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Igualdad, equidad, igualitarismo y Pérez-Reverte

Diego Francesch
Redactor jefe de Magisterio
20 de octubre de 2022
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El escritor Arturo Pérez-Reverte, el pasado martes en El Hormiguero, en una imagen promocional.

Una de las cosas que más escuece a los responsables políticos –sean del signo que sean, aquí no hay distinciones– es que les recuerden sus errores. En un célebre artículo publicado el pasado verano por Arturo Pérez-Reverte en El Semanal, el académico ponía el dedo en la llaga acerca de los males de nuestra clase política en relación con la enseñanza, crítica que reiteró el pasado martes en El Hormiguero. El citado artículo se titula Ahora somos un país de genios y en él, el escritor desliza afirmaciones como la siguiente: «Resulta que ahora, según ellos –ese ellos incluye a muchas ellas– y gracias a su esfuerzo acumulativo de décadas psicopedagógicas, nos hemos convertido en un país de maravillosos genios». Pérez-Reverte alude a que «los alumnos que dejan el Bachillerato lo hacen ya con una nota media de 8 en toda España. Nadie suspende, el notable es fácil de alcanzar y el sobresaliente se ha hecho tan común que apenas llama la atención «nadie suspende, el notable es fácil de alcanzar y el sobresaliente se ha hecho tan común que apenas llama la atención». Y añade: «Para prolongar tan fascinante milagro en Bachillerato, la Selectividad ya no selecciona una puñetera mierda«.

Más adelante, el articulista pone el dedo en la llaga de lo que está pasando con nuestro sistema educativo: «Cosa lógica si consideramos que la idea repetida de nuestra chusma gobernante era y sigue siendo que nadie se quede atrás. Que todos los chicos, dicen, tengan las mismas oportunidades. ¿Quién puede oponerse a eso? Pero en vez de estimular al alumno que lo merece para que se mida con los mejores, dándole todas las oportunidades, lo que incentivan esos imbéciles es la indiferencia y el mínimo esfuerzo, penalizando a los que de verdad estudian y luchan por conseguir la excelencia; reventando a los mejores y premiando a los vagos y los mediocres». Y, en fin, aunque en su artículo se sigue despachando contra los responsables de esta situación, me limito a comentar que este hecho se produce por una larga y extendida confusión entre igualdad, equidad e igualitarismo, que nuestros políticos no parecen tener clara.

Se atiende más a las necesidades de los más atrasados y menos a las de los más adelantados, lo cual nos conduce al igualitarismo

Hay igualdad de oportunidades –y esto es obviamente deseable– cuando «todos tienen las mismas probabilidades de acceder al sistema educativo, mantenerse en él, aprender lo mismo y obtener los mismos beneficios de lo aprendido», como recuerda Enrique Sánchez Ludeña en este clarificador artículo. «Paradójicamente, para aproximarse a la igualdad de oportunidades deben introducirse desigualdades en el sistema educativo; esto es, hay personas y colectivos que deben recibir un trato distinto», añade este autor. «Se piensa que, así, los alumnos reciben un trato equitativo; pero no es cierto, porque muchas de estas medidas no son equitativas sino igualatorias«, recuerda Sánchez Ludeña. Efectivamente, según la Unesco, la equidad implica «educar de acuerdo a las diferencias y necesidades individuales». Y esto no siempre se cumple, pues se atiende más a las necesidades de los más atrasados y menos a las de los más adelantados, lo cual nos conduce al igualitarismo, que perjudica más a estos últimos y, en último término, a todos. Cuando desde siempre sabemos que subir el nivel de todos los alumnos, ayuda también a los más rezagados y no al revés, que es lo que sucede ahora, que a fuerza de rebajar el nivel general, se tiende a perjudicar a ambos grupos.

Si quieres elevar el nivel general de la educación, debes atender a las necesidades de todos, de los más atrasados y de los que destacan y, para ello, la mejor receta es subir el listón de exigencia, no bajarlo.

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