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¿Es la televisión una droga dura?

La Agrupación de Telespectadores y Radioyentes (ATR) organizó un acto de presentación de la publicación La tv ¿una droga dura? con motivo de la I Jornada sobre la influencia de la televisión en jóvenes y en respuesta a la sensación de la Unesco de que los niños occidentales puedan ser teleadictos. En la imagen, Javier Urra, Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid
Miércoles, 18 de abril de 2001
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“La televisión es un gran instrumento de formación, información y entretenimiento, pero su mal uso puede constituir una amenaza para los más pequeños, que son los más vulnerables a la acción plurisensorial de la imagen”. Según Ascensión López López, vocal de Relaciones Públicas de ATR y presidenta de la Federación Ibérica de Telespectadores y Radioyentes (Fiatyr), “la solución es proponer alternativas a la televisión, formar y dar un espíritu crítico” a los más pequeños, pero no sólo desde los medios sino también desde el ambiente familiar.

Javier Urra, defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, declaró en la rueda de prensa que “la influencia de la televisión es una cuestión de Educación”, siendo tarea de los padres que los niños sean capaces de hacer autocrítica, ya que “las televisiones no son capaces de asumirla”. Además resalta que los padres se quejan de la dificultad que supone educar a los hijos con respecto a los mensajes televisivos, pero “una de cada tres habitaciones infantiles tiene televisor; se critica pero sirve de canguro”. Recordó que los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad porque rompen la percepción de la realidad y, de hecho, tienen un uso muy positivo que hay que rescatar.

Las soluciones que ofrece la ATR, parten de la alfabetización de niños y jóvenes dentro del núcleo familiar, con medidas como ver la tele sólo un máximo de 90 minutos, seleccionar los programas con antelación y en democracia, contando con la opinión de los pequeños, aumentar el diálogo, tener en cuenta otras alternativas de ocio (como la lectura), no verla durante las comidas, etc. Asimismo sería favorable que en las escuelas se incorporase como asignatura la letura de imágenes y sonido, no sólo en Comunicación Audiovisual, sino aplicándolo a otras como Literatura e Historia, lo que posibilitaría el sentimiento crítico.

En la medida en que el ciudadano del futuro se sienta llamado a participar en los procesos comunicativos, la calidad de los medios tendrá que adecuarse a unos receptores más preparados y exigentes. De ahí que la Educación en éstos sea la vía para aumentar la calidad de la programación y, del mismo modo, reducir la dependencia hacia la televisión.

Teleadictos

Según el Dr. Paulinos Castells –Doctor en Psiquiatría Infantil y Juvenil– la televisión sí puede considerarse una droga dura cuyos efectos principales son el embotamiento mental, apatía general y falta de criterio, y porque su perfil de adicción es perfectamente intercambiable con el de drogadicto.

Los peligros inherentes a esta droga son:

–Interrumpe la comunicación normal entre personas y puede consumirse en solitario.

–Bloquea la facultad de pensar (el flujo de imágenes impide el uso de las palabras y demás simbolismos).

–Puede instigar a la violencia y al consumo de drogas.

–Incita a una adhesión inmediata, sin réplica, aboliendo la libertad de la persona.

–Produce fuerte adicción, que se suma a la de otras Nuevas Tecnologías como la de los videojuegos e Internet.

Actualmente la mayoría de especialistas de la Educación y salud mental creen que puede calificarse a algunas personas de teleadictas en sentido estricto, según los criterios utilizados habitualmente para diagnosticar las conductas impulsivas, es decir, que no pueden controlarse voluntariamente.

El perfil del teleadicto presenta características muy claras, a saber: ve mucha más televisión que el promedio de telespectadores (3 horas diarias y 4 en fines de semana), la utiliza como sedante y no como entretenimiento, selecciona poco o nada de los programas (practica libremente el zapping), se siente incapaz de delimitar el tiempo de visión (cuanto más ve menos fuerza tiene para desconectar), experimenta relajación mientras la ve, pero después se siente peor que al principio y está descontento de sí mismo por su adicción.

El aparato en cuestión, según los expertos, produce lo que se denomina “inercia de atención”, estado que se caracteriza por una menor actividad en las zonas del cerebro encargadas de procesar informaciones complejas. Así, esta inercia neuronal puede explicar el hecho de que algunos programas mediocres que se emiten a continuación de otros muy populares, alcancen elevados índices de audiencia.

Violencia televisiva

Los niños comienzan a ver la televisión a los tres años de edad. Sin embargo, ésta no es la única influencia mediática que actúa sobre los menores generando agresividad –que luego puede transformarse en violencia o agresividad destructiva– y no todos son susceptibles de volverse violentos por observar esta conducta, ya que han de darse unas características ambientales y unas circunstancias personales para que se produzca esta transformación.

Las principales para que se dé este cambio en el comportamiento de la persona son básicamente de relación y semejanza:

–Similitud en edad, sexo y condición socio-familiar del observador con el personaje violento de la pantalla.

–Parecido entre la situación real del espectador y la escena presentada.

–Que la acción tenga éxito y no sea castigada.

–Que sea la forma más utilizada para resolver la situación.

Así, después de esta aclaración, los efectos en los jóvenes e infantes son imitar la violencia (efecto mimético directo), volverse insensible o inmune ante ella, aceptándola como modo de resolver los problemas, sobrestimando la violencia real y, en consecuencia, aumentando las reacciones de miedo y ansiedad.

Pero no sólo las teleseries, películas y publicidad agresiva tienen su cuota de responsabilidad, porque los propios telediarios –en lo que se ha venido a llamar “hiperrealismo informativo”– contribuyen en hacernos creer que la violencia es algo natural y consustancial a nuestra forma de vida. 

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