La identidad docente, una reflexión del profesorado

Desde hace más de dos décadas se viene hablando con especial insistencia de la crisis de la función docente y discutiendo los motivos de su relevancia. Hoy la crisis de la función se ha transformado en crisis de identidad.
Miércoles, 17 de enero de 2007
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El profesor siente que no camina sobre suelo firme, que no dispone de asideros sólidos, que el futuro y sus expectativas se desdibujan en la inconsistencia y el vacío. Más aún, siente una soledad creciente a medida que los proyectos, ilusiones y principios que anteriormente daban sentido a su acción pierden relevancia social. Este acto de desapego de lo que ocurre en su inmediatez, ese estado de desactivación de la ilusión y la pasión -que, en su día, facilitaron su compromiso social y moral-, es hoy una seña de identidad que recorre el ánimo del docente en la postmodernidad.
¿Qué está pasando? ¿Por qué esta deriva? Es posible que sea un componente esencial de los nuevos tiempos, donde todo lo que era  sólido, estable, articulado, verdadero, se fragmenta y salta en mil pedazos produciendo un puzzle irreconocible. Este nuevo estado de conciencia o mentalidad  que rehúye las prescripciones mientras cuestiona y desautoriza todo lo que anteriormente conformaba el universo de las verdades, principios, valores y fundamentos, choca contra los signos de identidad de una generación de profesores que precisamente se conformaron en ese universo.

Mi trabajo

Mi trabajo La identidad docente. Memoria biográfico-narrativa de un profesor de Secundaria, premiado por la fundación Santillana en el pasado certamen, nace del desasosiego profundo que comparto, como profesor, con el conjunto de profesores. Un estado que aprovecho para reflexionar sobre el sentido de ser docente, de mantener esa identidad, más allá de las dificultades y los riesgos que acompañan hoy  a este oficio. Defiendo esa identidad docente como algo personal más allá de la función a la que sin duda va ligada, pero que no la determina totalmente, porque la identidad estricta de función puede llegar a convertirse en algo externo al sujeto que éste instrumentaliza legítimamente (hago de profesor o soy un señor que da clases o hago esto solamente por dinero). La identidad de ser excede la identidad de función, sin acabar convirtiéndose en un ser vocacional.
La vocación requiere una concentración y dedicación a la tarea tan absoluta y absorbente que impide contaminarla con otras preferencias o adscripciones. Pero, más allá de este ejercicio de interpretación y reflexión conceptual, mi trabajo aborda la tarea de revisar críticamente mi propia trayectoria como docente.


Mi propia trayectoria

Reconozco a lo largo de una experiencia docente que comencé en 1979 cuatro momentos claramente diferenciados, a lo largo de los cuales viví de manera distinta y con intensidad desigual el oficio de enseñar. Esos momentos los defino de la siguiente manera:
1. Mimesis e improvisación: la identidad alienada: corresponde a mis inicios en la profesión, a la que me incorporo desde una cultura, la universitaria, centrada en el saber especializado.
2. El oficio: la identidad burocrática: en la década de los 80 el discurso pedagógico comienza a incorporarse a los centros de Secundaria. Un discurso que incorpora un modelo racionalista o científico/técnico de entender la Educación.
3. La crisis: la identidad confusa: momento verdaderamente crítico que se precipita a lo largo de la década de los 90.
4. La profesionalidad: la identidad deseada: la lucha por salir de la situación y no quedar encerrado en la lógica del victimismo y la cultura de la nostalgia, me llevan a un cambio de pensamiento, el profesor reflexivo ante una tarea estimulante: la reflexión-acción.


Catedrático de Filosofía
y Ciencias de la Educación
y profesor de Instituto
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