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Redefiniendo la felicidad en la Educación: Más allá de las calificaciones y el éxito material

Desde edades tempranas, el sistema educativo inculca a los estudiantes la idea de que el éxito académico es el camino hacia una vida plena y feliz. Obtener las mejores calificaciones, ir a una universidad prestigiosa y conseguir un empleo bien remunerado son metas que se presentan como indispensables para el bienestar futuro. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando la ciencia demuestra que estas expectativas no necesariamente conducen a la felicidad?
Llucià Pou SabatéMiércoles, 5 de marzo de 2025
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© Kiattisak

La educación tiene el poder de moldear no solo el conocimiento, sino también la percepción que los alumnos tienen sobre la vida y su propio bienestar. Si el propósito último de la enseñanza es formar individuos plenos y preparados para el futuro, es fundamental preguntarnos si estamos transmitiendo valores que realmente contribuyan a su felicidad.

Las metas que no nos hacen felices (aunque el sistema nos diga lo contrario)

Según veo en un curso de Google, de la Universidad de Yale (es de 2015, pero pienso que sustancialmente vale todavía hoy), investigaciones en psicología han demostrado que muchas de las metas que tradicionalmente consideramos fundamentales para el éxito no generan el impacto positivo que imaginamos.

Las calificaciones perfectas no garantizan felicidad a largo plazo

Estudios han mostrado que, si bien una buena nota puede generar satisfacción momentánea, no tiene un impacto duradero en el bienestar emocional de los estudiantes. Es más, la obsesión por el rendimiento académico puede aumentar el estrés y la ansiedad, disminuyendo su calidad de vida.

Conseguir el empleo ideal no es sinónimo de realización personal

Muchos estudiantes creen que un puesto bien pagado será la clave de su felicidad. Sin embargo, investigaciones realizadas en universidades de prestigio han revelado que, después de conseguir el empleo soñado, los niveles de satisfacción personal no son significativamente más altos.

Un alto salario no es garantía de una vida mejor

La psicología ha demostrado que el dinero mejora la calidad de vida solo hasta cierto punto. A partir de un nivel de ingresos, no hay más felicidad. (En EE.UU., estudios de Daniel Kahneman y Angus Deaton han indicado que los ingresos superiores a 75.000 dólares anuales no generan un aumento significativo en el bienestar; en España pienso que bastaría la mitad pues no tenemos que pagar seguros médicos, etc., que ya nos quitan del sueldo). Más allá de este umbral, ganar más dinero solo impacta en la percepción de éxito, pero no en la felicidad real.

El materialismo puede hacer más daño que bien

Se ha observado que los jóvenes que priorizan la acumulación de bienes materiales tienen mayores niveles de ansiedad y depresión que aquellos que valoran el desarrollo personal y las relaciones interpersonales.

Dos grandes mitos sobre la felicidad

Muchas de estas falsas creencias sobre el éxito están basadas en dos mitos comunes:

  1. «La felicidad es genética y no se puede cambiar»
    Si bien la genética influye en el bienestar emocional, estudios de Sonja Lyubomirsky han demostrado que nuestras acciones y hábitos tienen un impacto mucho mayor en la felicidad de lo que creemos.
  2. «Las circunstancias externas determinan la felicidad»
    Aunque la adversidad puede afectar el estado de ánimo temporalmente, las circunstancias externas influyen solo en un 10% de nuestra felicidad. El 40% depende de nuestras elecciones diarias.

¿Cómo podemos enseñar la felicidad en el aula?

Si la educación busca preparar a los estudiantes para la vida, es crucial que las escuelas y universidades integren herramientas que fomenten el bienestar real, más allá de los logros académicos.

  • Desarrollar la inteligencia emocional
    Incorporar en el currículo programas que enseñen a gestionar emociones, practicar la gratitud y cultivar la resiliencia puede tener un impacto profundo en la vida de los estudiantes.
  • Priorizar el bienestar sobre el rendimiento
    Si bien la excelencia académica es valiosa, no debe ser el único indicador del éxito estudiantil. Promover el equilibrio entre estudio, descanso y actividades recreativas mejora la salud mental y el aprendizaje.
  • Fomentar la colaboración en lugar de la competencia
    Los entornos educativos altamente competitivos pueden generar estrés y disminución de la autoestima. Crear espacios donde el aprendizaje sea un proceso colaborativo favorece la motivación intrínseca y el sentido de comunidad.
  • Enseñar el valor de las relaciones interpersonales
    Estudios longitudinales han demostrado que la calidad de nuestras relaciones es el factor más determinante de la felicidad a largo plazo. Incluir actividades que fomenten la empatía y la conexión humana es clave en la formación integral.

Conclusión: un nuevo paradigma para la Educación

Si queremos que la educación sea un verdadero motor de desarrollo humano, debemos replantear qué estamos enseñando sobre la felicidad y el éxito. El conocimiento es esencial, pero también lo es la capacidad de vivir una vida plena y con propósito.

El futuro de la educación debe integrar no solo habilidades académicas, sino también herramientas para construir bienestar

Las escuelas y universidades tienen la oportunidad de formar no solo profesionales exitosos, sino personas emocionalmente equilibradas y felices. ¿Estamos listos para transformar la educación y poner la felicidad en el centro del aprendizaje?

Llucià Pou Sabaté es teólogo.

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