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Presión social para que se firme el Pacto por la Educación

No hay tanta distancia. O al menos eso se desprende del análisis de las declaraciones, manifiestos, documentos y demás escritos de variado pelaje de los que semanalmente damos cuenta en este periódico. Siempre que los deshojemos de la carga ideológica.
Miércoles, 24 de octubre de 2001
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Las razones para la firma

Cualquiera que haya seguido puntualmente los números de MAGISTERIO de los últimos meses, habrá podido constatar la gran variedad de opiniones y declaraciones vertidas con motivo de las reformas propuestas desde el Ministerio de Educación.

Habrá podido también certificar la enorme cantidad de datos, estudios, encuestas, en definitiva aproximaciones más o menos científicas a la realidad escolar, que se han ido publicando.

Y habrá podido comprobar, que es lo más importante, que no hay grandes distancias entre ellas. Naturalmente, una vez producida la “exfoliación ideológica” de los distintos documentos, y rectificando hacia un lado u otro según el origen de los datos o de los autores.

Antecedentes

La historia puede arrancar de lejos, tanto como queramos. Quizás los orígenes podamos situarlos en la última legislatura socialista, una vez promulgadas las leyes educativas más importantes, cuando el gobierno del PSOE estaba ya en horas bajas. Se hicieron propuestas entonces desde varios sectores sindicales, sociales y políticos, con diversas variantes sobre su sentido: unos se inclinaban por un pacto social, más técnico, generalmente auspiciado por lo sindicatos; otros, conscientes de que un pacto social sin respaldo político del partido en el Gobierno es poco viable, apostaban por un acuerdo encabezado por los partidos mayoritarios.

Aquellas inquietudes tuvieron reflejo en distintas propuestas sindicales no consensuadas, y en un documento firmado en 1997, la Declaración conjunta en favor de la Educación. Auspiciado por la Fundación Encuentro, esta declaración de intenciones, apoyada especialmente por asociaciones y sindicatos –más algún teórico como Álvaro Marchesi o César Coll–, buscaba unos puntos en común sobre los que cimentar el resto de los acuerdos, y tenía sobre todo buena voluntad y más sentido social que político.

Aunque muchos de sus principios podrían considerarse válidos actualmente, al no producirse por aquel entonces la temida reforma educativa del PP, el documento fue cayendo en el olvido.

Pero, andando el tiempo, la inevitable reforma de la LOGSE ha llegado. Afortunadamente, está llegando una vez superados los virulentos antilogsismos y, por otra parte, una vez comprobado que la Logse no acaba de funcionar –ya es un tópico lo de “hasta Marchesi lo reconoce”.

Un buen momento

Pero el momento no es bueno sólo por esta razón. En un editorial de junio, MAGISTERIO exponía las razones para el Pacto.

Tras llegar a la cúpula socialista, de la mano de Rodríguez Zapatero, el sector más moderado y “pactista” del PSOE, llegaron a buen puerto los referidos a Terrorismo y Justicia. Comenzó a hablarse entonces de la posibilidad de llegar a un gran acuerdo educativo.

Quevedo describía a la ocasión con una breve y escurridiza coleta. Coleta que lleva zascandileando alrededor de los partidos y los sindicatos, y no se sabe cuánto puede permanecer por allí.

Todo el mundo tiene encima de la mesa sus propuestas: sindicatos y asociaciones tienen muchas interesantes, aunque quizás deberían podar algunas, más parecidas a soflamas político-ideológicas. Muchos observadores piensan que un acuerdo social podría conseguirse.

Queda, por tanto, el político. Quitando a algunos partidos minoritarios, que bien se sumarán al pacto si se unen los dos grandes, bien se distanciarán por simple espíritu de contradicción, no parece haber una excesiva distancia entre las propuestas de ambos partidos. Ambos coinciden en que existen graves problemas, especialmente en Secundaria, que la Logse no es capaz de atajar. Sus propuestas difieren lo suficientemente poco como para poder llegar a un acuerdo, cierto que tras mucho trabajo.

Una de las cosas que faltan es la sintonía personal entre quienes deben negociar. No creo que haya que apelar al sentido de responsabilidad de quienes ocupan los cargos para salvar el escollo. Otra, muy importante, la falta de voluntad política real de ambos líderes: hace unos meses, el Ministerio se sentía muy seguro de sacar las leyes adelante y no ponía su empeño en ello; ahora mismo está en marcha una estrategia frentista de desgaste electoral, y parece no interesar a la otra banda.

Y, en medio, los profesores, los alumnos, los padres, los ciudadanos. En este momento estamos viviendo una situación crítica, que puede poner en peligro el futuro de una generación.

Cada alumno que no acaba la Secundaria Obligatoria es un fracaso no sólo del sistema, también lo es de la sociedad. Cada agresión a un profesor destruye años de trabajo y esfuerzos, de ilusión irrecuperable, además del principio de convivencia del centro.

Y mientras, a tantos se les llena la boca con que el verdadero capital son las personas. Pues las personas son su Educación. Por tanto…
 

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