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Los expertos alertan del tratamiento del caso Jokin

Si para algo ha servido el caso Jokin ha sido para llamar la atención social sobre la gravedad que puede alcanzar el bullying. Sin embargo, puede tener otros efectos perniciosos.
Miércoles, 17 de noviembre de 2004
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Autor: José M. LACASA

El “caso Jokin”, el adolescente que se suicidó en Fuenterrabía tras sufrir el acoso constante de varios compañeros de instituto, ha desatado una enorme alarma social y ha hecho que la sociedad en general y la comunidad educativa en particular tome conciencia de golpe de la gravedad del hecho.

Actualmente, el bullying es una palabra de moda en la sociedad, aunque según José María Avilés –psicólogo y responsable de Salud Laboral de la Confederación STES–, uno de los pocos expertos en este fenómeno y que ha acabado la tesis sobre este tema recientemente, este fenómeno “no se acota suficientemente, y se está confundiendo con otras formas de violencia”. Este psicólogo habla de datos inflados –”afecta a alrededor del 6%, no del 30 o del 40%, como he visto en los medios”– y de confusión: “El bullying tiene una serie de características: desequilibrio e imposición de poder, repetición, recurrencia…”. Este último concepto es, en su opinión, clave, “y no se está poniendo sobre la mesa”.

Avilés ve en la publicidad del caso el momento de hacer algo: apostar por los modelos de intervención, buscar a personas especializadas que tengan experiencia… También actuar sobre víctimas, agresores y testigos, trabajar con los iguales, en definitiva fomentar la Educación moral del grupo.

Es la visión positiva de la movilización social, aunque Javier Hugo Martín Holgado, psicólogo clínico, ve una más: “Este acto último en que se invierten los términos de víctimas y agresores, en que se reconoce que la muerte de Jokin no ha sido en vano, es importante, sobre todo para la familia”. También ve con esperanza el que comiencen a generarse recursos para paliar este problema “del que lleva hablándose años”.

Partes negativas

Sin embargo, este psicólogo ve dos caras a la difusión del caso: “el recurrir tanto a las flores, a las velas, a ese altar de la muralla, además de morboso, es lo peligroso” de esta publicidad. Peligroso porque puede dar lugar a un efecto mimético. Pero reconoce que es difícil separar lo acertado de lo desacertado.

Sobre este tema abunda José Mª Fernández Martos, profesor de Psicología del Desarrollo en la Universidad de Comillas, que se pregunta: ¿Cambiaríamos tres o cuatro posibles suicidios por que mil alumnos se den cuenta de que eso que están haciendo con un compañero es muy grave y desistan de su actitud?

Un tema “contagioso”

Todo aquel que haya estado en contacto con el suicidio –ya sea profesionalmente o por simple cercanía– sabe que es “contagioso”, es decir, que produce en el ambiente cercano un efecto mimético, incluso en las formas y circunstancias. Los expertos hablan de “infección social”, “efecto cadena” y otras expresiones por el estilo. La Iglesia, que durante siglos prohibió los funerales a los suicidas, ha recomendado en diversas ocasiones no celebrar grandes funerales en estos casos.

Si entre adultos se dan estas características –incluso hasta en temas tan nimios como lugares desde donde tirarse, árboles específicos bajo cuyas ramas se elige poner fin a la propia vida, fechas concretas en que realizarlo (a la semana, al mes, al año…)– entre los adolescentes el efecto puede ser mayor. Desde los suicidios rituales –el último, en Japón, pero en Madrid hubo una cadena hace muy pocos años que afortunadamente no saltó a los medios de comunicación–, a la simple imitación o al deseo de llamar la atención, la etapa adolescente puede ser proclive a estas desmesuras.
 

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