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Adolescentes límite

Parece que los comportamientos sin límite de los adolescentes están de moda. Dos películas americanas –”Thirteen” y “Elephant”–tratan el tema, y se estrenan este invierno en España. Y es que estos comportamientos, antes más propios de los ambientes marginales o de clase social muy alta –el emperador Calígula que nos pinta Suetonio sería una de sus prefiguraciones– se están extendiendo a todas las clases y ambientes. ¿Qué ocurre en la cabeza de un adolescente al límite?
Miércoles, 21 de enero de 2004
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Autor: José M. LACASA

Cada vez son más frecuentes las noticias en la prensa de menores de edad en procesos de rehabilitación a todo tipo de adicciones. Un estudio de la universidad salmantina llamaba la atención sobre adolescentes que comienzan los programas de desintoxicación a los 15 años. Proyecto Hombre, la veterana asociación especializada en rehabilitación de toxicómanos, también está dando la voz de alarma por la temprana edad de los últimos ingresos.

En Tenerife, desde hace unos años las urgencias detectan a adolescentes con graves problemas neurológicos: se ha demostrado que estaban causados por el consumo de “crack” –un derivado de la heroína, menos adictivo pero más demoledor– que se puede conseguir (todavía hoy) en una plaza de la localidad por ocho euros la dosis.

Sin clase social

Estos comportamientos destructivos se van extendiendo en la sociedad, sin respetar clase social ni cultural. Y es que la posibilidad de conseguir sustancias adictivas es tan sencilla que ya no sirve de nada el control. Y, como no podía ser de otra manera, se está buscando la solución en donde siempre: la Educación.
Solución u origen del problema, porque los expertos apuntan cada vez más a las circunstancias familiares y a la Educación recibida como primeros responsables de estos comportamientos en la adolescencia (Educación en la familia, en este caso el centro puede hacer poco más que hacer ver la realidad a los padres).

Primeros, pero no principales: hasta que un padre no invite a su hijo a drogarse, el máximo responsable será el adolescente, y eso hay que dejárselo claro, pues, al no ser consciente del problema, tiende a culpabilizar a todo lo que le rodea, padres, sociedad… De hecho, si el adolescente no se responsabiliza, toda solución es inútil.

Pero las circunstancias familiares no ayudan. El crecimiento de las separaciones y divorcios, como denuncia esta semana el Instituto de Política Familiar, aumenta exponencialmente, hasta llegar a 115.000 en 2002. Además, durante años han estado de moda ideologías que consideraban una aberración poner límites a los niños, e incluso hay quién ha defendido que la autoridad es antipedagógica.

Y, sin embargo, en los límites está la clave: aquel a quien no hayan puesto límites, tenderá a buscarlos hasta que los encuentre, de una manera u otra. El problema es cuando es la realidad la que pone esos límites, porque no hay maestro más duro.

Infiernos familiares

Lo que es seguro es que sólo aquellas familias que se han encontrado con un caso semejante saben el dolor que puede suponer un caso así en la familia. Asistir a la paulatina destrucción de un hijo, que además amenaza –y lo cumple– con arrastrar a su propio infierno a todos los miembros de la familia, es una de las experiencias más dolorosas que existen.

Ante una sospecha, lo más importante es no esconderse, sino a hacer averiguaciones, preguntar, buscar asesoramiento, saber exactamente en qué está metido el joven. Es imprescindible situar el problema, porque tan malo es preocuparse por un comportamiento normal sacado de quicio como minusvalorar una conducta de riesgo. José Antonio Marina decía que es un drama que los padres no hablen más con los profesores de Secundaria, porque son los que aún mantienen contacto con la realidad que viven los chicos, mientras que el padre suele estar engañado.

Acudir seguidamente a especialistas que puedan asesorar sobre qué hacer, saber a qué se pueden enfrentar, comenzar a tomar medidas y poner límites. Por mucho que cueste (y, a veces, cuesta mucho).

De todas formas, los especialistas tienen una cosa muy clara: nunca es tarde para tomar medidas, pero si se ponen antes todo es más fácil. Una Educación con criterios, pendiente de las necesidades de los niños y no de lo que esperamos de ellos, ayudarán a nuestros hijos a elegir correctamente en las innumerables veces que la droga o el alcohol se van a cruzar en su camino.

Dejar de lado las preocupaciones de los adultos y averiguar las de los niños es la mejor prevención. No dejarse llevar por la desilusión si el niño no alcanza lo que esperamos de él, puede ayudarle en el futuro. Y eso está al alcance de cualquier padre.

Gonzalo Aza, profesor de Psicología de la Universidad Pontificia de Comillas: «Aunque sea a destiempo, los límites hay que ponerlos»

Gonzalo Aza es doctor en Psicología, profesor en la Universidad Pontificia de Comillas y especialista en intervención familiar.

—¿Le sorprende la noticia de que hay adolescentes rehabilitándose a los 15 años?
—No. La edad de inicio en el alcohol y el tabaco, según un estudio que hicimos en colegios de la FERE, era a los 11,2 años de media. Y a ello se suma una tendencia de abuso descontrolado los fines de semana.

—¿Este comportamiento se da en familias de algún tipo concreto?
—Sí, aparece más a menudo en familias con procesos de ruptura, en padres muy tensionados por los problemas cotidianos pero pero que no centran sus esfuerzos en las necesidades de sus hijos, en progenitores que no supervisan el comportamiento de sus hijos (no saben qué hacen, ni cómo, ni cuándo). Son niños que han desarrollado su conducta sin tener un adulto que les ponga límites.

—¿Y cómo se detecta?
—Cuando llegan a la escuela suelen plantear problemas de conducta, lo que se advierte con mucha facilidad: absentismo, comportamientos antisociales, fracaso escolar.

—¿Y qué perfil tienen estos chicos?
—Han tenido un modelo educativo paterno de excesivo proteccionismo (que no sufra) y a la vez muy permisivo. Responde a una concepción ideológica por la cual las cortapisas pueden traumatizarlos, y sus progenitores tienen escrúpulos con respecto al ejercicio de la autoridad.
Ya advertía Ortega contra el “democratismo” en las familias. Es muy típico oír lo de “a todos los he educado por igual”, y eso es un error. Hay que educarlos según lo que precisen.La democracia se basa en el diálogo como socialización, pero a veces el niño no está en disposición de dialogar, o no tiene esa capacidad. Además, se olvidan modelos educativos básicos, como la repetición, etc.

—¿Cuándo se deben poner los límites?
—Los niños necesitan límites. Si se les ha puesto de pequeñitos, la adolescencia transcurre con menos sobresaltos. De todas formas, si no se han puesto los límites a tiempo, hay que ponerlos a destiempo. Pero hay que ponerlos. El problema es que los adolescentes límite necesitan intervenciones límite.

—¿Y cómo se ponen los límites límite?
—Son los padres los que han de ponerlos, con el asesoramiento adecuado. Por eso, si no se cuenta con la familia durante el tratamiento, no hay nada que hacer.

—Muchos padres se sienten culpables…
—Los padres forman parte de la solución, pero no está demostrado que sean los culpables.

¿Qué hacer?

Para el doctor Aza, “buscar ayuda es imprescindible: asociaciones que trabajan el tema, profesionales. Lo primero es pedir asesoramiento y saber qué ocurre de verdad: movilizarse, preguntar en la escuela cómo ven a su hijo, ir a asociaciones como Proyecto Hombre”.

Lo que más cuesta a os padres es admitir lo que está pasando: “Aceptar que un hijo tiene estos problemas es muy duro, y es habitual que los padres se escondan, hasta que el problema estalla. Y sin embargo, es mucho más fácil actuar antes de que todo se deteriore”, nos dice.

¿Debería penarse el engañar a un menor?

La sociedad es especialista en lanzar mensajes contradictorios a los jóvenes. Unas veces son fruto de una legítima discrepancia ideológica, otras para obtener un beneficio económico, una venta. Sin embargo, una cosa es no estar de acuerdo con los mensajes destinados a este tramo de edad, y otra cosa mentir y manipular con más o menos descaro.

Por ejemplo, en una reciente campaña de una cadena de comida rápida, destinada por mensajes, producto e imagen a adolescentes, la canción de fondo repite: “Hago lo que quiero, lo demás no importa”. Cualquiera que haya superado la adolescencia sabe que eso es mentira.

Hace no mucho, el Gobierno intentó poner límites a la propaganda que, desde muchos medios, se hace de las drogas menores, especialmente contra las mentiras sobre su inocuidad. Sin embargo, es más difícil poner coto a aquellos que fomentan comportamientos inanes o destructivos. Sin recurrir a la telebasura, un vistazo a diversas revistas adolescentes (alguna, como la reciente “Loka”, tiene la cara de poner, en letras mínimas “No recomendada para menores”, cuando todas las que consultan a la revista lo son) podría ponernos en contacto con lo más deleznable que, a nivel de ideas, pueda uno encontrar. A la vaciedad moral e intelectual se suma la desinformación más absoluta. Una joya. 

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