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Principio de seducción

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A pesar de vivir instalados desde hace tiempo en el imperio del homo videns, mal que pese continuamos pensando con palabras que arman conceptos amplificadores de nuestro conocimiento. Sin embargo, se tiene la sensación de que nos hemos precipitado en la liquidación de las dinámicas tradicionales de enseñanza. Lo dice Lipovetsky en su último libro, Gustar y emocionar. Se han cometido excesos. Del sólido autoritarismo y la férrea disciplina decimonónica pasamos a los métodos activos –líquidos– de la Escuela Nueva para terminar arribando (¿naufragando?) en las gaseosas emociones como eje vertebrador de todo proceso de enseñanza- aprendizaje.

En el citado libro, Lipovetsky defiende una posición ecléctica: “aprender no es jugar”, afirma. “La adquisición de los saberes abstractos y cultivados exigen necesariamente esfuerzos perseverantes, disciplina intelectual, repetición y ejercicios muchas veces latosos (…). Por tal motivo, la escuela no debe alinearse con los principios seductivos que operan en la sociedad (…). La época nos exige una nueva síntesis que deberá tomar de los métodos directivos del pasado lo que era positivo y combinarlo con lo mejor de los métodos atractivos actuales”.

Lo cierto es que la enseñanza ha quedado en buena parte pervertida por la dominación de lo que el sociólogo francés llama principio de seducción. Aquí sitúa la causa de la derrota del pensamiento, del descenso general de los niveles académicos que condena a las nuevas generaciones a la incultura y la pobreza cognitiva. Se ha acentuado sobre todo la distancia existente entre los alumnos con los mejores resultados y los que obtienen los resultados más mediocres. Las innovaciones no han reducido las desigualdades ni han compensado la influencia del entorno de procedencia de los alumnos.

Lo cierto es que la enseñanza ha quedado en buena parte pervertida por la dominación de lo que el sociólogo francés llama principio de seducción

Si en el siglo XX fueron las pedagogías activas las que marcaron el acontecer diario de las escuelas, ahora el nuevo becerro de oro son las tecnologías digitales, que proponen una vez más el sueño encantado de una educación sin esfuerzo ni aburrimiento. Abundan, no obstante, los estudios que advierten de su impacto negativo. Según Nicholas Carr (¿Google nos hace estúpidos?), la lectura zapping en la red pone en peligro nuestra facultad de concentración y atención profunda, nos sumerge en un estado permanente de distracción que conduce a un pensamiento superficial y al declive de las capacidades intelectuales. “Sin subestimar estos aspectos –afirma Lipovetsky–, no hay, sin embargo, una base para negar los beneficios que los medios digitales pueden aportar al proceso educativo”.

No es, pues, el momento de las alternativas radicales que polaricen las visiones y dividan. Si los efectos nocivos de la Educación moderna resultan innegables, los beneficios –tanto públicos como privados– también lo son. La violencia política y social es menor, los jóvenes actuales son más desinhibidos, presentan menos prejuicios, son más abiertos y curiosos. El modelo pedagógico seductivo no debe erradicarse por completo –nos dice Lipovetsky–, sino que debe redirigirse y reorganizarse. Entre el aburrimiento autoritario y el principio de seducción se abre una tercera vía, una que no rechaza todo lo que suena a tradición y que al mismo tiempo pone freno a los excesos seductores del laisser-faire, las nuevas tecnologías y el placer inmediato de las emociones.

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