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No hay virus que mate la ilusión de los niños

Israel Berna
Maestro tuitero
5 de octubre de 2020
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Llevamos ya casi un mes en las aulas y si echamos la vista atrás podríamos preguntarnos ¿cómo es posible que nos haya cambiado la vida tanto en tan poco tiempo? Quién iba decir que íbamos a comenzar un nuevo curso escolar de esta forma: familias apelotonados en las puertas de los colegios dejándose la vista tras las vallas; maestros elevados al rango de coordinadores Covid; mascarillas de todos los tipos y colores; profes “desgallitados” con altavoces comprados en Amazon por culpa de estas; ventanas abiertas a todo lo que dan y muchos, muchos protocolos. Todo eso mezclado con la ansiedad propia de esta era post-Covid: padres que tienen que ir a trabajar y que les entra el tembleque cada vez que tienen que poner el termómetro a sus hijos por si dan positivo; centros de salud absolutamente saturados; aulas y niños en cuarentena… en fin, que nos encontramos en un buen guirigay, eso nadie lo puede negar.

Ahora bien, quiero dejar a un lado todas estas cuestiones y quisiera centrarme en un aspecto que no sé si le estamos otorgando la suficiente relevancia. En un artículo anterior comentaba que, si bien los niños no tenían muchas ganas de volver a los colegios, es cierto que a medida que llegaba el momento de volver a las escuelas, estos entraron con más ilusiones que nunca, deseosos de encontrarse con sus amigos, saludarles, convivir…aunque fueran con las dichosas mascarillas, los geles hidroalcohólicos, las toallitas desinfectantes o los termómetros pistoleros. Si bien es cierto que el virus es tan real como la vida misma, no es menos real la ilusión de nuestros hijos por superar cualquier obstáculo que se cruce en su camino.  La disciplina que están mostrando los niños, el autocontrol, la capacidad de asumir con “normalidad” la situación que estamos viviendo es realmente alucinante. Una ilusión que contagia y que como maestro me anima a dar lo mejor de mi mismo, aunque tenga miedo, aunque no sepa muy bien a dónde nos dirigimos. Su alegría, su esperanza, sus ganas de vivir son un regalo que hemos de cuidar como el mayor tesoro… el mayor regalo. ¡Qué gran lección nos están dando, querido lector! ¿Quedamos a las 20 para aplaudirles?

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