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Altruismo granada en mano

A finales del pasado mes, el dueño de una guardería de Manila tomó la decisión más arriesgada de su vida: secuestrar a casi 30 niños para exigir que todos sus alumnos recibieran la enseñanza básica. Una original y temeraria forma de luchar por los derechos educativos de los pobres.
Jueves, 12 de abril de 2007
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El secuestro menos esperado terminó revelándose como un trágico examen de maquiavelismo práctico, con su clásica pregunta: ¿justificó el fin todo lo que hace un par de semanas se atrevió a hacer el dueño de una guardería de Manila?
Porque resulta difícil negar que, al secuestrar a casi 30 niños y dos profesores en un autobús escolar, el objetivo de Armando Ducat era tan puro y noble como lo es pretender que tus alumnos (la mayoría paupérrimos) tengan su Educación básica garantizada. El amor o la codicia suelen ser buenos aliados de la locura transitoria; raramente lo es la enseñanza.
En opinión de los padres cuyos hijos retuvo Ducat durante diez interminables horas, la respuesta al dilema se decanta a favor de este ingeniero retirado y ahora filántropo guerrillero que (para más inri) ya pagaba de su bolsillo la matrícula de los 135 pequeños que acuden a diario al “Musmos Day Care”. Tras entregarse el captor a la policía e ingresar en prisión, los progenitores alzaron su voz pidiendo la liberación inmediata de Ducat, contra el que no presentaron cargos.
Es evidente que no opinan lo mismo las autoridades filipinas, con Raúl Gonzáles, ministro de Interior, a la cabeza. Éste ha declarado que el secuestrador no deja de ser un terrorista reincidente (ya protagonizó una acción similar en los años 80 al retener a dos curas, exigiendo en este caso que se reparara una iglesia) que merece una dura condena por poner en riesgo la vida de inocentes.
Ni siquiera el propio Ducat se juzga libre de culpa y asume que irá a la cárcel porque lo que hizo “no está bien y va contra la ley”.
Sin embargo, las fotos en las que este controvertido personaje aparece tras las rejas de una cochambrosa celda manileña denotan que su conciencia permanece plácidamente tranquila. “No me arrepiento de nada”, declaró a Associated Press.
Lo cierto es que pocos datos inclinan a pensar que la integridad física de los chiquillos corriera durante su cautiverio un peligro real. Resultó que la granada que en todo momento blandió Ducat no tenía detonador, y aunque las armas (una ametralladora y una pistola calibre 45) eran reales, nada hace suponer que exhibiera su intención de utilizarlas.
De hecho, el autor del secuestro afirmó durante su acción lo que sigue: “Amo a estos niños. Si se derrama sangre, no será por mí, será por la policía que hay en el exterior”. También liberó a un niño con fiebre alta, mantuvo conectado el aire acondicionado y dio a sus alumnos pizza para comer.

Vigilia

A medida que cayeron las horas, Ducat fue asumiendo lo irreal de sus reivindicaciones (que también incluían acabar con la corrupción y mejorar los servicios públicos en todo el país) y pasó a conformarse con una acción simbólica: una vigilia con velas en el exterior del autobús para rogar “un nuevo amanecer de la Educación filipina”.
Las autoridades accedieron, lo que propició un final feliz. Uno a uno, los chicos fueron saliendo del autobús tras recibir un beso de su captor. Sus padres les recibieron con llantos y abrazos.
Entonces llegaron los reproches y las sospechas sobre ocultas motivaciones que llevaron a Ducat a enfundarse su particular traje de héroe de los desposeídos.
Sobre los primeros, el Gobierno se quejó a la policía de que el suceso hubiese tornado en circo mediático, con público y periodistas invadiendo el cordón policial, y el protagonista megáfono en mano.
En cuanto a otros intereses no enunciados por Ducat, el alcalde de Manila, José Atienza, recordó que aquél concurrió sin éxito a las elecciones generales filipinas de 2001, por lo que su acción puede ser interpretada en clave política.
Sombras de última hora planean sobre uno de los secuestros más desconcertantes de la historia.

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