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Ni vagos ni maleducados, hiperactivos

Dificultades de atención, de organización, para controlar los impulsos o para regular la actividad. Éstos son algunos de los síntomas del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), que bien pueden confundirse con comportamientos propios de niños con bajo rendimiento escolar, vagos o maleducados. El diagnóstico de un especialista resulta fundamental en un trastorno que, si bien es genético, afecta a cada vez más niños de todo el mundo.
Miércoles, 20 de octubre de 2004
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Autor: Zaida PÉREZ DE ARANDA

Actualmente está en boca de todos. A cualquier niño nervioso o simplemente un poco “trasto” se le tilda de ‘hiperactivo’. Según María Jesús Mardomingo, jefa de la Sección de Psquiatría Infantil del Hospital Gregorio Marañón, “el Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) está de moda porque ha aumentado la prevalencia de los niños y jóvenes que lo sufren”. Lo cual no quiere decir que sea un trastorno nuevo: “los psiquiatras infantiles lo conocen desde hace un siglo”.

Ahora bien, las cifras se han disparado en los últimos años: “el TDAH no tiene fronteras –afirma Preston J. Garrison, secretario general y consejero delegado de la Federación Mundial para la Salud Mental– y afecta a entre un tres y un siete por ciento de niños en todo el mundo”. Centrándonos en España, se calcula que hay un cinco por ciento de menores de 18 años que padecen el trastorno. ¿Por qué cada vez hay más niños hiperactivos?

A pesar de tratarse de un trastorno genético (uno de cada cuatro niños afectados tiene uno de los padres hiperactivo), el TDAH es sensible al entorno, a las características del medio donde vive el niño. Por tanto, se ha visto afectado por “factores sociales y culturales, por los cambios en los valores de la mujer y, en general, por el modo de vida que llevamos. Las características del mundo de hoy, sin duda, están influyendo en que aumente”, afirma la dra. María Jesús Mardomingo.

Sobrediagnóstico

El TDAH afecta a la capacidad del niño de regular su nivel de actividad (hiperactividad), inhibir o frenar sus pensamientos o su comportamiento (impulsividad) y prestar atención a las acciones que realizan (inatención). En Convivir con niños y adolescentes con TDAH, de César Soutullo (Editorial Médica Panamericana), se define al niño hiperactivo como aquel que “tiene gran dificultad o incapacidad para prestar atención y concentrarse, presenta un nivel alto de actividad inadecuado para su edad, se distrae muy fácilmente y es muy impulsivo”.

Esta definición, unida a la avalancha de información que últimamente se ha producido en torno al trastorno, puede dar lugar a equivocaciones: “el sobrediagnóstico escolar y familiar es muy frecuente y alto. La labor del médico es decir si ‘sí’ o ‘no’ y dar un diagnóstico adecuado, lo que requiere de mucha valoración conductual. Hay que ser muy prudente y en caso de niños límite y dudosos, hay que decir que no”, asegura el dr. Alberto Fernández Jaén, jefe del Servicio de Neuropediatría del Hospital de la Zarzuela de Madrid.

El tratamiento del TDAH incluye el uso de medicación y apoyo psicosocial. Lógicamente, la psicoterapia conductual –actuando a nivel familiar, social y escolar– no es objeto de ninguna controversia. El problema está en los fármacos. Muchos padres son reticentes a medicar a sus hijos. Según el dr. Fernández Jaén, “los fármacos no producen dependencia. Cuando se dejan de tomar, pueden aparecer otra vez los síntomas. Es lo mismo que ocurre con los hipertensos, lo que pasa es que con los hiperactivos hay más prejuicios”.

Sin embargo, no cabe duda que es imprescindible el rigor médico: “si a un niño no hiperactivo se le diagnostica como hiperactivo, hay iatrogenia [producción de efectos nocivos debidos a la actuación médica] y los efectos adversos de los medicamentos caen sobre los niños”, afirma la dra. Mardomingo. Por tanto, resulta fundamental hacer un seguimiento adecuado del niño. Generalmente, son los padres, profesores, psicólogos escolares, pedagogos o pediatras los que primero sospechan un posible TDAH. Un pediatra con experiencia puede hacer un diagnóstico inicial, pero son los especialistas (neuropediatría, psiquiatra infantil, psiquitra o neurólogo) los que deben establecer el diagnóstico definitivo.

Profesores y colegios

El éxito educativo de los niños con TDAH pasa por una relación positiva entre estudiante y profesor, basada en la comprensión del niño y su trastorno. Pero para eso hace falta que el profesorado tenga, “si no más información sobre cómo detectar, manejar y enseñar a niños con problemas de comportamiento, incluido el TDAH, sí sobre niños con problemas de aprendizaje. Al fin y al cabo, un niño con problemas de aprendizaje puede evolucionar positivamente con un apoyo especializado, incluso cuando el profesor del aula no sepa muy bien cómo manejar su problema”, asegura la pedagoga Isabel Orjales.

Con todo, no hay que olvidar que “el niño con TDAH genera problemas en el aula que pueden afectar el proceso de aprendizaje de todo el grupo”, continúa la dra. Orjales. Muchos profesores no actúan bien porque consideran a estos niños vagos o maleducados, pero “si comprendieran en profundidad el trastorno, serían capaces de actuar adecuadamente”.

Según una madre de un niño hiperactivo que ha preferido mantenerse en el anonimato, “los profesores suelen tener manía a estos niños en el colegio y hay rechazo entre los demás padres, que no quieren que sus hijos vayan con ellos”. De esta misma opinión es Teresa Moras, presidenta de Anshda (Asociación de Padres de Niños Hiperactivos de Madrid), que considera que “el TDAH no es sólo un problema sanitario y educativo, sino también político y social”.

Recomendaciones para integrar a los niños hiperactivos en clase

Isabel Orjales, doctora en Pedagogía, nos ha dado una serie de recomendaciones a seguir por los profesores en los centros escolares para integrar a los niños hiperactivos. Son las que siguen:

1. Situar al niño en el aula que más se adapte a sus características. Muchos niños con TDAH que nacen en octubre, noviembre y diciembre y que, por lo tanto, son de los más pequeños de la clase, se beneficiarían enormemente si se les permitiera repetir un curso o se les escolarizase en el curso inmediatamente inferior. El TDAH es un trastorno que causa una gran inmadurez (que no retraso intelectual), por lo que estos niños pueden comportarse como si fueran un año más pequeños; si son cronológicamente los pequeños del grupo, la diferencia entre ellos y los nacidos en enero puede ser extraordinaria.

2. Adaptar la metodología a las características de un alumno que: pierde información en el aula, tiene dificultad para estar sentado mucho rato y atender a sesiones prolongadas, muestra una gran dependencia emocional, suele recurrir a llamar la atención de forma negativa, pierde material, olvida apuntar los deberes, requiere supervisión más cercana así como una retroalimentación constante que le haga ver que progresa, etc.

3. Facilitar la coordinación entre los profesores, padres y profesionales.

4. Amortiguar, en la medida de lo posible, el efecto negativo que la sintomatología del TDAH pueda tener en el entorno social del niño y en su rendimiento académico.

5. Transmitir la información sobre las características que tiene el niño a todos los profesores y el personal que está con él.

6. Apoyar a los padres colaborando en la administración de la medicación en aquellos casos en los que sea necesario y haciéndoles llegar información.

“El término ‘hiperactividad’ se aplica indiscriminadamente”

Isabel Orjales es doctora en Pedagogía y profesora de Psicología Evolutiva y de la Educación en la Facultad de Psicología de la UNED.

—¿Qué primeras medidas debemos tomar cuando creemos que nuestro hijo es hiperactivo y todavía está sin diagnosticar?
—El diagnóstico de TDAH es un proceso complejo que supone: primero, valorar si existen síntomas de falta de atención y/o de hiperactividad-impulsividad que sean superiores a lo esperado para la edad mental, cronológica y la Educación recibida por el niño; segundo, determinar que los síntomas se presentan en más de un ambiente, y, tercero, que algunos de ellos se detectaron ya antes de los siete años (es decir, no se trata de algo puntual, sino que en cierta medida siempre se han manifestado); cuarto, que esos síntomas producen o, de seguir así su evolución, podrían producir problemas de adaptación significativos en la familia, el colegio o en su adaptación social y personal, y, quinto, que se descarte que esa sintomatología pueda explicarse mejor por la presencia de otros trastornos como retraso intelectual, trastornos del desarrollo o trastornos del estado de ánimo de otro tipo. Si pensamos que nuestro hijo puede tener rasgos de TDAH, debemos consultar a un psicólogo o psicopedagogo y a un médico especializado en el tema.

—¿Se debe medicar a los niños hiperactivos?
—Estudios recientes controlados con muchos sujetos seguidos durante años han demostrado que el tratamiento más efectivo es el que combina el apoyo farmacológico y el tratamiento cognitivo- conductual. El primero permite al niño reducir su actividad motriz, actuar de forma más reflexiva y mejorar su capacidad de concentración. El segundo posibilita que el niño aprenda a pensar más reflexivamente, desarrolle estrategias cognitivas más eficaces, mejore su relación social, subsane problemas de aprendizaje y aprenda a conocerse y aceptarse mejor a sí mismo potenciando sus buenas capacidades. Dependiendo de las características del niño, la edad y su situación personal, social y familiar, la utilización de la medicación como apoyo es algo aconsejable o necesario.

—¿Hay muchas reticencias entre los padres a la hora de medicar a sus hijos?
—Hace diez años el desconocimiento era completo y los padres se alarmaban cuando se les pedía que acudieran a una exploración neurológica para descartar la existencia de otras patologías. Actualmente los padres se muestran más receptivos aunque requieren, lógicamente, que el especialista les explique detalladamente el por qué, cómo, cuánto y para qué de la medicación.

—¿Qué tratamiento psicopedagógico hay que dar al niño hiperactivo?
—Aquel tratamiento que se adapte a sus características personales, familiares, escolares y sociales. Un tratamiento cognitivo-comportamental que se dirija a moderar el impacto que la sintomatología central del TDAH tiene en su vida.

—¿A partir de qué edad se puede diagnosticar la hiperactividad en un niño en base a sus habilidades sociales?
—Se puede hacer un diagnóstico fiable a partir de los seis años. Entre los tres y cinco años, el diagnóstico requiere un estudio y seguimiento más a fondo y sólo se puede diagnosticar a aquellos niños que tienen una sintomatología más claramente hiperactiva e impulsiva. A estas edades es más difícil valorar si los síntomas están presentes porque todos los niños son muy movidos y dispersos y las actividades en las escuelas infantiles no requieren de largos tiempos de concentración. Si un padre de un niño de dos a cinco años observa características que le hacen sospechar un TDAH es porque percibe una conducta algo más desajustada. Acudir a un profesional le permitirá formarse y trabajar para amortiguar los síntomas.

—El exceso de información, ¿no puede provocar el sobrediagnóstico en el entorno familiar y escolar?
—Puede provocar una mayor demanda de exploraciones por parte de los padres inseguros, pero no diagnósticos erróneos si los padres acuden a profesionales formados en TDAH. Lo peor que puede pasar es que un padre con un niño sin TDAH con problemas de conducta acuda a un profesional que descarte el trastorno y recomiende asesoramiento educativo.

—¿No se aplica con demasiada facilidad el término «hiperactivo» a cualquier niño nervioso?
—Éste es uno de los problemas, el término “hiperactividad” supone exceso de actividad y se aplica indiscriminadamente como una expresión coloquial con la que describir la conducta de un niño. La hiperactividad motriz (exceso de actividad motriz) puede ser una característica normal y puntual en un niño en un momento de su desarrollo, puede ser un síntoma reflejo de otro tipo de trastornos (por ejemplo, la ansiedad) o puede ser parte de un trastorno específico, el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad o TDAH.

—¿No intentan algunos padres solapar bajo la sombra de la hiperactividad otros problemas de sus hijos?
—Muchos profesores piensan que los padres excusan con el TDAH la mala conducta de un niño al que consideran maleducado, pero olvidan que muchos niños efectivamente maleducados lo son porque tienen TDAH, son más difíciles de educar y nadie ha formado a esos padres para ello. Mi consejo es que apoyen a esos padres que no están educando bien a su hijo y que les orienten hacia profesionales que les ayuden a determinar si hay TDAH.

—¿Qué consecuencias puede tener que se le diagnostique a un niño no hiperactivo como hiperactivo?
—Es difícil que un profesional que explore a fondo al niño y le haga un seguimiento durante meses, se equivoque. En caso de error, si el tratamiento que se aplica es cognitivo comportamental únicamente, los padres recibirán mayor formación en la Educación de sus hijos, los niños tendrán la oportunidad de desarrollar más estrategias de actuación pero con un coste de atención personal y económico que quizá pudiera no ser necesario. El tratamiento farmacológico de apoyo es posible que no dé los resultados esperados y eso alerte a los profesionales. El TDAH requiere una exploración muy detallada.

El Ritalín en Norteamérica

El mundo feliz de Huxley, donde los problemas sociales y personales se solucionaban a base de pastillas de “soma”, no está tan lejos de ciertos comportamientos de la sociedad contemporánea. Y en la sociedad norteamericana triunfan popularmente: pastillas para adelgazar, pastillas para olvidar, pastillas para dormir, para despertar… Marinoff, con su Más Platón y menos prozac, puso el dedo en la llaga: la falta de recursos intelectuales, creadores, educativos, llevan a utilizar recetas que compensen las deficiencias personales. Esta “moda” tenía que llegar tarde o temprano a las escuelas. Y lo ha hecho en forma de una pastilla, el Ritalín (de la multinacional farmacéutica Novartis), que en principio sirve para tratar el “trastorno de falta de atención por hiperactividad” (AHDH son sus siglas en inglés).

El éxito de la pastilla fue tal en las escuelas que, en unos años, se cifraban en dos millones los niños que la tomaban diariamente sólo en EEUU. El problema está en que, aunque no todos los expertos están de acuerdo, el AHDH se considera que tiene una base neurológica y no conductual. O, en román paladino, que el problema está en una disfunción del cerebro del niño –y por tanto, se arregla médicamente–, y no un problema de carácter –que se arregla con atención y Educación. Pero muchos autores consideran que tratar este trastorno como “patológico” es el primer error: aunque admitan una predisposición neuronal, también es cierto que existe una base social que impide atender al niño correctamente. Otro de los problemas es que, a pesar de que el fabricante desaconseja su utilización a menores de seis años, al menos 200.000 niños entre dos y cuatro años son tratados habitualmente con Ritalín. Por ello, algunos expertos como el doctor Breggin –uno de los críticos más importantes– han dado la voz de alarma sobre el riesgo de adicción entre los pequeños.

Otros expertos más moderados consideran que el Ritalín es un medicamento útil; el problema está en la sobrediagnosticación del AHDH. No todos los niños inquietos o difíciles de controlar en clase tienen AHDH, o no sólo. Y aunque el diagnóstico correcto es posible con las pruebas adecuadas, éste debe ser responsabilidad de un especialista y no de un médico general.

Hasta aquí la experiencia en EEUU y Canadá. Pero como todo lo de esos lares, ya está llegando a España. Y aunque es difícil que aquí se de un pacto entre la farmacéutica y los psiquiatras para extender su uso, como denuncian algunos críticos en EEUU, no por ello estamos exentos de otros riesgos. Y, aunque sea muy cómodo, esta pastilla debe ser recetada por especialistas médicos, y no aconsejada por otros profesionales.
 

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