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Scott Hartley: “Las empresas tecnológicas demandan cada vez más competencias de letras”

El autor e inversor norteamericano, antiguo empleado de Google y Facebook, desmonta en su obra la mentira que traza claras líneas divisorias entre ámbitos de conocimiento.
Rodrigo SantodomingoLunes, 19 de abril de 2021
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Scott Hartley es cofundador de una empresa de capital riesgo. S. H.

En su título original, Menos tech y más Platón (LIDeditorial) se sirve de dos términos que su autor, Scott Hartley, escuchó por primera vez cuando estudió en la Universidad de Stanford. Según el estereotipo, los fuzzies (humanidades, ciencias sociales, literatura) divagan en torno a cuestiones peregrinas de escaso impacto económico. Y los techies (ciencia y tecnología) crean riqueza a raudales, pero a sus mentes analíticas escapan los misterios del ser humano. Charlamos con Hartley sobre la mentira de este supuesto antagonismo. En la Educación y en el trabajo, no hay frontera clara que delimite ambos mundos.

Pregunta. No conocía el término ‘fuzzie’, que significa algo así como borroso o disperso. ¿No son ahora más ‘fuzzies’ precisamente aquellos sometidos a altas dosis de tecnología?
Respuesta. —Quizá, pero lo importante es que se trata de una falsa dicotomía. Lo que intento reflejar en el libro es que las grandes innovaciones combinan ambos lados. Para mí ha sido de gran influencia una conferencia que pronunció en 1959 Charles Percy Snow [físico y novelista inglés]. Abogó en Cambridge por que los poetas entendieran la termodonámica y los biólogos leyeran a Shakespeare.

Su libro ofrece una lectura actualizada de esa teórica oposición entre ámbitos de conocimiento que arrastramos históricamente.
—El debate actual (si hay que poner en los currículos más filosofía o más STEM, este tipo de preguntas) aborda las mismas cuestiones sobre las que llevamos hablando siglos. En el mundo de hoy –el de la inteligencia artificial, el machine learning, la robótica– se hace quizá más necesario que nunca recordar que la tecnología que resuelve problemas humanos es aquella contextualizada en la historia, la que comprende la naturaleza y las necesidades humanas. Que las nuevas generaciones aprendan lenguajes de programación no es suficiente. Hay que ir más allá.

“Las dudas iniciales de los fundadores de YouTube enraizaban, en esencia, con grandes cuestiones filosóficas”

Usted mismo ha vivido a caballo entre los dos mundos.
—Estudié filosofía política, historia, literatura… y llevo más de 15 años trabajando en entornos tecnológicos, donde muchas mentes geniales han sabido combinar lo mejor de ambas esferas. Steve Jobs, sin ir más lejos, que siempre dijo haber partido desde la intersección entre tecnología y artes liberales [liberal arts, que incluye el arte propiamente, pero también las humanidades, así como las ciencias sociales y naturales].

Ha intentando aclarar el malentendido que nos hace imaginar a los Jobs, Zuckerberg etc como obsesos tecnológicos que no ven más allá de bits y bytes. Y así contradecir a los agoreros que insisten en que estudiar ciertas carreras no sirve para nada.
—La gente tiende a pensar de forma muy lineal. Ya sabe, si estudias Ingeniería Mecánica, serás toda tu vida ingeniero mecánico; si estudias Filosofía o Literatura, serás, como mucho, profesor de Filosofía o Literatura. Y como no hay muchas plazas de profesor, mejor estudia otra cosa. Cuando uno mira dentro de las grandes empresas tecnológicas –como Google, donde empecé a trabajar tras graduarme en Stanford– el panorama es bien distinto. Mi familia y amigos me preguntaban: “¿Qué haces en Google? No eres informático ni ingeniero ni nada parecido”. Y yo tenía que aclararlo continuamente: “Más de la mitad de la gente que trabaja en Google son pensadores inteligentes que han estudiado toda clase de cosas”.

La importancia de abordar la tecnología con una perspectiva humanista procede, en gran medida, de los múltiples dilemas morales que su uso plantea.
—En sus inicios, los creadores de YouTube mantuvieron profundas conversaciones sobre la condición humana. ¿La gente es buena o mala? ¿Subirán los usuarios contenido éticamente aceptable? ¿O utilizarán la plataforma para mostrar vídeos que atentan contra la dignidad de las personas? ¿Inclinamos la balanza hacia una libertad de expresión casi absoluta o instauramos un sistema de control autoritario? Las preguntas iniciales en su puesta en marcha enraizaban, en esencia, con grandes cuestiones filosóficas. En esas conversaciones se citaba a Kant, Rousseau, [John] Stuart Mill…

“Herramientas como el Big Data pueden impedir que hagamos las preguntas adecuadas”

Contratan las empresas tecnológicas a psicólogos, sociólogos o filósofos para hacer su oferta más humanizada? ¿O más bien para entender mejor la mente, nuestros deseos e impulsos, y así poder manipularnos mejor?
—Pienso que su objetivo es resolver cuantos más problemas humanos mejor. Y no creo que sean especialmente perversas o retorcidas. Es cierto que algunos modelos de negocio plantean dudas, con su foco extremo en la atención, su énfasis en capturar nuestro tiempo y jugar con nuestras emociones. Pero esto no hace sino reforzar la importancia de que los alumnos desarrollen su capacidad crítica, su escepticismo, la idea de que no existe una verdad absoluta. Competencias básicas para poder preguntarse, por ejemplo, qué hay detrás de ese titular tan llamativo o de esa función tan personalizada en tal o cual aplicación. Y esas competencias se desarrollan especialmente en las asignaturas de letras.

Más allá de la dicotomía letras/ciencias, el trasfondo de su obra descansa sobre una preocupación constante desde la Revolución Industrial: cómo lograr que el progreso tecnológico no deshumanice nuestras vidas.
—En la Sociedad del Conocimiento, la respuesta a esa pregunta debe surgir de una certeza: información no equivale a conocimiento, a sabiduría. Herramientas como el Big Data son útiles, pero también traen mucho ruido, y este puede distorsionar nuestra capacidad de hacer las preguntas adecuadas. En esas transferencias máquina-humano, pienso que en gran parte de los trabajos del futuro prevalecerá el factor humano. Piense en la robotización de los trabajos más rutinarios, que permite a los trabajadores desarrollar competencias realmente humanas. Ante la automatización de las tareas, nuestra ventaja competitiva laboral es, precisamente, ser más humanos. Es decir, más creativos, comunicativos, colaborativos, empáticos.

En el campo educativo, algunas voces anuncian una disminución de la importancia del profesor y de la escuela como lugar físico. En tiempos de aprendizaje remoto obligado, dichas visiones han ganado protagonismo.
—Nunca he dado mucha credibilidad a este tipo de planteamientos. Por una simple cuestión de eficiencia. Hay valores vinculados al aprendizaje –la motivación sin ir más lejos– que precisan de interacción humana. Uno también puede interactuar por Zoom, pero nunca será lo mismo.

“La posible manipulación de las empresas tecnológicas aumenta la necesidad de un pensamiento crítico humanista”

Currículum vitae

  • Palo Alto High School. Nacido en Colorado (EEUU), Scott Hartley pasó su adolescencia en California, donde acudió al Palo Alto High School, pionero de la innovación tecnológica y uno de los centros públicos más prestigiosos del país. Allí tuvo como profesora a Esther Wojcicki, reconocida internacionalmente por su metodología híbrida basada en proyectos.
  • Stanford y Columbia. Estudió Ciencias Políticas en la Universidad de Stanford y un MBA en la Universidad de Columbia.
  • Google y Facebook. Tras trabajar en Google y Facebook, dio un giró a su carrera para convertirse en autor y periodista (Financial Times, Forbes), y cofundar una empresa de capital riesgo.
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