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La peor lección imaginable

Seis menores en la lista provisional de víctimas mortales; muchos padres que, tras depositar a sus hijos en el colegio, cogieron alguno de los trenes sin destino; profesores fallecidos o desaparecidos; universitarios que hicieron caso omiso a la huelga. La terrible masacre cometida el pasado 11 de marzo en la capital ha tocado de lleno el corazón de la Educación madrileña. En una catástrofe de tales dimensiones, esto no extraña a nadie. Sin embargo, como ya todos saben, los trenes en los que los terroristas colocaron sus mensajes de muerte y caos solían ir atiborrados de estudiantes. Una pequeña concesión del destino quiso que ese día no hubiese clases en la universidad, en cuyo caso probablemente estaríamos hablando de decenas de alumnos perecidos junto a sus apuntes, sus esperanzas y la incomprensión de todos.
Miércoles, 17 de marzo de 2004
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Autor: Rodrigo SANTODOMINGO

Corrían rumores, en la mañana del 11-M, de que el Colegio “Virgen de Atocha” había sido afectado por las atronadoras explosiones que despertaron a Madrid en el día más negro de su historia contemporánea. Cristales rotos, al parecer. Sólo un susto.

A las 18 horas de ese día, poco después de que la policía abriese de nuevo al tráfico la glorieta de Atocha, el exterior del centro presentaba un aspecto de total normalidad. Ningún desperfecto. Ni siquiera una ventana resquebrajada. Nada raro salvo la nula actividad alrededor y el silencio roto por las ambulancias que salían y entraban sin cesar de la rebautizada zona cero. Al parecer, la onda expansiva había apagado su furia contra los edificios de RENFE que separan al colegio de la estación, en los alrededores de la calle Téllez.

El día siguiente, viernes plomizo y lluvioso en la capital, MAGISTERIO quiso confirmar que el “Virgen de Atocha” había salido ileso de las garras del odio anónimo. Respondió a la llamada su director, Ismael Cuesta, presidente de Educación y Gestión en la Comunidad de Madrid. “Al edificio no le ha pasado nada, en efecto. Lo que tenemos son varios alumnos heridos. Seis permanecen hospitalizados. Una chica de Segundo de Bachillerato está muy grave; los otros, de 3º de ESO, tienen lesiones en ojos y oídos”.

Paradoja

Una paradoja del destino quiso que los estudiantes del “Virgen de Atocha” afectados por el atentados vinieran del barrio de “Santa Eugenia”, otra de las estaciones elegidas por los terroristas para lanzar su mensaje de muerte y caos. En total, eran unos 30 alumnos de 2º, 3º y 4º de ESO los que vivían en el barrio del sur madrileño. Cada curso viajaba en un vagón. A los de 2º y 4º no les pasó nada: su vagón sólo trasladaba mochilas con libros. Con los de 3º se cebó la masacre.

Lo ocurrido en el “Virgen de Atocha” sirve para mostrar hasta que punto la ferocidad de la catástrofe sufrida la semana pasada ha desacreditado a la lógica como criterio de análisis informativo. Un periodista que sigue la pista de unos supuestos cristales hechos trizas por la cercanía de un centro al lugar de la masacre para terminar descubriendo que, lo que en realidad saltó en mil pedazos, fueron los ojos y los tímpanos de cinco chavales de 16 años. Porque vivían en Santa Eugenica. Porque la violencia ciega se congratula de hacer honor a su nombre. “Amamos la muerte”, reza el comunicado difundido por Al Qaeda reivindicando la brutal acción.

Sin localizar

Por el momento, nadie posee datos definitivos sobre el alcance global de la tragedia en la Educación madrileña no universitaria. Sobre niños y alumnos, la Oficina del Defensor del Menor habla de tres fallecidos con menos de 18 años: un bebé que murió el sábado tras días de agonía, un chico de 16 años y otro joven que hubiera celebrado la mayoría de edad el 12 de marzo.

Sin embargo, este organismo aclara que dichos datos no son sino un mero recuento de las informaciones que les han ido llegando desde el pasado jueves, en ningún caso un listado oficial. De hecho, en su edición del lunes 15, el diario El Mundo incluía a cinco menores en su lista de fallecidos. Dos marroquíes de siete y 14 años, un español de 17, un ecuatoriano de la misma edad y una niña polaca con tan sólo siete meses, el bebé número 198 en la trágica lista, uno de las víctimas cuya pérdida final más conmocionó a los españoles. Por el momento, la única víctima mortal matriculada con seguridad en alguna de las enseñanzas no universitarias de la región es Jorge Rodríguez Casanova, alumno de Formación Profesional en el Colegios de los Salesianos de Atocha. Jorge iba acompañado de su padre el día de los atentados. Ambos murieron al entrar su tren en la estación de Atocha.

En cuanto a profesores, las informaciones son aún más confusas. Se tiene constancia de varios heridos, y existen rumores sobre docentes en activo sin localizar. Se sabe con certeza que Javier Mengíbar, profesor de Secundaria y hasta el pasado jueves funcionario del Ministerio de Educación desde la Subdirección General de Coorperación Internacional, pereció dejando viuda y dos hijos. Algunas fuentes aseguraban al cierre de esta edición que Antonio Fernández, director del Colegio Público “Madrid Sur” (situado justo enfrente del apeadero del Pozo del Tio Raimundo), cuyo paradero era incierto el día del atentado, continuaba sin ser localizado. Por fortuna, una llamada al centro atendida precisamente por el máximo responsable del “Madrid Sur” acabó por desmentir dicha versión, pero su caso demuestra hasta que punto un ataque de estas dimensiones puede convertirse en hervidero de informaciones contradictorias.

Antonio Fernández aprovechó para añadir que el centro que dirige tuvo que ser desalojado tras la explosión que frenó en seco la travesía que conecta el Corredor del Henares con el sur de la capital. Fernández suspira aliviado mientras explica que el techo de la estación de “El Pozo” neutralizó la onda expansiva, por lo que el edificio del colegio apenas ha sufrido daños. Ningún alumno o profesor figura en la lista de heridos, en parte también por la hora de la explosión, demasiado temprana para que hubiera movimiento preescolar en las inmediaciones del centro. Sin embargo, una madre que había depositado a su hijo en el servicio de acogida que diariamente presta el colegio para los alumnos más madrugadores sí sufrió en sus carnes la sinrazón de la violencia fanática. Tras abandonar el “Madrid Sur”, esta madre volvió a los andenes de “El Pozo”, donde encontró la muerte. Otros diez familiares directos de niños que estudian en este centro tuvieron más suerte: han resultado heridos de diversa consideración.

El “Virgen de Atocha”, el “Madrid Sur” y otros tantos centros educativos de la Comunidad organizaron actos de repulsa y duelo en los días posteriores a la masacre. Concentraciones pacíficas en las que no faltaron velas ni palabras de recuerdo, marchas silenciosas con destino a alguna de las estaciones en el punto de mira de los atentados, minutos de respetuosa reflexión a las puertas del colegio o instituto.

Dicen los psicólogos que en situaciones de absoluta desolación se hace necesario indagar en los recovecos de nuestra mente a la busca de un nosequé que arroje luz donde sólo hay sombra . El famoso “pensamiento positivo”, algo que en momentos de máximo sufrimiento se antoja más bien una frivolidad, una especie de deslealtad a las víctimas. Pues bien, observados desde fuera, con sus rostros apagados y solemnes, los niños de todas las edades que participaron en los actos en recuerdo a las víctimas parecían haber aprendido una de las lecciones más importantes de su vida: cuan cruel puede ser el hombre, pero también hasta donde llega la solidaridad de la mayoría en momentos límite.

Gimnasio-hospital

En algunos casos, el apoyo de la comunidad escolar tras la barbarie terrorista que desgarró la capital el 11-M fue más allá del acto simbólico para entrar de lleno en el terreno de la colaboración ciudadana activa. Así, el Instituto de Enseñanza Secundaria (IES) “Madrid Sur”–ubicado junto al centro de Infantil y Primaria homólogo– abrió su gimnasio a los servicio sanitarios para que estos pudieran levantar un hospital de campaña en las horas inmediatamente posteriores al atentado.

La directora del centro, Ana Rodríguez, cuenta que alguno de los heridos que fueron atendidos en el recinto del IES (la mayoría muy graves) perdió la vida antes de que pudiese ser traslado a algún hospital. Rodríguez añade que, si bien el centro ni siquiera llegó a abrir sus puertas el fatídico día, su equipo directivo y parte del claustro permaneció en él “para prestar cualquier tipo de ayuda”. Al igual que en los otros casos citados, las instalaciones del IES resultaron casi indemnes tras los atentados. En esta ocasión sí hubo ventanas rotas y algún que otro destrozo sin importancia. Una vez más, la tragedia cobró forma humana: varios familiares de alumnos heridos. Su gravedad estaba siendo verificada el lunes día 15, ya que “el viernes muy pocos alumnos acudieron a clase”, señala la directora del instituto.

El día del atentado, un profesor de este mismo centro de Secundaria se desplazó a su lugar de trabajo un poco antes de lo habitual. Viajó en el tren que explosionó al arrancar tras su parada en “El Pozo”. Su vagón no fue uno de los elegidos por los terroristas para su carnicería. Hoy es uno de tantos que el 11-M volvió a nacer.

Ocho huérfanos

Desde el pasado día 11 de marzo, hay un colegio en Madrid en el que están matriculados ocho niños que la brutalidad integrista ha querido convertir en huérfanos. Es el “Ciudad de Valencia”, cerca de la estación de Santa Eugenia. Diariamente, muchos padres de esta zona cogen la red de cercanías para trasladarse a su lugar de trabajo tras depositar a sus hijos en las aulas. Aunque este extremo no ha sido confirmado por la dirección del “Ciudad de Valencia”, es probable que muchos se conozcan entre ellos, por eso acuden juntos a la estación de Santa Engracia. Una versión factible que explicaría por qué la sinrazón ha querido cebarse con este centro público, donde también se ha reportado la muerte de dos hijos de una profesora y la desaparición de un alumno.

Por el momento, sólo se tiene constancia de otra madre de un alumno del Colegio Público “Madrid Sur” que murió tras dejar a su hijo en el servicio de acogida del colegio. Se estima que los padres fallecidos podrían ser muchos más.

La huelga universitaria que salvó decenas de vidas

Cualquiera que haya utilizado la red de cercanías de la Comunidad de Madrid en hora punta sabe que la población universitaria es quizá la que más asiduamente recurre a esta forma de transporte. Miles de estudiantes madrileños recorren diariamente las grandes distancias que separan sus residencias de su lugar de estudio en tren. Hasta el pasado 11 de marzo, un forma de desplazarse con fama de precisa y segura.

Nadie se atreve a calcular cuantos jóvenes madrileños hubieran muerto el pasado jueves si ese día todas las universidades públicas de la región no hubieran convocado una huelga. El motivo de la movilización era la exigencia del complemento retributivo, pero esto, lógicamente, es lo de menos.

Lo importante es que el número de universitarios fallecidos el fatídico 11-M no ha superado (a la espera de que termine la identificación de cadávere) la media decena. Cinco alumnos muertos por seguir su rutina diaria en una jornada en la que la mayoría prefirió quedarse en casa. Una cifra escalofriante hablemos o no de un atentado con 200 víctimas. Cinco vidas sesgadas en la plenitud por un fin que ni siquiera puede ser calificado de injusto o desproporcionado porque, sencillamente, nadie sabe exactamente cuál es.

La universidad más afectada por la masacre fue la Politécnica de Madrid (UPM). Los nombres de dos alumnos matriculados en la UPM se encuentran en la lista de víctimas provisional. Son María Fernández del Amo, alumna de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales, y Oscar Abril Alegre, que cursaba estudios en la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte.

Además, según el comunicado emitido por el rector de la UPM, Saturnino de la Plaza Pérez, otro alumno de la universidad se encontraba desaparecido el pasado viernes. La nota hace mención a varios estudiantes heridos de diversa consideración, sin ofrecer más datos.

En la Univesidad Autónoma de Madrid, la mala suerte recayó en Alberto Arenas Barroso, estudiante de cuarto curso en la carrera de Gestión Aeronaútica. Además de varios alumnos heridos confirmados por el rectorado de este centro de estudios superiores, murió en los atentados un empleado de la limpieza que trabajaba en dicha universidad.

Otra limpiadora de la Universidad Complutense (una vez más, obreros y estudiantes…) resultó muerta en las explosiones, así como Juan Carlos del Amo Aguado, quien, tras haber leído su tesis doctoral, participaba en un proyecto de investigación en el Departamento de Química Orgánica de la Facultad de Química.

En cuanto a las privadas, y siempre a falta de que se elabore una lista completa de víctimas mortales, la única que tuvo que lamentar muertos entre sus estudiantes fue la Pontificia de Comillas. Fue Sara Centenera Montalvo, alumna en la Escuela de Enfermería “San Juan de Dios”.

 

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