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Educar para la paz

La Historia no la cambian los héroes, sino las personas comunes con sus acciones comunes.
Miércoles, 19 de septiembre de 2001
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Cada uno de los occidentales tiene una imagen, un hecho grabado de lo ocurrido estos días. Uno se inclinan por las largas cáidas al vacío de los deseperados; otros, por el triste destino de los pasajeros de los aviones; hay a quienes su sensibilidad les lleva a esa noche de horror, angustia y espera que tantas familias tuvieron que vivir la noche en que jamás llegaron sus seres queridos, cuando de la nube del dolor comenzaba a crecer la certeza de que nunca más volverían a verlos. Nadie indiferente.

Pero comienza a ser hora de analizar más incisivamente no dónde, cómo y por qué se produjo el hecho, sino qué nos ha llevado a esta situación, y qué podemos hacer para remediarla, naturalmente desde una atalaya de 134 años al servicio de la Educación. A lo largo de este periódico nos ha movido la idea de intentar desentrañar el cóctel ideológico-mental que se encuentra tras esta criminal acción. Aquí vamos a intentar extraer las consecuencias.

Polibio escribió que “una injusticia permanente acostumbra a ser más dispensada que una maldad irracional e inesperada”. Probablemente con el tiempo comprenderemos la verdad de estas palabras. Porque es cierto que tras este ataque existen muchas injusticias, aunque a lo mejor no aquellas de las que hacen alarde gran parte del pueblo musulmán.

Por un lado, se encuentra el mantenimiento de las dinastías que obtuvieron el poder tras la descolonización, y que han sido sustentadas por alguno de los ex grandes bloques durante décadas. Además, unos pocos han amasado inmensas fortunas, lo que les da una amplísima capacidad de maniobra.

Y sin embargo, la situación del pueblo dista mucho de mejorar, y las voces disidentes son acalladas brutalmente ante la pasividad general. Aunque algunas de estas dinastías tienen en su haber algunas de las más terribles listas de crueldades para con su pueblo.

Si a ello sumamos una ideología que tiende a culpar de todo a un enemigo exterior, personalizado como el diablo, nos encontramos casi a la altura de comprender qué está pasando.

La pregunta fundamental es: ¿y qué podemos hacer ahora? Hace unos pocos años, el obispo de Marsella pronunció la feliz ocurrencia de que “hasta ahora nos las habíamos visto con los islámicos, pero dentro de poco nos las tendremos que ver con el Islam”. En muchos colegios de España, esto se ha hecho realidad. Y habría que decir que afortunadamente: es la oportunidad más grande que han tenido tanto el Islam como Occidente de convivir juntos, sin armas ni dominaciones de por medio. Y es ese uno de los frentes más importantes en el que los profesores pueden presentar la batalla con ventaja. Cualquiera que consiga que dos personas de pueblos distintos se vean simplemente como personas, habrá dado un enorme paso hacia la paz. Y no sólo hacia la paz “en este lado”, sino en ambos.

Pero queda todavía lo más importante: es posible que muchos de los males que existen ahora puedan ser evitados, minorizados o agravados en el futuro, y de ello dependen muchas circunstancias que estamos pergeñando ahora. Esas circunstancias no son otras que los alumnos que cada docente tiene en sus manos, cada día durante este año que empieza.

Y no nos referimos aquí a la idea americana, que tanto adorna multitud de series y películas, y que gira en torno a la idea de que cada persona puede hacer algo hermoso o útil para la sociedad. La idea debe ser más social y menos ingenua: todas estas personas van a tomar diariamente cientos de pequeñas decisiones que afectan a cosas tan nimias como comprar o no un libro de mayor o menor calidad, seleccionar a este o a aquel candidato par un puesto en el departamento que dirige, apoyar o no una iniciativa vecinal o votar por uno u otro candidato en las elecciones de su pueblo o ciudad. Y de cómo esté formada, de cómo sea capaz de ver o pensar las cosas cada persona, va a depender que el mundo acumule otra injusticia a sumar a la enorme montaña que nos rodea, o liberar a cualquier vecino, familiar o compañero de esa pequeña carga que puede agobiarle en ese momento.

Pero la implicación de las acciones humanas puede no acabar ahí, y de forma a un tiempo natural y misteriosa, enrollarse en la espiral de acontecimientos que tarde o temprano modifican la historia en un sentido u otro.

Porque la historia no la cambian los héroes, sino las personas comunes con sus acciones comunes. Por eso es tan importante proveer al mayor número de personas del menos común de los sentidos. Y tenemos nueve meses por delante para que cada docente aporte su granito de arena. Ánimo, que lo mismo cambiamos este puñetero mundo. 

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