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Otro estilo de Concertada

Surgidas en 1991, las charter schools se han extendido a velocidad de infarto por casi todo EEUU. Su fórmula comparte con la Concertada de nuestro país la financiación pública unida a una gestión privada, pero poco más. Denostado por unos y admirado por otros, este nuevo tipo de escuela ha cosechado éxitos innegables en algunos de los barrios más deprimidos del país. Pero hay quien lo ve como una amenaza para la Pública clásica que aún no ha demostrado sus supuestos beneficios.
Miércoles, 13 de diciembre de 2006
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Autor: Rodrigo SANTODOMINGO

Desde que emergiera a principios de los años 90, el movimiento de las charter schools ha sacudido los cimientos de la enseñanza pública en EEUU, despertando odios y pasiones y generando un apasionante debate sobre los pros y contras de esta nueva tipología educativa.
Decimos nueva porque las escuelas charter se asemejan a nuestra Concertada en que reciben dinero público y son gestionadas de forma privada. Pero más allá de este común denominador, todo son diferencias.
Para empezar, una charter que emprende su andadura, bien empieza de cero, o bien recoge el legado de un centro público insistentemente fallido. Nunca, al contrario de lo que ocurre en España, se convertirá un privado puro y duro en charter.
Además, el paradigma fundacional de las charter reza “más autonomía a cambio de resultados”. Es decir, yo (las autoridades locales o de cada estado) te concedo el permiso de montar una escuela englobada en la, digamos, red no privada, aunque libre de la mayoría de requisitos formales y burocráticos que rigen en la Pública stricto sensu. Y tú (responsable de ese centro) has de demostrar que mereces dicho permiso y esas libertades extra certificando que tus alumnos mejoran sus resultados. Si esto no ocurre transcurridos unos años, me reservo el derecho de cerrar el colegio.
Por último, la discusión sobre si la Concertada española escolariza a tantos estudiantes desfavorecidos como en teoría le corresponde ha invertido el sentido al otro lado del Atlántico.
Con todas las excepciones que uno quiera (y no son pocas en un sistema tan descentralizado y heterogéneo  como el estadounidense), el movimiento charter ha hecho desde sus inicios gala de una fuerte vocación social, implantándose en muchos casos en guetos de negros e hispanos y atendiendo a niños y adolescentes a los que la Pública ordinaria casi había abandonado por imposibles.

Guerra de cifras

Actualmente existen más de 3.600 charter schools que escolarizan a unos 850.000 alumnos. El 32% son de raza negra (18% en la Pública tradicional), un 50% recibe ayudas para comedor (43%) y más del 60% (32%) estudia en el centro urbano de una gran ciudad. En un país donde las clases medias tienden a vivir en pequeñas y medianas poblaciones o en los inmensos suburbios alejados del downtown metropolitano, tener casa en el centro suele estar asociado a escasez de recursos y algún grado de marginalidad.
Donde si convergen los conceptos charter y concertado es en las críticas que reciben de las voces más ortodoxas procedentes de la escuela pública. Que si quitan recursos a esta última, que si sus profesores están poco cualificados, que algunas sólo buscan hacer negocio…
No obstante, la oposición más furibunda proviene de la supuesta falta de evidencia sobre la capacidad de muchas escuelas charter para elevar las competencias de sus alumnos. Y también de la pasividad de las autoridades para rescindir contratos ante una realidad de fracaso.
El asunto ha derivado en una auténtica guerra de cifras cuyo armamento surge de incontables estudios e informes (muchas veces contradictorios) que apoyan o desaconsejan que la aventura charter continúe.
Los hay que aseguran que sus alumnos puntúan por debajo de los de la Pública en igualdad de condiciones socioeducativas, y también lo contrario. Otros apuntan que las charter han dejado constancia de su utilidad al subir en pocos años el nivel de chavales que se pasaron a esta modalidad cuando arrastraban un grave desfase curricular. 

Discriminación positiva

Lo cierto es que, dada la diversidad de legislaciones estatales e incluso de los motivos últimos para crear una charter, comparar cifras globales resulta muchas veces inútil si queremos obtener una fotografía fiable del fenómeno en su conjunto.
Y si pasamos a lo concreto, no hay duda de que algunas iniciativas han cosechado éxitos sorprendentes.
Es el caso del Programa Conocimiento Es Poder (KIPP en sus siglas en inglés), una red con más de 52 centros y 12.000 alumnos en todo el país que actúa como una especie de franquicia.
Los chicos y chicas KIPP –abrumadoramente negros e hispanos en situación de riesgo educativo– puntúan cada año por encima de la media nacional en todo tipo de evaluaciones.
Tal es la reputación ganada por este proyecto que la Fundación Gates le regaló en 2004 ocho millones de dólares para que abriese otras tantas nuevas escuelas.
Lejos de fundamentarse en recetas milagrosas, los logros del KIPP nacen a partir de pilares tan sencillos como eficaces. En un reciente artículo publicado en el New York Times, el experto educativo Paul Tough identificaba cuatro rasgos esenciales que definen los métodos que utilizan las charter más prestigiosas: más horas de clase, objetivos claros acompañados de una fuerte evaluación, profesores entusiastas y un énfasis en el buen comportamiento.
Si la posibilidad de innovar y experimentar nuevos caminos pedagógicos se encuentra en el germen de la idea charter, el KIPP y otros de su órbita han apostado por probar fórmulas poco arriesgadas con inspiración en una suerte de discriminación positiva. ¿Menos ventajas de inicio? Más tiempo en las aulas. ¿Problemas de disciplina? Profesores inasequibles al desaliento. Parece que la cosa funciona…


Incentivos para subir el nivel

En otro intento por mejorar los resultados de la escuela pública en las zonas más deprimidas del país, el gobierno federal ha anunciado la implantación experimental de un sistema de incentivos para compensar a los profesores que mejoren sus competencias y consigan elevar los resultados de sus alumnos.
El proyecto, que arrancará el próximo curso bajo el nombre Teacher Advancement Program, cuenta con una partida de 42 millones de dólares, de los que 27,5 se destinarán a 40 colegios públicos del distrito educativo de Chicago. El plan no se pondrá en marcha en cada uno de los centros si no cuenta con el apoyo de al menos el 75% del profesorado.
Dos profesores de apoyo se encargarán de formar y evaluar a todos los docentes de cada centro. Esta evaluación supondrá el 50% de la nota final para acceder a los incentivos, mientras que el otro 50% dependerá de los resultados de los alumnos. El sobresueldo podrá ascender hasta los 9.000 dólares anuales.



Implantación de las charter schools en los estados de EEUU


Rojo: Estados con charter schools
Azul: Estados sin charter schools

FUENTE: National Charter School Research Project

Un movimiento que se extiende como la pólvora desde 1991
Aunque ya a finales de los años 80 muchos abogaban por una reforma radical en la forma de entender la escuela pública en EEUU, no fue hasta 1991 cuando Minnesota se convirtió en el primer estado en autorizar la implantación de charter schools en su territorio. Al año siguiente tomó el testigo California, y en 1995 ya había 19 estados con Concertada al american way. Actualmente, sólo Montana, Dakota del Norte y del Sur, Nebraska, Kentucky, West Virginia, Maine, Vermont y Alabama prohiben este formato educativo.


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