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Yvonne Laborda: "Viendo cómo una sociedad trata a los niños, vemos lo herida que aún está"

El pasado 3 de marzo se publicó 'Dar voz al niño', el último libro de Yvonne Laborda que enseña a conectar emocionalmente con los hijos conectando primero con la infancia propia de los padres.
Beatriz López IgualJueves, 24 de marzo de 2022
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Yvonne Laborda, madre, esposa, escritora y terapeuta humanista–holística.

Yvonne Laborda es madre, esposa, escritora y terapeuta humanista–holística. Imparte conferencias, charlas, talleres y cursos sobre Crianza Consciente, Educación Emocional y Crecimiento Personal.

¿Qué te motivó para escribir este libro?

–Siempre digo que tengo una visión, que finalmente he convertido en mi misión y propósito de vida, que es la convicción de que en una sola generación podemos cambiar y mejorar el mundo simplemente amando más y mejor a los niños de nuestra vida. Entonces me di cuenta, después de casi 30 años de práctica profesional, que lo que más nos impide poder amar o acompañar a nuestros hijos como legítimamente necesitan son nuestras propias vivencias de infancia. La Educación y crianza que recibimos, lo que nos faltó, etc.

Dar voz al niño se refiere no solo a dar voz a los niños de nuestra vida, saber qué necesitan, qué merecen, qué les falta… sino también dar voz a los niños que una vez fuimos. Porque haciendo esto podremos conectar con ese vacío de lo que nos faltó, y siempre digo que dar lo que no se tuvo, duele, pero dar lo que no se tuvo es posible y nos sana.

¿Consideras que la mayoría de personas adultas, al convertirse en padres, olvidan lo que sentían cuando eran niños?

–No es que lo olvidemos, es que lo hemos reprimido y anestesiado. Porque eso me hace sentir que no valgo y se traduce en problemas de autoestima, entonces no es que cuando somos padres nos olvidamos, nos olvidamos mucho antes, porque lo negamos. Pero eso, aunque se olvide desde la psique, se sigue manifestado a través de mí. Como terapeuta humanista mi especialidad es la influencia de nuestra infancia en los adultos que somos. Yo siempre digo que olvidar el niño que fuimos ayuda al niño a sobrevivir, pero olvidar no ayuda al adulto a sanar.

Olvidamos normalmente lo que fue traumático, el malestar, que quizás nuestros padres no nos pudieron dar lo que necesitábamos. Cuesta mucho aceptar que no recibimos lo que merecíamos porque nuestros padres estaban heridos, y que ellos tampoco lo habían recibido de nuestros abuelos. Lo que pasa es que cuando yo soy madre o padre se pone de manifiesto la verdad, y a veces la verdad duele. Es como que de una forma natural y espontánea nos sale castigar, amenazar, gritar y, en cambio, no nos sale de forma natural estar tranquilo, paciente, validar, estar presente. Eso nos demuestra de dónde venimos, que tenemos una sociedad que aún vive los estragos.

¿Realmente pensamos que un niño o un adolescente que fue escuchado, respetado, acompañado, sostenido… elegiría ser autoritario, castigar, gritar, pegar? Realmente no

¿Por qué cree que muchos padres optan por la mano dura y las limitaciones en la Educación de sus hijos?

–Muchos padres no eligen, simplemente repiten una generación más lo mismo que recibieron. Y yo me pregunto, ¿realmente pensamos que un niño o un adolescente que fue escuchado, respetado, acompañado, sostenido… elegiría ser autoritario, castigar, gritar, pegar? Realmente no. Solo repetimos patrones, perpetuamos lo que negamos. Educar desde el miedo y el poder hace que el adulto pueda seguir satisfaciendo sus propias necesidades pero no está conectando con las del niño, y lo que ocurre es que perpetuamos una generación más lo mismo.

¿Cuáles son las claves para conectar emocionalmente con los niños?

–Para poder conectar con otra persona primero tengo que ser capaz de conectar conmigo. No voy a ser capaz de conectar con el dolor, con la tristeza, la soledad de otra persona sino lo hago conmigo primero. Lo que yo bauticé como “crianza consciente” en 2010, me refería a esto, a ser consciente de dónde venimos y qué necesitan los niños de nosotros. Hasta que no tome consciencia de mi verdad, no podré cambiarla y sanarla.

Todo lo que proyectamos en nuestros hijos viene de nuestro pasado y nuestras heridas o de nuestras necesidades en el presente que como adultos no somos capaces de satisfacer

¿Crees que los padres vuelcan en sus hijos sus propias frustraciones?

–Muchas veces lo hacemos, claro. Todo lo que proyectamos en nuestros hijos viene de nuestro pasado y nuestras heridas o de nuestras necesidades en el presente que nosotros como adultos no somos capaces de satisfacer. Al adulto que proyecta su malestar en el niño le falta inteligencia emocional, porque la gestión emocional implica ser capaz de sentir mis emociones y expresarlas de forma que no hiera al otro. Pero si cuando siento agobio lo que hago es frustrarme o enfadarme, lo estoy proyectando en el niño.

Pocos adultos somos lo suficientemente maduros emocionalmente, porque tampoco tuvimos un modelo maduro emocionalmente de nuestros padres. Cuando no hacíamos lo que querían, nos castigaban o nos pegaban, violencia activa; o pasiva, te ignoran, vete a tu habitación, etc. No tenemos modelos demasiado sanos. Y ahora ahí estamos en una nueva generación, que por eso digo que con una sola se puede cambiar el mundo, porque si les criamos así, ellos de adultos no necesitarán ejercer el control para educar.

¿Crees que en la actualidad se da más importancia a la salud emocional de los hijos que en el pasado?

–Completamente. Sino por ejemplo esta entrevista no estaría teniendo lugar, o mi libro no tendría el número de ventas que tiene o iría por la quinta edición. Sí que noto que tiene muchísima más consciencia, pero para mi deseo a mí me gustaría que un libro como el mío o una entrevista como esta, en un futuro cercano, fuera innecesario.

Para mí estas cuatro raíces son necesidades universales concentradas de una forma que se pueda explicar fácil, sencilla y bajar a tierra algo que es bastante abstracto

En tu libro divides en cuatro las “raíces” que forman la crianza consciente del niño, dar presencia, validar, nombrar e intimidad emocional, ¿por qué esta división?

–Para mí estas cuatro raíces son necesidades universales concentradas de una forma que se pueda explicar fácil, sencilla y bajar a tierra algo que es bastante abstracto. Lo separé en estas cuatro raíces para simbolizar lo que es crecer.

Por ejemplo la primera es presencia, esto es mirada, atención, juego, vínculo, contacto… ¿qué ser humano no necesita estas cosas? Un niño con esto confirma que vale, que merece, que es querido. Un niño valora que yo elija pasar tiempo con él. La falta de presencia nos hace inseguros, dudar, que no valgo.

La segunda que es validar se refiere a emociones y necesidades, todos los seres humanos sentimos y tenemos necesidades. Validarlas es vital, porque muy probablemente no las podamos satisfacer, por tiempo, por economía, porque hay otros hijos… pero si las valido es legítimo que necesiten estar conmigo. Para mí validar es una necesidad universal, para que el niño no piense “estoy equivocado”.

La tercera es nombrar, porque la verdad libera al niño de toda culpa. Si mamá grita o se equivoca, yo nombro la verdad.

Por último intimidad emocional, para conectar emocionalmente, para sentirnos. En esa intimidad emocional yo invito a abrirnos de corazón. Si son muy pequeños pues igual no tan en detalle, pero cuando estamos en la preadolescencia, crear intimidad emocional es precioso, porque le puedes hablar de ti, de tu pasado, de tu primera relación, etc. Cuando les explico a mis hijos qué siento y qué necesito se crea un espacio libre de juicio y libre de crítica, le damos libertad para que ellos tengan un lugar donde acudir en caso de necesidad. A veces la peor vivencia de un niño no es lo que le pasa, no es lo que le hacemos, es la soledad con la que lo tienen que vivir.

La represión emocional nos puede llegar a hacer enfermar emocionalmente e incluso físicamente

¿Cuáles pueden ser las consecuencias si los niños no logran expresar sus emociones?

–La represión emocional ya se sabe lo que conlleva, a mayor represión, mayor explosión. Y esto es lo que nos pasa a los adultos y lo estamos viendo en la sociedad hoy en día. Hay guerras, hay control, abusos, gritos, violencia, hasta que no dejemos de ser violentos con los niños, no dejaremos de tener una sociedad violenta.

Un niño reprimido quizás lo vuelca con otro niño en el colegio a través del bullying, o con su hermano. En la adolescencia igual lo desplaza al alcohol, con el tabaco, las drogas, el sexo, depende. Las emociones reprimidas no traen nada bueno, y no hacen daño a nadie, lo que hace daño es cómo reacciono a lo que siento. Pero si un niño en el momento que siente frustración, impotencia o injusticia por lo que se le está haciendo o diciendo, pudiera expresarlo, no pasaría nada. La represión emocional nos puede llegar a hacer enfermar emocionalmente e incluso físicamente.

Ese es el principal objetivo de mi libro, dar voz al niño para llegar a ser los padres que nuestros hijos necesitan

¿Cómo se puede enseñar a un padre a educar desde el respeto y el cariño si no ha sido educado en esta línea?

–Tomando consciencia de su propia historia. Ese es el principal objetivo de mi libro, dar voz al niño para llegar a ser los padres que nuestros hijos necesitan. Si puedo llegar a tocar el corazón de un padre, para que él pueda conectar con el niño que fue, ahí es cuando podrá conectar con el niño de su vida, que es su hijo. Lo que negamos, lo perpetuamos.

Aunque nos queramos engañar diciendo que tuvimos una infancia perfecta, nuestros actos demuestran de dónde venimos. Viendo como una sociedad trata a los niños, vemos lo herida que aún está. A los niños todavía se les grita, se les obliga, se les castiga, se les juzga, se les rechaza, etc. Si aún hacemos eso a los niños es porque todavía tenemos bastantes adultos heridos.

¿Cuál sería el gran salto que les falta a los padres para poder avanzar hacia estas metas?

–El único gran salto es querer mejorar. Todos tenemos la capacidad de cambiar, mejorar, transformar y sanar nuestra vida. Primero tienes que tomar la decisión de querer hacerlo. Si yo no decido primero que quiero cambiar, no me puedo comprometer. Sin acción, no hay sanación.

Primero saber qué me pasa, por qué grito, por qué soy insegura, qué miedos tengo, y luego tengo que decidir hacer algo con eso. Aplicar mis cuatro raíces realmente produce un gran cambio, por eso hay un antes y un después con el libro. Lo que he pretendido con él es ayudar a muchas personas adultas que han tomado la decisión de amar más y mejor a sus hijos.

 

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