la enseñanza que ven como, quien debe garantizar su seguridad jurídica, la somete al albur de las circunstancias

Malos tiempos para la docencia y para la rectitud moral. Pese a su avanzada edad, Condé sigue ejerciendo el magisterio y no ha perdido ni un ápice de aquella dignidad ganada en las aulas de su niñez. Al mirarse en el espejo, ni por asomo los años restan brillo a su ejemplo y entrega. Si Celaá hiciera lo mismo no sé si soportaría la figura que se alzaría ante ella. Condé, por fin, entendió el anhelo de sus padres, el patriotismo de los negros de Guadalupe; Celaá, por el contrario, lo ha despilfarrado hasta llegar a traicionarlo. Como decía Epicuro, los niños son los “espejos de la naturaleza”, la imagen del bien, mientras que algunos adultos lo son de la vergüenza.

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