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Diseño inteligente: ¿una alternativa a Darwin?

La teoría del diseño inteligente (DI) ha irrumpido con fuerza en la escena escolar de EEUU. Considerada por muchos como una alternativa válida al darwinismo que se debe explicar en las clases de ciencia, su principal hipótesis apunta hacia una intervención divina o sobrenatural como respuesta a la asombrosa complejidad de la vida natural. Las críticas se centran en denunciar que el DI no permite comprobar experimentalmente la hipótesis que plantea.
Miércoles, 1 de marzo de 2006
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Autor: Rodrigo SANTODOMIGO

Adios a la interpretación literal de la Biblia en las escuelas de EEUU. Se acabó el Génesis como punto de partida y Adan y Eva en calidad de antepasados de todo ser humano. Madurada durante años en la trastienda de una pequeña parte de la comunidad científica, alentada con furor mercadotécnico por los grupos de presión cercanos a la derecha cristiana, la teoría del diseño inteligente (DI) encabeza ahora los esfuerzos por conciliar Dios (o poder sobrenatural) y ciencia en los temarios de la Pública.

Su fundamento esencial –la vida es demasiado compleja para explicarla a partir del azar y la selección natural darwinista: algún tipo de “diseño inteligente” ha intervenido por necesidad– ya se ha hecho un hueco, si quiera fugaz, en los temarios de biología de varios estados.

Suele ser una estancia breve. Por el momento, los tribunales se encargan de tumbar lo que, aprovechando la fuerte descentralización del sistema norteamericano, aprueban las comunidades locales. En los últimos meses, la justicia ha frenado iniciativas que introducían el DI en las aulas de Ohio, Pensilvania, Indiana, Kansas y California.
Pero el empuje de la nueva teoría es imparable, y los muchos debates que suscita, tan fogosos como apasionantes. Amplios reportajes en los principales periódicos y revistas, tertulias televisivos por doquier, encuentros cara-a-cara entre partidarios y detractores…

Hay quien afirma que la mera existencia de “una polémica” sobre la validez de la teoría de la evolución es motivo suficiente para que ésta aparezca mencionada en los curricula. Para otros, el DI compartirá espacio con Darwin cuando sea capaz de establecer preceptos empíricamente demostrables y líneas de investigación factibles, algo que para la gran mayoría de la comunidad científica se antoja harto difícil.

Escuelas de pensamiento

Entre aquellos proclives a abrir la puerta de los departamentos de ciencias al DI, el mismo presidente George W. Bush, que el pasado verano aseguró que “parte de la Educación es exponer a la gente a distintas escuelas de pensamiento”.

Con sus palabras, Bush otorgaba similar legitimidad académica a Darwin y al DI, enorme triunfo para un movimiento que combina pasiones entre la ciudadanía con críticas furibundas desde casi todos los frentes de la élite investigadora.

De hecho, la polémica del DI ha levantado un debate paralelo sobre la capacidad del pueblo llano para opinar sobre cuestiones sumamente complicadas, y las repercusiones que esto pudiera tener a la hora de elaborar los contenidos educativos.

Y es que, según varias encuestas, entre siete y ocho de cada diez norteamericanos están de acuerdo en dar cabida a las críticas al darwinismo al explicar el origen de la vida en los high school. Incluso en el Reino Unido, país mucho menos religioso que EEUU, un 40% daría vía libre al DI en las clases de biología. No hace mucho, la ministra de Educación holandesa, Maria Van der Hoeven, defendió entusiasmada la enseñanza del DI tras entrevistarse con un experto en la materia.

División

Lejos de despertar un aplauso unánime en la esfera religiosa, el DI también ha sembrado la controversia entre las distintas confesiones.

Nada menos que el director del Observatore Romano (periódico oficial del Vaticano), George Coyne, ha asegurado que el DI encuentra su lugar en “las clases de religión, no en las de ciencia”, añadiendo que si queremos “respetar la ciencia moderna, los creyentes deberíamos alejarnos de la noción de un Dios diseñador” y abrazar la del “padre que nos dotó de libertad infinita”.

Algo que no comparte el arzobispo de Austria, Christoph Schoenborn, quien publicó un artículo en el New York Times en defensa del DI, calificando incluso de “vagas e irrelevantes” una declaraciones del fallecido Juan Pablo II en defensa del darwinismo (dijo que no era “sólo una hipótesis” mas).

Para muchos, el DI marca el camino para acabar con la ortodoxia que separa poder sobrenatural de cualquier escrito que se autoproclame científico. Otros opinan que darle alas supondría el comienzo del fin de la ciencia tal y como la conocemos.

Intervención sobrenatural y método científico

Aunque la necesidad de una inteligencia superior que explique la asombrosa sofisticación y variedad de la vida natural se remonta hasta Santo Tomás de Aquino, no es hasta los años 80 del pasado siglo cuando un reducido grupo de autores empieza a hablar de “diseño inteligente” como alternativa científicamente válida a la teoría de la evolución. En los últimos años, la incorporación al movimiento de autores con buenas dotes argumentativas como Michael Behe o William Dembski ha servido para disparar su popularidad en todos los ámbitos.

Aunque muchos consideran que el DI es una nueva versión del creacionismo con un barniz pseudo-científico, lo cierto es que las diferencias entre ambos cuerpos teóricos son sustanciales. Por ejemplo, los defensores del DI se oponen a una interpretación literal de la Biblia: sostienen que sí ha habido evolución y que la Tierra existe desde hace millones de años, pero también que los cambios ocurridos son el producto de una intervención sobrenatural en la que el azar y la selección natural han tenido poco o nada que ver. Además, el DI no menciona en sus escritos a Dios, si bien la mayoría de autores se declaran evangelistas y confiesan que, en su opinión personal, el diseñador es el Dios cristiano.

Para la mayoría de la comunidad científica –desde la Academia Nacional de Ciencias de EEUU hasta una larga lista de premios Nobel–, el nulo margen que el DI deja a la experimentación (base del método científico) ya le desacredita como alternativa al darwinismo. No son pocos quienes afirman que esta teoría responde a una pregunta compleja con una respuesta al menos tan problemática como la misma pregunta: es decir, que ni aporta ni tiene expectativas de aportar nada relevante al conocimiento científico.  

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