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A los 13 años aparecen las primeras conductas antisociales o delictivas

Un estudio elaborado para el Consejo General del Poder Judicial analiza el riesgo de prevalencia en la edad adulta
Miércoles, 16 de enero de 2008
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Autor: Pablo FLORES

Un estudio elaborado por el Centro de Investigación en Criminología de la Universidad de Castilla-La Mancha para el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), y dirigido por la profesora Cristina Rechea, tiene como objetivo conocer la realidad con precisión para mejorar la intervención de la jurisdicción de menores. Las conclusiones revelan que los jóvenes españoles comienzan a presentar conductas antisociales a partir de los 13 años de edad.

Los actos delictivos que con más frecuencia realizan a esa edad van desde la violencia contra personas o cosas; robos en tiendas, almacenes o casas, robos de coches o tirones; consumo de alcohol, cannabis y drogas de otro tipo, así como su venta; un uso ilícito del ordenador, como hacer hacking o bajarse música ilegalmente de internet.

El Consejo General del Poder Judicial busca con este estudio esclarecer diversos puntos acerca de la jurisdicción de menores. El estudio responde a una metodología criminológica experimentada en Estados Unidos y también en Europa que permita reconocer con cierta aproximación los delitos que cometen los adolescentes y los jóvenes que nunca han sido denunciados.

Los principios valorables
El estudio se ha realizado empleando un cuestionario con 50 preguntas que contemplan aspectos como las características demográficas del menor y su situación socio-familiar; la victimación de los jóvenes; el uso del tiempo libre y las relaciones con los amigos; conductas antisociales o delictivas como el consumo de drogas o alcohol, la violencia, actos contra la propiedad o uso ilícito del ordenador. Además se analiza la prevalencia –es decir, si las conductas se han tenido con anterioridad–, la incidencia (cuántas veces se han tenido en un periodo de tiempo determinado), y la edad de inicio.

Para lograr estos datos se ha encuestado a escolares de toda España de entre 12 y 17 años, de 201 escuelas elegidas de acuerdo con los niveles de estudios y cursos que se imparten, contando con centros públicos, concertados y privados y de forma proporcional a la distribución nacional indicada por las Comunidades Autónomas.

En total han sido 4.152 los menores escolarizados encuestados. De ellos 2.042 son chicos (un 49,2%) y 2.203 chicas, (50,7%) desde Primero de la ESO hasta Segundo de Bachillerato y Formación Profesional.

Análisis de 19 conductas
De las conductas analizadas, 19 en total, coexisten dos tipos con repercusiones bien distintas, tanto por su gravedad como por sus consecuencias. Se trata de no meter en el mismo saco a los gamberros y a quienes sus conductas van más allá. La variedad de los delitos y, sobre todo, su gravedad son los criterios fundamentales en la predicción de la peligrosidad de cara al futuro.

Por ejemplo, el 42,6 % de los jóvenes son consumidores de alcohol y cannabis y el 5,01% vende drogas. Según el estudio, lo realmente peligroso es lo segundo. Cuando se trata de algo tan “normalizado” como bajarse música del ordenador, los autores del estudio no lo consideran un índice para el delito. Igual ocurre con el vandalismo o las peleas entre iguales.
Este tipo de conductas no deben ser consideradas como peligrosas o de riesgo para el futuro pues son abandonadas con la madurez, sin revestir gravedad.

A partir de los 13 años
Entre los 13 y los 14 años,  cuando los adolescentes cursan 2º y 3º de la ESO, es cuando comienzan a manifestar conductas antisociales y delictivas de riesgo. Los menores se encuentran entonces en un estadio formativo y de desarrollo crítico, en el que existe mayor propensión para que caigan en este tipo de conductas.

El estudio saca a la luz que un 98,8% de los jóvenes encuestados en toda España han sido responsables en alguna ocasión de una de estas conductas. De dicho porcentaje, el 72,4% las ha tenido en el último año. Entre aquellas con mayor incidencia y que, además, generan mayor alarma social, se encuentra la participación en peleas, con un porcentaje del 25%. Sin embaro, otro tipo de conductas violentas y aquellas contra la propiedad no alcanzan el 5%. Salvo la descarga de música a través de internet –algo generalizado en la sociedad, que la mayor parte de los jóvenes hacen a diario– y el consumo de bebidas alcohólicas como cerveza, vino o calimocho (cada dos o tres fines de semana al mes) las demás conductas, en contra de lo que generalmente se piensa, tan sólo las han tenido los jóvenes una o dos veces dentro del último año, según reflejan los datos del cuestionario.

Actividades no tan alarmantes de los jóvenes
Este estudio detecta diversas conductas antisociales y delictivas dentro de la población juvenil española. No obstante, muchas de ellas no son lo alarmantes que pareciera en un primer vistazo al informe. Debiéramos escudriñar con mayor finura los datos que se ofrecen porque de una manera simplista podríamos caer en alarmismos exagerados sobre nuestros jóvenes.

¿Quién entiende que el hecho de “bajarse música o películas” en el ordenador sea una conducta potencialmente peligrosa? Del mismo modo, ¿haber consumido alguna vez bebidas alcohólicas a una edad cercana a los 18 años se puede considerar como delito? El estudio evalúa las conductas antisociales y delictivas en la horquilla de edad que comprende los 12y los 17 años. Y un importante porcentaje de la muestra de encuestados  en España ronda los 16 años. Además, la prevalencia, el “haberlo hecho alguna vez”, y también el que haya sido dentro del último año o incluso en el último mes, en este tipo de conductas a que se refiere el informe representa el mayor porcentaje de lo que el informe considera conductas antisociales (especialmente la descarga de música o de películas con el ordenador). Parece, pues, que se trata de algo que socialmente es frecuente; pero hay que tener en cuenta que no sólo los más jóvenes, sino los adultos son quienes superan con frencuencia los límites del delito. Compartir música y películas a través de redes de intercambio de archivos en internet lo aceptamos como algo cotidiano y normal. ¿Por qué entonces incluirlo como ítem en un estudio sobre conductas antisociales y delictivas?

El fenómeno del denominado hacking también es discutible, puesto que no podemos aseverar alegremente que todos los jóvenes que utilizan el ordenador son capaces de violar la los sistemas de seguridad de empresas y bases de datos. Sólo unas pocas mentes privilegiadas (que seguro las hay) de entre todos ellos posee tal capacidad.

El informe, pues, con ser estricto en la valoración de algunas actuaciones, no deja de ser preocupante desde el punto de vista educativo. Un amplio porcentaje de jóvenes españoles manifiesten conductas antisociales o delictivas y el informe ayuda a recapacitar sobre la importancia de la Educación en favor de la prevención y por el correcto desarrollo de los jóvenes para una sana integración en la sociedad.

El entorno condiciona las conductas de los jóvenes
Los datos que arroja el estudio demuestran que las variables de contexto  influyen de manera significativa aunque quizá no en el sentido que cabría esperar. Ser chico o chica no es definitivo en cuanto al consumo de alcohol y cannabis ni en el uso ilícito del ordenador, ni en el robo en tiendas. Sin embargo, las diferencias de las categorías restantes son importantes a favor de los chicos. Las chicas no participan tanto en las conductas violentas pero sí se comprueba una equiparación con los chicos en las conductas más habituales.

Pertenecer a un Grupo Juvenil Delictivo es un factor de riesgo relevante para el florecimiento y desarrollo de una carrera delictiva en el futuro. La prevalencia de las conductas antisociales y delictivas aumenta entre los adolescentes que tienen amigos dentro de un GJD. Los que pertenecen a estos colectivos son mayoritariamente chicos, aunque el porcentaje de chicas es considerable (un 8,3% de chicos frente a un 5,7% de chicas). La gran mayoría de miembros de un GJD se encuentra en los núcleos urbano intermedios.

Los GJD se distribuyen a lo largo de la geografía española, destacando por encima de la media las comunidades autónomas de Cataluña, con un 18,8%, Madrid, con un 17,4%, Andalucía, con un 16,3%, y la Comunidad Valenciana, con un 8,7%. Tan sólo Aragón está en el límite de la media nacional, con el 6,6%, mientras que el resto no alcanza el 5%.

El análisis de los datos concernientes al tipo de centro al que asisten los miembros de un GJD revela que el 71,5% de ellos asiste a un centro público, un 18,1% está escolarizado en un centro concertado y el 10,4% a uno privado.
Lo que está claro es que aquellos jóvenes que forman parte de un GJD y participan de sus actividades representan por ello  un amplio porcentaje de los delitos de carácter grave.

El tamaño del hábitat y el tipo localidad, a diferencia de lo que se podría pensar, ya no  supone un factor decisivo en el incremento del riesgo de cometer conductas antisociales y delictivas. En nuestro mundo globalizado actual las cosas están cambiando. Ya no se diferencia tanto la vida en los pueblos  o pequeñas ciudades con la de las grandes urbes.  No obstante, en el medio urbano disminuye el control social, por lo que aumentan las probabilidades de caer en conductas como “robar en tiendas”. Y las mejores oportunidades que pueden encontrase en las ciudades, así como un mejor acceso a los sistemas de comunicación –como la banda ancha de internet– favorece el “uso ilícito” del ordenador, en concreto para “bajar música”.

Ser emigrante  o hijo de emigrantes no incrementa el riesgo de adoptar conductas antisociales o delictivas, según el informe encargado por el Poder Judicial. Su comportamiento es muy similar al de los autóctonos. De hecho, hay un menor número de jóvenes emigrantes de primera o de segunda generación involucrados en conductas antisociales y delictivas. De modo que el hecho de ser emigrante o descendiente de emigrantes se puede considerar como un factor de protección entre los jóvenes de nuestro país de una edad comprendida entre los 12 y los 18 años.

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