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Entre el 3% y el 12% de los alumnos son agresores o víctimas en las escuelas

Insultos, intimidaciones y agresiones en los centros comienzan a ser fuente de preocupación para alumnos, padres
y, sobre todo, para los profesores, que se encuentran muchas veces desautorizados.
Miércoles, 23 de mayo de 2001
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Pese a que siete de cada diez padres considera que sus hijos adolescentes no tienen conductas violentas, según un estudio publicado recientemente por el INCE en torno a la opinión de las familias sobre determinadas conductas de los alumnos como la agresividad, lo cierto es que en los centros educativos se multiplica la conflictividad escolar y se generaliza la violencia en las aulas.
¿Los culpables? Chicos que ejercen un papel de liderazgo y actúan sobre el comportamiento de un grupo de amigos que no dudan en seguir al “gallito de turno”.

¿Los cómplices? Los padres que otorgan un apoyo incondicional al hijo frente a las razones de tutores y docentes.

¿Y las víctimas? Siempre los más debiles. Pero no sólo son otros alumnos, porque aunque el problema en España no ha alcanzado las dimensiones de países como Estados Unidos, donde se ha llegado al extremo de instalar detectores de armas a la entrada de los colegios, muchos profesores han sido también víctimas de la agresividad de sus propios alumnos y ya han denunciado casos de extorsiones por hurtos o incluso amenazas.

Los compañeros callan

Sin embargo, la peor parte se la llevan entre el tres y el doce por ciento del alumnado total de los centros que sufren a diario insultos y humillaciones por parte de estas bandas juveniles mientras, según un estudio del Instituto de Evaluación y Asesoramiento Educativo, un 60 por ciento de los alumnos reconoce saber de compañeros que han sufrido este tipo de problemas, sin atreverse a denunciarlo.

No obstante, los profesores coinciden en que se deben denunciar los casos de violencia inmediatamente, para no dejar impunes este tipo de comportamientos y para que los centros puedan tomar las medidas oportunas.

Educar y convivir

“Los centros deben intervenir ante los casos de maltrato porque afecta a la convivencia en el aula”, afirma Rosario Ortega, profesora de Psicología de la Educación y el Desarrollo en la Universidad de Sevilla. La experta, directora de varios trabajos de investigación sobre este asunto y miembro del Observatorio Europeo de la Violencia declaró a MAGISTERIO que “los profesores deben hacer Educación para la convivencia, porque es la única manera de prevenir la violencia en los centros”.

Para Rosario Ortega “hay un conjunto de medidas pedagógicas que evitarían muchos de estos problemas en las clases”. En este sentido, la profesora apunta a una actuación en tres ejes fundamentalmente: tomar medidas preventivas, lo que implicaría atender a los alumnos con más riesgo o implicados directamente en casos de violencia, realizar una gestión democrática de la convivencia y profundizar en la Educación en sentimientos y valores.

Políticas educativas

Además, para Ortega, es imprescindible realizar políticas educativas que inviertan en recursos humanos, en calidad y en la mejora de la vida en las aulas. Para ello, según Ortega “hay también que ahondar en la formación del profesorado, que a veces no sabe reaccionar o cómo reeducar a los alumnos más conflictivos dentro de las clases”.

Recetas mágicas

En el Primer Congreso de Educación para la convivencia, organizado por la Consejería de Educación del País Vasco, y en el qué participó como ponente Rosario Ortega, se llegó a varias conclusiones que pueden servir de “recetas mágicas” para atajar la violencia en los centros educativos. Entre ellas, cabe destacar la importancia de mejorar las relaciones entre personas y entre grupos, algo que se debe fomentar desde el proyecto educativo del centro. Además, dado que el conflicto es un factor de cambio de progreso, tanto en el plano personal y social como en el científico, resulta imposible separar Educación y conflicto.

En cuanto al maltrato entre iguales, los centros tienen que detectarlo, ser sensibles y actuar contra él, ya que es un hecho que trasciende la conducta individual.

Por otro lado, el papel del profesorado es clave a la hora de plantear intervenciones educativas dirigidas a promover la convivencia. Su formación en estas nuevas tareas promueve la asunción de este cometido y la generación de nuevas destrezas para ejercerlo con seguridad.

Tampoco se puede olvidar que los centros educativos tienen herramientas y estrategias para construir su propio clima escolar, aunque están influidos por variables externas del contexto social en las que tienen escasa o nula capacidad de intervención.

Por último, hay que tener en cuenta que no se puede responsabilizar sólo al sistema educativo del supuesto deterioro de la convivencia en las aulas, aunque hay que trabajar para mejorarla.

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