Material escolar para cien niños de la zona rural de Tánger
Autor: Marta SERRANO
Es como volver a revivir esas fotos en blanco y negro de la España de los 50, cuando los niños trabajaban desde muy pequeños acompañando a los rebaños o bajando al pozo a por grandes cubos de agua. Aquí, los burros siguen siendo los mejores aliados para las labores del campo y el cultivo de cereales como el maíz, el principal motor económico de la zona. Según las Naciones Unidas, la frontera de España con Marruecos es la primera del mundo por la diferencia de desarrollo humano.
En Malloussa viven más de 11.000 personas dispersas por 13 pueblos. En el que da nombre a la zona no viven más de 500, de las que casi un centenar son niños. No es de extrañar que para ellos, la llegada de 20 españoles de ADRA dispuestos a trabajar en su orfanato haya sido todo un hito. Durante dos semanas hemos puesto a punto este centro antes de que reciba a sus 250 alumnos. Pero esta historia va mucho más allá de un simple viaje solidario en el que hayamos donado material escolar (mochilas, cuadernos, rotuladores…) para 100 alumnos y arreglado y pintado paredes, puertas y baños. Marruecos quiere librarse de sus complejos y demostrarnos que no es un país del tercer mundo, ni su religión un credo de terroristas. Y se empeñan en demostrarlo a cada paso que damos y en cada gesto de agradecimiento.
Y han sido los niños los que han hecho que esta experiencia algo singular. En Marruecos, la escolarización no es obligatoria (en Malloussa, sólo la mitad va a clase) y si desde bien pequeños trabajan para la familia, ahora en verano ocupan todas sus mañanas en esforzados trabajos. Pero no pierden su sonrisa. Poco importaba lo cansados que estuvieran. Puntuales cada tarde, han venido a jugar con nosotros a esos pasatiempos de nuestra infancia como el pañuelo o a pintarse la cara de payasos de circo.
Mohamed, de 17 años, es uno de los chavales más mayores. Nos contaba en una de estas veladas su historia preferida del Corán. Ésa en la que Mahoma escapa de una persecución al refugiarse en una cueva y pedir protección a Alá. ¿Cómo? Con una araña que, en respuesta a sus plegarias, tejió rápidamente una gran telaraña e hizo pensar a sus captores que si estaba intacta, nadie podría haber pasado. Una telaraña, una frontera como la de Ceuta o Melilla, que durante siglos ha refugiado en su oscuridad a nuestra vecina del sur. España y Marruecos, tan lejos, tan cerca.
