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"Mi madre me dio un salvavidas para mi autoestima"

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Es la superestrella de la psiquiatría española. La voz a la que todos recurren para intentar entender los más oscuros entresijos de la mente. En su último libro, La Autoestima (Editorial Espasa), Luis Rojas Marcos recuerda una infancia y adolescencia llenas de altibajos emocionales. Con catorce años suspendió cinco de ocho. Rojas Marcos habló para PADRES desde su despacho en Nueva York.

Autor: RODRIGO SANTOMINGO

P. Cuenta en La Autoestima que le expulsaron de dos colegios, que era un niño tremendamente travieso. Nosotros recibimos a diario peticiones de ayuda provenientes de familias con hijos que responden al mismo perfil. Es habitual que soliciten información sobre colegios internos, en muchos casos para niños de 7, 8 o 9 años. ¿Son una opción recomendable?
R.
No en niños menores de 15-16 años. También depende de la situación: si el niño está en un ambiente que le hace sufrir, entonces quizá su seguridad psicológica quede mejor protegida en un internado. Pero en general –y es algo que está muy demostrado en los estudios sobre el desarrollo de los seres humanos– hasta los 15, 16 o 17 años necesitamos las relaciones con nuestros padres. Sacar a un niño de casa a los 8, 9, 10 años no es recomendable a no ser que se le quiera proteger de males mayores.  

P. Habla de su madre como una especie de ángel salvador en los momentos más duros de su infancia. ¿Se entiende al Luis Rojas Marcos adulto sin su figura?
R.
Sí, y en otro sentido la de mi padre también fue fundamental. Él era una persona bastante autoritaria, con una idea muy clara del bien y del mal, de lo correcto y lo incorrecto. Un hombre que no se sentía cómodo en los grises, en la duda. Por el contrario mi madre se movía muy bien en ese mundo donde no hay extremos. Ambos tuvieron una influencia positiva, mi padre recurriendo más al miedo, la amenaza… Claro, hablamos de los años 40…

P. Probablemente no sabía educar de otra forma…
R.
Y educarme a mí no era fácil… (risas). No sabía hacerlo de otra forma y además era una época en la que se aceptaba la disciplina a ultranza y a todos los niveles. El autoritarismo no sólo estaba presente en el mundo político, también impregnaba los colegios, la familia, toda la sociedad.

P. ¿Y su madre era el contrapeso a esa concepción en exceso autoritaria de la educación?
R.
Ella me dio una aceptación emocional –a veces verbal y a veces no verbal, con gestos, sonrisas– que en esos momentos fue como un salvavidas para mi autoestima. A pesar de no tener estudios, y gracias a su inteligencia social y emocional, pudo captar que esa energía exagerada, impulsiva, molesta, se podía encauzar. En mi caso, dado que los deportes no eran lo mío, pensó que la música podía servir. Primero la guitarra y luego la batería, un instrumento muy adecuado para niños hiperactivos… Esto no sólo encauzó esa energía, sino que hizo que mejorara mi autoestima. Yo tocaba la guitarra y los amigos me decían “qué bien suena esto”: por fin estaba haciendo algo que era aceptado por la gente a mi alrededor.  

P. Recuerda con especial cariño a Doña Lolina, una profesora determinante para enmendar su hasta entonces errática trayectoria académica. ¿Considera que el mejor antídoto contra el fracaso escolar son los profesores irrendentos y vocacionales?
R.
El impacto de un profesor que perciba algo redimible, positivo, en un niño con problemas, y que además sea capaz de infundirle comprensión, incluso cariño, el impacto decía, es tremendo. Para que esto ocurra, a veces es importante considerar un cambio de colegio. Hay padres que se aferran a que el niño siga en el mismo colegio durante toda su educación, y puede ser que ese profesor que puede modificar las cosas no esté en ese colegio, que a lo mejor tiene muy buenos profesores, pero que quizá ya han tachado de “imposible” a ese niño conflictivo.

P. Y entonces todo comenzó a mejorar. Como un círculo vicioso pero a la inversa.
R.
Me animé, empecé a aprobar (con 14 años, de ocho asignaturas suspendí cinco) y comencé a recibir mensajes positivos de mi entorno. Es algo que se retroalimenta: consigo retos, mi entorno me lo reconoce, mejora mi autoestima…

P. Se refiere al cariño, el afecto y a disfrutar de un entorno seguro durante la infancia como auténticos pilares para construir un sano “concepto de uno mismo”. Parece que los padres tienen esto claro, pero muchos desatienden la otra cara de la moneda, esto es, poner límites claros, mostrarse firme cuando es necesario…   
R.
Un elemento muy importante para crear una buena valoración de nosotros mismos es lo que en psicología se llaman funciones ejecutivas, que son nuestra capacidad para autocontrolar comportamientos e impulsos, planificar nuestra vida, perseguir metas. Y son los padres los que tienen que enseñarnos esto poniendo límites, dando premios y castigos razonables, estableciendo reglas imprescindibles para disfrutar de la vida en sociedad. En mi opinión, lo que ocurre en España y no en otros países es que tantos años de dictadura han conseguido que muchos padres teman ser tildados de dictadores. No saben separar lo que es disciplina necesaria de autoritarismo.    

P. Afirma que en España existe “una tradicional tolerancia” hacia problemas como el fracaso escolar y la emancipación tardía, que esto no afecta demasiado a la autoestima de nuestros jóvenes y adolescentes. ¿Deberíamos aplicarnos más el “mal de muchos, consuelo de tontos”?
R.
Los seres humanos necesitamos ser comprensivos con nosotros mismos, buscar excusas y mecanismos de defensa para poder sobrellevar los fracasos, las humillaciones, las decepciones. Esto, claro, tiene sus límites. Yo no creo que en España abusemos de esos recursos, pero concretamente sobre estos dos temas hay una aceptación que en EEUU no existe. Comentarios como “sólo me han cateado dos”. O “la carrera son cinco años, pero yo la haré en ocho”. No se ve como algo tan grave…   

P. Asegura que la víctima del bullying corre el riesgo de sufrir miedo crónico y un sentimiento de indefensión que le acompañe toda la vida. En España hay estudios que aseguran que un 25% de escolares sufre acoso. Otros más fiables nunca lo cifran en más del 5%. Le invito a que lidie en la polémica… 
R.
Lo importante es definir qué es acoso, algo muy subjetivo. Yo considero que es un ataque continuado, organizado de alguna forma. No sé qué tipo de preguntas se hicieron en ese estudio del que habla.

P. Brevemente, el problema es que en la encuesta todo sumaba para medir el grado de acoso. Tener un mote por ejemplo, algo que creo nos ha ocurrido a todos.
R.
A mí me llamaban “gafitas cuatro ojos, capitán de los piojos”… ¿Me sentí acosado? No. ¿Me creó un trauma? No. En España el estudio del bullying es más o menos reciente. Y lo que pasa con fenómenos que empiezan a estudiarse es que se tiene a exagerar su incidencia, lo cual no es necesariamente negativo: a lo mejor hay que exagerar para que la gente se entere de que hay un problema y tome conciencia. Ahora, si lo que queremos es estudiarlo desde un punto de vista realista y científico para utilizar los datos que nos van a ayudar a poner remedio al problema, el exagerar no nos ayuda. 

P. Hace unos días ocurrió una nueva matanza de estudiantes en EEUU: más de 30 estudiantes muertos en la Universidad de Virginia. Aún sabemos poco sobre el responsable, pero ¿piensa que podría responder al perfil de un alumno que ha sufrido acoso?
R.
No me extrañaría. Por lo que parece fue una revancha… En los casos anteriores de asesinatos múltiples en colegios siempre ha habido un componente de acoso, con chicos que se han sentido marginados y humillados. No me extrañaría que, en este caso, parte de su odio haya sido alimentado por el ambiente del que estaba rodeado.

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