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El teléfono y PISA

Antonio Montero Alcaide
Inspector de Educación
21 de diciembre de 2023
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La concatenación entre las causas y los efectos cada vez es menos lineal y directa. Razón, esta, de la denominada “equifinalidad”; es decir, los mismos fines pueden alcanzarse por distintas vías o procesos, sin que se deba entender, con ello, que el fin justifica los medios. Algo parecido será indicar que distintas causas pueden procurar idéntico efecto, o que distintos efectos pueden proceder de la misma causa. Y, como trasfondo, el paradigma de la complejidad, o esa otra reflexión por la que se considera inalcanzable, incluso inconveniente, el afán de exhaustividad. De manera que resulte aceptable, y asumible, tener un conocimiento incompleto de la realidad, pues el todo deja de ser la suma de las partes y se convierte algo más, o menos, que esa analítica adición.

Así las cosas, los resultados de PISA han coincidido –quizás no casual, sino causalmente– con el debate educativo, y social, sobre el uso de los teléfonos móviles en los centros que imparten la educación obligatoria. La última edición de PISA deja mal parados –es un decir– los sistemas educativos de no pocos países, por lo que las situaciones particulares, como las del propio sistema educativo español, quedan relativizadas, a pesar de que continúen sin alcanzarse significativos y extendidos resultados de excelencia. Los que se obtienen en Finlandia, por otra parte, están produciendo el efecto de cierta catarsis, ante el reverso de bondades hace poco referenciales y ahora cuestionadas, acaso por un exceso de celo innovador. Repárese, así, en la revisión de planteamientos interdisciplinares amplios y de determinadas opciones metodológicas y curriculares; sobre todo, si se comparan con los adoptados por sistemas educativos orientales, que alcanzan mayores y más destacados logros en este marco de estancamiento o retroceso.

El uso de los teléfonos móviles en los centros quiere relacionarse, de algún modo y especialmente, con las dificultades en la competencia lingüística. Y tanto el Gobierno como las administraciones educativas están en el cuándo y cómo se limitará el uso de los teléfonos móviles, con distintos criterios sobre ello. Los análisis, las conclusiones y las medidas no deben derivar, en todo caso, de una improcedente simplificación que no atienda, como mejor corresponda, tanto las causas como los efectos en los procesos de aprendizaje y de enseñanza –interesa repetir que los modos de enseñanza han de adecuarse a las formas y características del aprendizaje, y no en sentido inverso–.

El modo avión de los teléfonos móviles, como metáfora de su restricción en el ámbito educativo, puede ser aconsejable y necesario, y la adopción de tal medida resultar adecuada, pero la complejidad de los factores influyentes en los resultados educativos necesita no postergar o demorar razones estructurales que determinan las causas y los efectos, por más que distraigan o se usen mal los teléfonos, o PISA devenga en algo así como una evaluación devaluada.

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