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Josefa Ros Velasco: "Hay que huir de los expertos que recomiendan que los niños se aburran en verano"

Aunque en el instituto incluso suspendió Filosofía, después Josefa Ros Velasco fue premio de su promoción en la carrera, una carrera que tenía más que clara al terminar Bachillerato. Por las tardes estudiaba Publicidad, que le servía, dice, para relajar la mente. Con este mix tan explosivo, decidió un día adentrarse en la investigación del aburrimiento, fundando incluso la International Society of Boredom Studies, de la que es presidenta. Esta primavera, además, ha llegado su libro, ‘La enfermedad del aburrimiento’ (Alianza).
Saray MarquésJueves, 25 de agosto de 2022
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Josefa Ros Velasco es presidenta de la 'International Society of Boredom Studies'.

Josefa nos recibe en una facultad de Filosofía de la Complutense vacía en pleno verano. Lo hace invitándonos a reflexionar sobre un fenómeno universal en contextos muy diversos y para todos los públicos: el aburrimiento.

 ¿Ha encontrado ya una definición de aburrimiento?
–El problema es que los estudios de aburrimiento son un campo multidisciplinar: Filosofía, Sociología, Historia, Antropología, Psicología, Psiquiatría… y nos cuesta mucho ponernos de acuerdo en una definición con la que todos nos sintamos representados. La mía fue parte del proceso de depresión postparto del libro. Yo lo definiría como un estado muy doloroso, que nos causa mucho malestar, que experimentamos cuando la realidad no cumple con nuestras expectativas. Esto sucede, por una parte, cuando tenemos que estar sin hacer nada por obligación, y, por otra, cuando tenemos que estar haciendo algo por obligación cuando lo que nos gustaría es estar haciendo otra cosa gratificante para nosotros o sin hacer nada porque así lo hemos elegido voluntariamente.

En seguida al decir esto te saltan al cuello los de “Hay que estar sin hacer nada de vez en cuando…”. Si tú consideras que necesitas estar una tarde sentado en el sofá de casa mirando al infinito, genial, pero de lo que yo hablo es distinto, hablo de cuando tienes que estar sin hacer nada cuando te gustaría estar haciendo algo. Hablo de obligatoriedad. Nos causan aburrimiento situaciones, actividades o ausencia de ellas siempre que representen algo forzoso.

Con la soledad se habla de soledad no deseada, pero el aburrimiento siempre es no deseado, nunca es voluntario.
–Aburrimiento deseado es un oxímoron, es imposible desear el aburrimiento. Se escucha decir: ¡Cómo me gustaría a mí tener tiempo para aburrirme!, pero realmente no es así, tú lo que quieres es tener tiempo libre, para tus libres realizaciones, tiempo del poder en detrimento del tiempo del deber. Que el aburrimiento surja en ese tiempo del poder puede ser el resultado de que no has elegido bien cómo querías ocuparlo, pero no es tu objetivo último. Si uno piensa en la última vez que sufrió aburrimiento –viendo una película que no le gustaba, leyendo un libro que era un tostón o con una conversación con un amigo que siempre cuenta lo mismo– no querría extender ese tiempo sino salir lo más rápido posible, porque el aburrimiento es muy doloroso. No podemos hablar de desear permanecer en un estado de aburrimiento, aunque existen, como en todas partes, los masoquistas, que piensan que precisamente en ese dolor que se experimenta van a surgir grandes creaciones, grandes ideas. Esto es una romantización del aburrimiento que nada tiene que ver con la realidad.

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Aburrimiento deseado es un oxímoron, es imposible desear el aburrimiento

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Quizá usted es más partidaria de que la inspiración le pille trabajando. 
–No niego que se pueda dar algún caso de grandes creaciones mientras te aburres. Es imposible comprobar si todos los cuervos son negros. Quizá hay algún caso… pero esta romantización del aburrimiento viene del Renacimiento, cuando empieza a pensarse que a mayor nivel de aburrimiento se desarrolla una personalidad más profunda, se alcanzan pensamientos más abstractos… Entonces se comprendía que esto era propio de la personalidad del genio; no que el aburrimiento hiciese al genio, sino que el genio, por su predisposición a la genialidad, era capaz de aprovechar el aburrimiento. Ahora estamos vendiendo esto como un eslogan de forma democratizada, como si cualquiera que se aburra va a pasar por ese proceso hacia la genialidad. Esto es un engaño con el que nos consolamos para, cuando nos aburrimos, no sentirnos tan mal.

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Estamos vendiendo que cualquiera que se aburra va a pasar por ese proceso hacia la genialidad. Esto es un engaño con el que nos consolamos

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Está el aburrimiento y está el aluvión de tareas diarias que nos imponemos para acabar el día lo más cansados posibles.
–Es comprensible, porque el ser humano se realiza en el ser pero también en el hacer. Y, obviamente, tener que pararnos a pensar es casi tan doloroso como sufrir aburrimiento. En parte se comprende que en un momento en el que nuestras necesidades más básicas están satisfechas –hablo desde la perspectiva de Occidente, que es lo que conozco–, en el que la supervivencia está en cierto sentido garantizada, no queremos pasar por ese trámite de tener que pararnos a pensar, ¿realmente por qué íbamos a querer hacer esto, cuando al final el pensar tampoco está al alcance te todo el mundo? Es decir, también tendemos mucho a idealizar el pensamiento en el ser humano, y no todo aquel que se pare a estar consigo mismo va a acabar desarrollando un pensamiento o dialogando consigo mismo. En el caso del aburrimiento, tampoco tiene por qué acabar analizando cuál es la raíz de la que parte. Al final, lo más normal es que los pensamientos sean un poco ¿qué puedo hacer ahora? ¿qué me apetece? ¡qué calor! ¿qué voy a cenar esta noche? Tendemos a idealizarnos a nosotros mismos y nuestra potencia reflexiva.

¿Hay personas más propensas al aburrimiento? ¿Tiene que ver con la paciencia?
–Tiene más que ver con la creatividad. De hecho, existen desde los ochenta escalas de medición de la propensión al aburrimiento que han sido validadas en muchos contextos y se siguen utilizando hoy. Yo misma las estoy aplicando en un estudio con personas mayores en residencias.

En función de estas escalas podemos objetivar la propensión al aburrimiento de cada individuo. Hay personas muy propensas al aburrimiento, personas dentro de la media y personas que no se aburren nunca. Esto último puede parecer una ventaja, pero implica que no tienes filtro, que todo te agrada, que nunca sientes esa llamada que te dice: “Oye, ya basta de esto, ya has tenido bastante, pasa a lo siguiente”.

Y hay personas que tienen una altísima propensión al aburrimiento, hasta el punto de tener un aburrimiento crónico. Es algo patológico: te aburres siempre, en toda circunstancia, en todo contexto, da igual que cambie el entorno, que cambies de actividad, todo te aburre. Esto se ve mucho en las redes sociales. Yo, que estoy siempre rastreando en Twitter qué dice la gente sobre el aburrimiento, veo personas que expresan esto: “Me aburro todo el día, todo el tiempo, haga lo que haga, incluso si decido no hacer nada. Me aburre todo”.

¿Son personas de vuelta de todo?
–No necesariamente, les pasa también mucho a adolescentes, no es el caso de “Como ya lo he hecho todo en la vida…”, “Como soy rico y el abanico de opciones de entretenimiento es tan amplio, no veo nada que me represente un reto”. No es realmente el caso. Al contrario, yo suelo pensar que las personas que tienen medios y mucho tiempo libre para experimentar cualquier tipo de vivencia tienen menos propensión al aburrimiento que el que tiene que estar 12 horas trabajando en una fábrica en un trabajo repetitivo, monótono y rutinario.

¿Qué caracteriza al aburrimiento patológico?
–Una persona que padece aburrimiento de una forma normal diseña en su mente una estrategia de huida y trata de llevarla a la práctica. Una persona que sufre aburrimiento crónico es incapaz de diseñar esa estrategia de huida, de pensar qué puede hacer para dejar de aburrirse. Eso al final produce una sensación de ansiedad, de dolor permanente, y puede generar estados de estrés, depresión e incluso ideación suicida.

¿Tiene relación esa capacidad de huida con el coeficiente intelectual?
–Sí, el desarrollo cognitivo individual te incentiva a buscar esos recursos. Tiene que ver también por supuesto con la Educación. En cierto sentido, las personas con más nivel cultural tienen menos tendencia a aburrirse. Puede darse el caso en cualquier circunstancia, pero la propensión al aburrimiento está relacionada con los niveles de curiosidad.

Incluso se está explorando si una alta propensión puede estar relacionada con alguna alteración a nivel neurofisiológico. Los estudios de aburrimiento más innovadores se están encargando de tomar imágenes del cerebro a través de técnicas de fMRI y tratan de visualizar los procesos cognitivos implicados en el aburrimiento.

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La propensión al aburrimiento está relacionada con los niveles de curiosidad

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¿Qué papel puede jugar la escuela?
–Hay que fomentar la curiosidad y buscar el punto en el que las actividades que se realizan sean significativas para los estudiantes. Aburrimiento no es lo contrario a diversión. Muchas veces estamos haciendo algo que no nos divierte, no nos estamos partiendo la caja, pero estamos concentrados en ello, podemos mantener la atención, y no aparece el aburrimiento. ¿Por qué? Porque esta actividad resulta significativa para nosotros. Aburrimiento es justo lo contrario a significado. No se trata, como muchos piensan, de que los profesores se conviertan en payasos, en coaches, en monitores de tiempo libre, y traten de hacer que todo pase por el arco de la gamificación y todo se convierta en pura diversión. Hay muchas cosas que van a entrar en contradicción con esto en la escuela. Es imposible que todo resulte divertido, porque aparte lo que a uno le divierte a otro le va a parecer lo más soso del mundo.

De alguna forma hay que fomentar esa curiosidad y tratar de que arraigue el mensaje de que ese proceso de aprendizaje es significativo. De convencer de alguna forma: “Oye, tienes que soportar a veces dolor estoicamente porque esto tiene significado”. Muchas veces padecemos aburrimiento y sin embargo no nos vemos instados a huir de él rápidamente porque detrás hay un objetivo ulterior más importante.

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No se trata de que los profesores se conviertan en payasos, en 'coaches', en monitores de tiempo libre, y traten de hacer de que todo pase por el arco de la gamificación y todo se convierta en pura diversión

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Siempre en verano salen expertos sosteniendo que los niños tienen que aburrirse.
–Hay que huir de ellos. No tiene ningún sentido promocionar voluntariamente el aburrimiento, es tan absurdo como promocionar que te duela la cabeza.

Los padres obviamente necesitan su descanso y encuentran una respuesta muy acomodaticia en el hecho de pensar que están actuando bien dejando que sus hijos sufran el dolor del aburrimiento en sus cuartos.

Muchos recurren a aquello de “Como yo me aburría de pequeño…”
–Tú te aburrías y hacías lo mismo: acudías a los adultos en busca de orientación para dejar de aburrirte, no te quedabas disfrutando en la soledad de tu cuarto del aburrimiento. Al final algo se te ocurría, y normalmente solía ser una trastada: Acababa uno vaciando los perfumes del cuarto de baño en el lavabo y cosas mucho peores.

Como padres nos gustaría que eso fuese verdad y pensar: “No pasa nada. No tengo por qué ayudar a mi hijo a entretenerse porque en la soledad de su aburrimiento va a desarrollar una creatividad innata que estaba latente, va a ser más inteligente, va a conseguir ser superdotado”. Nada más lejos de la realidad.

Los adultos llevamos mucho tiempo conviviendo con nosotros mismos. Nos conocemos en cierto sentido, cada uno hace sus deberes socráticos de ese imperativo de “Conócete a ti mismo” y el kantiano del “Atrévete a pensar” para descubrir qué te aporta significado. Sabemos qué alternativas nos han funcionado frente al aburrimiento, tenemos la capacidad de explorar el horizonte para otear otras nuevas.

Los niños son niños. No se conocen aún a sí mismos, y no saben que existe ese horizonte de posibilidades. Conocen lo que se les va poniendo un poquito delante. Cuando vienen a los adultos a quejarse de que se están aburriendo, no nos están diciendo: “Haz de payaso toda la tarde, estate cinco horas entreteniéndome para que yo no sufra el dolor del aburrimiento”, sino: “Oye, además de lo que ya conozco me gustaría ver algo más, ¿me puedes guiar, me puedes ayudar a descubrir qué otras posibilidades hay?” Se trata sencillamente de que a lo mejor le digas: “Prueba a pintar”, y cuando ya se haya cansado de pintar, como eso ya lo conoce de sobra, pues “Prueba a disfrazarte”, por ejemplo. Y tú puedes estar un poquito con él, guiarle y después dejarle tranquilamente. No se trata de que te pases todo el día en las vacaciones entreteniendo al niño. Te pide esa orientación porque el niño sabe que tú tienes más control, confía en ti para que hacer formar parte del pasado todo lo que le produce dolor en el presente.

Por probar que no quede.
–Es lógico que se aburran de las cosas en seguida, porque son muy curiosos, necesitan probar muchas cosas hasta dar con lo que les gusta, hasta que llega el momento en que dicen: “Esto del kárate me gusta de verdad y es como siento que lleno las horas de la tarde de forma gratificante y significativa”. Necesitan probar muchísimas cosas, pero para ello han de saber que están ahí en potencia.

Respecto a las personas mayores, ellas ya se conocen a sí mismas, pero padecen mucho este aburrimiento crónico.
–Lo que suelen sufrir las personas mayores es aburrimiento cronificado, que es otra cosa distinta. Este término de aburrimiento situacional cronificado es un término que he definido de forma pionera para distinguirlo del aburrimiento crónico, porque en la literatura especializada hasta este momento se hablaba de tres formas de aburrimiento: por un lado, el aburrimiento situacional, el que depende del contexto y en el momento en que introducimos una novedad en el contexto desaparece; el aburrimiento crónico, el que depende del individuo, porque tiene una altísima propensión al aburrimiento, y, luego, el aburrimiento profundo, un término más filosófico que apela a esa sensación de que todo te aburre, pero en sentido existencial: ¡Qué cansancio de las estructuras sociales! ¡Qué cansancio de los políticos!, que, para Heideggard, es una forma de estar en el mundo.

Existen situaciones en que un individuo o un conjunto de individuos se aburre constantemente porque se encuentran en contextos tan limitantes, tan constrictivos, que no permiten que esas estrategias de huida que diseñamos para escapar del aburrimiento lleguen a materializarse.

Uno de estos contextos es el entorno docente, en el que muchas veces los alumnos padecen aburrimiento constantemente seis horas al día y no pueden hacer nada para evitarlo. Ellos saben perfectamente qué les gustaría estar haciendo para huir de ese aburrimiento, pero no pueden.

Quizá esto sucede más en el instituto que en el colegio.
–Sí, porque el adolescente ya tiene esa capacidad para pensar qué le gustaría estar haciendo fuera del aula. Estoy pensando en la ESO, en Bachiller y en adelante, porque uno elige la carrera pero también sucede a veces.

No te queda otra que permanecer ahí.
–Sucede también en la fábrica, en las prisiones, en las maniobras bélicas… pero hay un objetivo último que confiere significado al hecho de tener que estar aguantando estoicamente el aburrimiento. Hay otros contextos en los que esto no pasa. Una persona mayor en una residencia de ancianos por lo general sabe qué le gustaría hacer para no aburrirse y es capaz de diseñar estrategias de huida, pero ese contexto tan limitante les impide llevar esa estrategia de huida a la práctica.

El problema aquí está en el contexto. Este aburrimiento situacional cronificado a veces acaba traduciéndose en aburrimiento profundo filosófico, que cala en todas las esferas de tu vida y en todos los estadios psicológicos y es el peor de todos.

Mientras haya atención no habrá aburrimiento.
–Las personas con problemas de atención lo tienen mucho más complicado para llegar a desarrollar esas estrategias de huida y permanecer entretenidos o comprometidos en una actividad, engaged. La cantidad de estudios que relacionan el aburrimiento con el TDAH es increíble. Si tienes dificultad para mantener la concentración, en seguida desconectas, rompes el compromiso con esa actividad que estás desarrollando, con ese entorno en el que te encuentras inmerso, y, al final, en seguida surge de nuevo el aburrimiento. Esto también juega en tu contra a la hora de ser capaz de enfocarte en qué va a ser lo siguiente, cuál va a ser la novedad que vas a introducir en el contexto para que desaparezca el aburrimiento. Es un problema enorme.

Pero cada vez mantenemos menos tiempo nuestra atención. Nos gusta más hacer ‘scroll’ que leer.
–Twiter lo intentó. Durante un tiempo te lanzaba un mensajito: ¿Quieres leer el artículo antes de darle Like? Y tú: No, no quiero.

En nuestro modelo neoliberal cada vez tenemos menos tiempo para la libre realización y en esos pequeños momentos de tiempo libre en los que no has podido pensar qué te apetecía hacer en vez de decir “Oye, pues voy a dar un paseo” tienes el móvil, esta píldora que es una maravilla, una bendición, si la sabes utilizar bien, porque te alivia ese malestar en momentos puntuales.

El problema está en que hemos depositado en esto una excesiva confianza. Los mecanismos a través de los que operan las redes sociales, las plataformas de streaming, no requieren del individuo ningún ejercicio de reflexión. Ellos tienen los algoritmos que te dicen qué tienes que ver a continuación con un porcentaje de garantía de que eso te va a gustar del 98% en función de lo que ya le dijiste que te gustaba hace una semana. Entonces, claro, esto acaba generándonos cierto vacío. Llega un momento en que dices: Estoy tres horas en Twitter: ¿para qué me está sirviendo? ¿qué significado aporta a mi vida? Cuanto más nos metemos en este círculo más nos cuesta salir de él y estar dispuestos a quedarnos un rato con nosotros mismos y con nuestro aburrimiento, para analizar cuál es la raíz de la que parte.

¿Cree en la meritocracia?
–Soy consciente de que hay diferencias estructurales que nos ponen las cosas más fáciles o más difíciles casi desde el primer momento en que llegamos a este mundo, pero no me gusta irme al otro extremo.

Yo provengo de una familia sin estudios, nadie ha ido a la universidad, nadie terminó siquiera la Primaria en mi casa, ingresos bajos, nivel cultural cero… Y nunca tuve esa idea de “Claro, si tus padres son profesores de universidad es más fácil que te pongan a hacer los deberes”. A mí mis padres nunca me preguntaron “¿Tienes deberes?”, ni me compraron un cuadernillo en verano, ni me llevaron a un campamento de inglés. Fue todo al entrar en la universidad, persiguiendo algo que a mí me motivaba y con lo que ellos ni siquiera estaban de acuerdo, porque me decían, “Pero, ¿vas a estudiar Filosofía? ¿pero eso qué es? ¿de qué me estás hablando, hija mía?” Yo me lo hice todo y yo me lo comí todo. Y a las personas que tenemos esa trayectoria nos fastidia mucho eso de “La meritocracia es un mito”. Algunas veces no es así. Intenta dar lo mejor de ti mismo, márcate un objetivo y pon los medios, sin acomodarte, sin esperar a que el Estado venga a ponerte las cosas en bandeja, sin depender de los demás, sin estar en esa situación paternalista. Intenta dar lo mejor de ti mismo hasta donde puedas. Yo soy muy consciente: No fui al colegio inglés, no fui a esos campamentos, y mi inglés es pésimo… Bueno, pues intento llegar hasta donde puedo.

Ahora bien, coincido en algo con mi compañero Carlos Javier González Serrano, que prologa el libro y es muy crítico con la meritocracia: una sociedad en que un individuo representa el engranaje de su propia existencia sin tener en cuenta cómo colisiona con los demás, cómo tiene que colaborar con los demás, está abocada al fracaso más absoluto.

¿Se aburrió mucho en la facultad de Filosofía?
–Me aburrí, pero no por lo que estudiaba, porque estaba contentísima con lo que estaba haciendo. Yo sabía que quería estudiar Filosofía desde que tenía 16 años, luego tuve mis dudas, pero no me aburría de lo que estaba haciendo, no estaba en situación de aburrimiento cronificado, pero sí experimentaba momentos de aburrimiento situacional a secas cuando me topaba con algún profesor que mantenía durante tres horas de clase un tono supermonótono, que no apelaba a los alumnos para que intervinieran, que no hacía pensar, que no lograba que la asignatura representara un reto.

¿Y en el instituto? ¿Allí aprendió a amar la Filosofía?
–Suspendí casi todos los exámenes de Filosofía en el instituto, suspendía yo y casi todo el mundo… Pero, al final, ¿en qué consiste la Filosofía? En preguntarse por las cosas y tener esa actitud que a mí me venía de serie de estar siempre dispuesto a dejarte sorprender por lo que te rodea. Yo supe que estudiar Filosofía me iba a ayudar a entender cómo las grandes preguntas y las grandes inquietudes del ser humano se han ido respondiendo desde distintas perspectivas a lo largo de la historia y cómo esas respuestas determinan cuál va a ser el pensamiento que preconiza en una sociedad, que le da forma. A mí eso me encantaba.

Cómo me adentré en el apasionante mundo del aburrimiento

«Justo al terminar la carrera y empezar el máster de investigación descubrí gracias al profesor Antonio Rivera a un autor alemán, Hans Blumenberg. Para él, la capacidad de aburrirnos había sido seleccionada en estadios de nuestros antecesores, a la altura del Homo ergaster, del Homo erectus, Homo antecesor, porque es adaptativa, porque nos proporcionaba una ventaja en la carrera evolutiva, en la lucha por la supervivencia. El aburrimiento, al mantenernos en movimiento, al expulsarnos de lo que ya se ha quedado obsoleto, a lo que ya nos hemos acostumbrado, lo que ya no representa un reto, nos obliga a estar en perpetua adaptación a la novedad. Nos entrena para que nuestros mecanismos adaptativos estén engrasados cuando lleguen novedades sobrevenidas.

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Gracias a que nos aburrimos de las cosas siempre estamos en movimiento, y esto nos proporciona una ventaja

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A mí esto me fascinó, porque lo que más me interesaba de la Filosofía era la Antropología Filosófica, y ahí se juntaron la evolución de la especie y que algo tan cotidiano como el aburrimiento pudiese estar en medio. Pero cuando decidí que iba a dedicar el resto de mi vida a estudiar el aburrimiento fue cuando después de leer a Blumenberg empecé a investigar y descubrí que los que se encargan de estudiar este fenómeno son los psicólogos y psiquiatras. Ya durante todo el doctorado me fui escorando hacia la Psicología, especializándome en esta experiencia del aburrimiento.

Además, hemos creado la International Society of Boredom Studies, un espacio para todos aquellos que estudian este fenómeno y para quienes quieran acercarse a él no desde la academia sino simplemente por curiosidad. Esta sociedad, con medio centenar de miembros a día de hoy, tiene sentido porque nos dimos cuenta de que o trabajábamos de forma conjunta desde las distintas disciplinas o nos quedábamos a mitad de camino. Los expertos en salud mental decían cosas del tipo “El estudio del aburrimiento es algo completamente contemporáneo, nunca antes de nuestra llegada se había estudiado”. Y ahí aparecimos los filósofos: “Cuidado, que lleva Séneca hablando de esto desde hace siglos”. Entonces decidimos acercar posturas, encontrarnos.

Nos reunimos cada dos años, tenemos nuestras newsletter, un podcast, y acabamos de lanzar nuestra revista de estudios de aburrimiento: Journal of Boredom Studies

Aburrimiento situacional cronificado: el caso de las residencias de ancianos

«En casos de aburrimiento tanto crónico como cronificado, a veces podemos llegar a reaccionar de las formas más virulentas, en forma de estallido. El dolor ha permanecido mucho tiempo y al final esto se traduce en actitudes violentas, desarrollo de adicciones, trastornos de la conciencia, del ánimo, comportamientos que podríamos denominar desviados, patológicos, compulsivos, desadaptativos.

Al contexto de las residencias todavía le cae un peso más, y es que estas personas son dependientes, vulnerables, porque en España nadie se va a vivir la residencia si no necesita cuidados que ya no se le pueden dar en el propio domicilio. Entonces ni siquiera esto está al alcance de sus manos, no pueden acabar rompiendo con el aburrimiento en forma de estallido, pero sí se ven, se aprecian, muchas conductas desviadas, fruto de esa permanencia del aburrimiento en el tiempo, como agredir a los cuidadores, dejar de comer, desadherencia a la medicación, casos de intentos de suicidio…

El aburrimiento empieza a hacer mella en la vida de las personas mayores especialmente a partir de la jubilación, porque se produce una quiebra radical con el rol que ha dado significado a tu vida los últimos 40 o 50 años. Hasta ahora, esto ha afectado más a los varones. En el caso de las mujeres el proceso es más paulatino: ya no se pueden hacer las cosas con tanta agilidad como antes, pero la adaptación se produce de una forma más natural.

A medida que se van contrayendo enfermedades propias del proceso de envejecimiento, que se va desarrollando un deterioro cognitivo, un deterioro físico, una reducción de la movilidad, esto causa frustración, que está muy relacionada con el aburrimiento, porque lo que nos gustaba hacer ya no lo podemos hacer. Pero mientras permaneces en el domicilio, si cuentas con apoyo suficiente por parte de la familia, de las instituciones, es posible que puedas descubrir otra forma de llenar de significado tus días.

En las residencias esto es mucho más complicado, porque hablamos de una institución en que administraciones, agentes sociales, políticos, directivos… han puesto el foco en garantizar la seguridad y el bienestar del cuerpo, olvidándose de estos dolores y enfermedades del alma. ¿Cómo consiguen esa seguridad a toda costa? A través de procesos de estandarización, de rutinización, es decir, todo lo que va en contra de la personalización, la variedad, la espontaneidad… En la residencia siempre dependes de aquellos que te rodean para que esas estrategias de huida del aburrimiento que tú diseñas en tu mente se puedan llevar a la práctica. Si estas personas no le prestan importancia al aburrimiento, piensan que es algo secundario, que es una cosa absurda, o incluso si se la dan pero no cuentan con herramientas a nivel institucional para facilitar que esos deseos se lleven a la práctica, al final ese aburrimiento va a permanecer, y eso va mermando la salud tanto mental como física»

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