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El verdadero rostro de las cosas

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La posibilidad real abierta por la pandemia de flexibilizar horarios y asignaturas, así como la mezcla heterogénea de grupos de distintas edades y niveles académicos como medidas extraordinarias dictadas por las comunidades con el fin de asegurar a menor coste la reducción de la ratio y por ende la salud de los niños, sería tachado de revolucionario si no fuera precisamente eso, instrucciones administrativas como consecuencia de una situación social crítica comprometida.

Las opciones que se abren, sin embargo, son inmensas: la oportunidad esperada y demandada por muchos movimientos renovadores para intentar hacer una escuela diferente. Sin duda no será fácil. Entraña un fuerte componente creativo, imaginativo y comprometido. Y a esto, por desgracia, no está acostumbrada la escuela. Pero parece obligado atreverse porque quizá no sea ésta –por otra parte– más que la única forma de sacudirse el marasmo existencial que nos circunda y transitar otras rutas en tiempos de incertidumbre. Si el hombre es lo que la educación hace de él, la esperanza debería ser el objetivo principal de la escuela del siglo XXI.

José Antonio Marina habla de la escuela Diplodocus, de rígida estructura, deficitaria a la hora de imaginar y probar otras manera de enseñar y aprender. Emilio Lledó, por ejemplo, viene criticando desde hace tiempo lo que él denomina sistema “asignaturesco”, los manuales escolares a modo de compartimentos estancos que impiden el libre pensar.

José Antonio Marina habla de la escuela Diplodocus, de rígida estructura, deficitaria a la hora de imaginar y probar otras manera de enseñar y aprender

Se dan ahora las circunstancias para romper moldes y crear nuevas rutinas escolares que sustituyan a las desaparecidas y garanticen una educación de calidad donde el conocimiento sea la llave de las oportunidades, el crecimiento y la emancipación personal.

Suele decirse que en educación hay muchas cosas que influyen poco en los resultados y pocas cosas que influyen mucho. Habría que centrarse en lo esencial, en las actividades que nos ayuden a desarrollar las capacidades indispensables. No hacen falta grandes ideas sino fórmulas sencillas. Un número pequeño de prioridades bien establecidas supone un gran impacto en la mejora de resultados. Esto tiene que ver con las rutinas escolares de las que hablamos. Leer y escribir, aprender a expresarse de forma oral y a escuchar e interpretar lo que se nos quiere decir.

Cuenta Montaigne en sus Ensayos que el rey Darío preguntó a algunos griegos por cuánto aceptarían adoptar la costumbre de los indios de comerse a sus padres fallecidos por considerar no poder darles sepultura más favorable que dentro de ellos mismos. Le respondieron lógicamente que no lo harían por nada del mundo. Pero cuando intentó también persuadir a los indios a renunciar a su costumbre funeraria y adoptar la de Grecia, que consistía en quemar los cadáveres de los padres, quedaron horrorizados.

Todos actuamos así –dice Montaigne–, pues el uso nos hurta el verdadero rostro de las cosas.

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