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Student engagement, el poder de atracción de la escuela

Es el término de moda en la enseñanza norteamericana. El student engagement (la implicación o compromiso del alumno con su propio centro) puede, según sea negativo o positivo, hundir trayectorias académicas o remontar el vuelo de los alumnos más difíciles. Un nuevo estudio ha analizado las actitudes y percepciones entre los alumnos de Secundaria dependiendo de varios factores. Un 67% asegura que se aburre a diario en el instituto. Casi un 50% aborrece las clases magistrales.
Miércoles, 9 de mayo de 2007
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¿Cuáles son los claves para que un alumno aproveche (tanto en sentido académico como en su dimensión social) el paso por las aulas? ¿Y el mejor antídoto contra el abandono temprano?
Para muchos investigadores educativos de EEUU, existe un ingrediente imprescindible –últimamente muy de moda entre los estudiosos de la enseñanza–  que nunca debería faltar en cualquier fórmula del éxito escolar. Se trata del student engagement, término que podemos traducir como compromiso o implicación estudiantil.
Es algo así como el gran pilar que sustenta la motivación para el estudio, propicia las buenas actitudes en horario escolar pero no lectivo y, en última instancia, conduce a buen puerto los años de enseñanza obligatoria, en especial durante la Secundaria.
Ethan Yazzie-Mintz, del Centro para la Evaluación y la Política Educativa de la Universidad de Indiana, asume en su último informe Voices of students on engagement (Voces de los estudiantes sobre el compromiso) que no resulta sencillo medir (y extraer conclusiones definitivas de) algo tan etéreo que tiene más que ver con el sentir del alumno hacia su centro que con datos objetivos como son las notas y los resultados.
Sin embargo –y al igual que ya hicieran en el pasado  otras universidades norteamericanas y organismos internaciones como la OCDE– Yazzie-Mintz y sus compañeros de Virginia se propusieron desentrañar las actitudes, percepciones y sentimientos que definen la relación del estudiante con su colegio o instituto. Para ello utilizaron las respuestas obtenidas de más de 81.000 alumnos procedentes de 110 institutos en 26 estados que con anterioridad había recopilado la Encuesta sobre compromiso estudiantil en los institutos (Hssse en sus siglas en inglés).

Aburrimiento

El estudio habla de todo un poco, desde el aburrimiento en clase hasta la atención que presta el profesor a sus alumnos, pasando por la implicación en actividades extraescolares que tienen lugar en el recinto educativo o la preferencia por unos métodos pedagógicos u  otros.
Uno de los capítulos más interesantes (que el autor luego enfatiza en sus conclusiones) se ocupa de los intereses primordiales del alumno cuando acude a clase. Para casi tres de cada cuatro, obtener un título tiene mucho que ver a la hora de levantarse todas las mañanas. Los amigos son relevantes para un 68%, mientras que apenas el 39% destaca la adquisición de nuevos conocimientos como un fin que les motiva para ir al instituto. Sólo un 34% afirmaron “disfrutar” su tiempo en la escuela.
Tampoco tiene desperdicio el apartado dedicado a uno de los cánceres que con más virulencia minan la motivación del estudiante en Secundaria: el aburrimiento. “¿Te has aburrido alguna vez en clase?”, inquiere el Hssse a los alumnos norteamericanos. Un escuálido 2% respondió que “nunca”, mientras que al 50% esto les ocurre “todos los días”, y a un 17%, en “todas las clases”. El resto optaron por poner la cruz en ambiguas casillas como “de vez en cuando”.
Y entonces llegamos a los estudiantes en riesgo de dis-engagement grave, aquellos que se sitúan al filo del abandono definitivo. Las respuestas son de lo más elocuente. Entre los alumnos que han meditado la posibilidad de dejar el instituto, un 73% admite que simple y llanamente no le gusta la escuela; al 61%, ídem con los profesores; y un 60% no acaba de ver la utilidad del esfuerzo que requiere la vida académica. Ya por debajo del 50% figuran otros clásicos para explicar el fracaso como los problemas familiares o la necesidad de conseguir dinero.

Dimensiones

Pasado el aluvión de datos, Voices of students on engagement adquiere al final un tamiz más teórico. Lo más destacable es que distingue entre tres tipos (“dimensiones”) de compromiso o implicación: cognitiva (intelectual, académica), social (actividades extracurriculares, vida escolar…) y emocional (sentimientos de conexión personal del alumno con el centro).
Yazzie-Mintz advierte que  cada centro (y cada etapa educativa) debe tener en cuenta sus propios objetivos a la hora de dar prioridad a una y otra dimensión. Por ejemplo, en el último año de la Secundaria, parece que lo lógico es poner el énfasis en la cognitiva, ya que la mayoría de alumnos piensan primordialmente (con la universidad en mente) en notas y sólo notas.
El estudio de la Universidad de Indiana no es el primero ni será el último sobre el student engagement. Los hay tan concretos (y quizá interesados) como uno que afirma sin atisbo de duda que las pizarras digitales lo favorecen. Ya hemos dicho en numerosas ocasiones desde este periódico que EEUU adora los datos, quizá el mejor material para trazar la senda de la mejora educativa.


Nota y saber

La literatura (así llaman en EEUU al conjunto de estudios publicados sobre un tema) que trata sobre la motivación del estudiante también ha producido una interesante dicotomía. Motivación “intrínseca” es la que surge de la mera satisfacción que supone aprender. Por el contrario, la “extrínseca” aparece cuando el compromiso del alumno se fundamenta en las notas que va a obtener, ya sean éstas malas (castigo) o buenas (premio).
Por lo general, los estudios llegan a la misma conclusión: la motivación intrínseca produce mejores resultados que la extrínseca. Para algunos autores esto ocurre porque el alumno que sólo piensa en las consecuencias directas de estudiar se limitará a hacer lo mínimo para alcanzar el objetivo que se haya propuesto. Otros añaden que los motivadores extrínsecos provocan que los estudiantes se comparen más unos con otros, por lo que es más fácil que cunda el desánimo que cuando el fin primordial es saber cuanto más mejor. Dicho de otra forma, centrar el aprendizaje en la estrategia del palo y la zanahoria puede derivar en un alejamiento del estudio entre determinados alumnos.
Para Brooks, las recompensas externas mejoran la productividad, pero consiguen que “decaiga el interés en una tarea, por lo que disminuye la probabilidad de que se continúe con ella en el futuro”.


“Nación del abandono”

Aunque el análisis del compromiso estudiantil lleva décadas en la palestra investigadora de EEUU, un extenso artículo publicado el pasado 2006 en la revista Time ha permitido que los norteamericanos tomen mayor conciencia sobre la importancia de que los alumnos se involucren personalmente en la vida escolar.
El reportaje, titulado Dropout nation (La nación del abandono), arrancaba con el debate sobre el verdadero alcance del fracaso a la hora de obtener la titulación mínima en Secundaria: algunos lo elevan hasta el 30% en los institutos públicos (50% entre negros e hispanos), otros rebajan la cifra hasta el 15%. Más relevante, Time hacía referencia a un estudio de la Fundación Gates sobre los motivos del abandono: el 88% de los que dejan el high school prematuramente solían aprobar sin problemas; la mayoría simplemente se aburría en clase.


Discusión, debate y lectura: métodos preferidos

La clase magistral es el método que menos motiva a los alumnos de instituto en EEUU. A casi un 50% no le gusta “en absoluto”, y menos de un 5% se muestra encantado cuando el profesor despliega su sabiduría ante el silencio de sus pupilos. El método preferido es con diferencia discutir y debatir, una forma de aprendizaje que sólo rechaza tajantemente algo más de un 15% y aprecia en especial casi un 30%.


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