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Estoy contigo

Jorge Burgueño
Escritor y maestro
2 de junio de 2020
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No existe una medida concreta para calibrar el nivel de sufrimiento. No resulta fácil enfrentarse a una pérdida para un adulto, tampoco lo es para los niños. Y, aunque físicamente más pequeños, las emociones y sentimientos que experimentan son igual o mayores que las vividas por un adulto. La pérdida de un padre, una abuela, un hermano, es una experiencia de dolor y es natural sentir una tristeza profunda, ya que, de un día para otro, la persona querida no volverá. El sufrimiento está insondablemente unido al amor, tal y como expresaba el poeta Pedro Salinas: “Oh dolor, la última forma de amar”.

Nuestra tarea con los menores en esta situación es acompañar a esos corazones rotos, permaneciendo a su lado. No se trata solamente de tratar de explicar lo que sucede, necesitan a alguien, una mano, un abrazo, sentir que estamos con ellos. Recuerdo una ocasión en la que tuve que acompañar a un alumno cuyo padre falleció durante ese curso. No necesitaba que le dijera nada, ni que le explicara el proceso por el que estaba pasando; simplemente quería que alguien estuviera a su lado cuando, en medio de una clase, se echaba a llorar sin motivo aparente. Salíamos del aula y paseábamos juntos, soltando alguna palabra de vez en cuando, pero simplemente caminábamos sin rumbo fijo.

No existen recetas universales para acompañar el duelo, cada caso es distinto, cada niño un mundo. Lo que sí es importante es no transformarlo en un tabú, porque podría derivar en una constante evasiva del dolor, y el sufrimiento es inevitable en esta vida. Por tanto, es importante estar dispuesto a responder las preguntas que tengan sin evasivas, con coherencia y claridad y ofreciendo confianza, aunque en alguna ocasión haya que reconocer con sinceridad que no conocemos la respuesta.

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