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“Es posible dar una clase mientras el alumno tiene libre acceso a internet”

Más listos, sociables y comprometidos. Capaces de chatear en clase y atender al profesor de forma simultánea. Así es la Generación Einstein, término acuñado por Boschma en su obra homónima para referirse a los nacidos después de 1988.

Rodrigo SantodomingoMartes, 17 de noviembre de 2009
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Jeroen Boschma. (Foto: J. Zorrilla)

Jeroen Boschma es autor de un libro polémico porque las afirmaciones que en él se contienen no son las habituales. En muchos casos se trata de auténticos métodos revolucionarios, tanto pedagógicos como educativos en general.

Usted asegura que para los niños y adolescentes de hoy en día las imágenes tienen más importancia que el lenguaje a la hora de asimilar conocimiento. No faltarán voces que le digan que esto supone un desastre educativo, pero usted percibe este cambio como algo positivo.
Sí, porque nos hace más creativos. Los sistemas educativos que tenemos en la mayoría de países vienen heredados de la Revolución Industrial, y el mundo está cambiando tan rápido que lo que necesitamos enseñar a nuestros hijos es la capacidad de improvisar y resolver problemas sobre la marcha recurriendo a la intuición. Estoy firmemente convencido de que en la escuela se debería dar más danza, teatro, pintura, cine, fotografía… todo tipo de asignaturas creativas.

¿Pero no cree que añadiendo estas materias al currículum se bajará el nivel de Matemáticas, Lengua, Ciencias…?
A lo mejor deberíamos enseñarles las cosas a su manera de forma que se aprenda lo mismo en menos tiempo. En Holanda existe un programa de aprendizaje de inglés a través del juego que en cuatro meses consigue los mismos resultados que los métodos tradicionales en cinco años. Si seguimos empeñados en hacer las cosas como hasta ahora, en rechazar cualquier cambio por pequeño que sea, no conseguiremos nada. Necesitamos transformar radicalmente nuestra forma de pensar sobre la Educación.

Abogar, como usted hace en Generación Einstein, por las fórmulas constructivistas, es decir, por que el alumno construya conocimiento con una intervención mínima del profesor, empieza a sonar polémico en los tiempos actuales.

¿Y sabe qué está ocurriendo ahora? Que tenemos clases de 30 alumnos enfrente de un profesor, ocho horas al día, actuando como si aprendieran sin que realmente aprendan nada. Están fingiendo. Eso es lo que me dicen a mí, que aprenden más fuera que dentro del aula.

Quizá sólo sea una opinión que no necesariamente se corresponde con la realidad.
Ya, pero la gran pregunta es: ¿cómo podemos hacer que los alumnos se sientan interesados en lo que queremos enseñarles?

También es cuestión de edades. No tiene nada que ver un estudiante de Primaria con un universitario.
Mi opinión es que a cualquier edad se puede desafiar al alumno, invitarle a que explore caminos sin intentar controlarlo todo al estilo clásico. En una ocasión, la profesora de Matemáticas de mi hijo me espetó: “Lo siento, su hijo no es muy inteligente, llevamos un año y el chico no pasa del dos más dos es cuatro”. Y yo respondí: “Es curioso, porque el pasado fin de semana jugamos con una cartas de Pokemon y fue capaz de aprender 256 nombres japoneses en sólo dos días. Es posible que no sea tan tonto, quizá el problema radique en que no le hemos ofrecido una forma de aprender que le resulte atractiva”.

¿Entonces sabemos muy poco sobre cómo atraer la atención del alumno actual?
El problema es que ni siquiera lo estamos intentando. Hablamos y hablamos, pero el hecho es que, en esencia, los sistemas educativos actuales reproducen las mismas pautas que en los años 50. Un profesor, varios alumnos, calla y escucha lo que tengo que decir, estudia… Y no nos damos cuenta de que ahora la enseñanza personalizada es una posibilidad real. Suministra a cada alumno un ordenador o una consola, instala un juego y que cada uno aprenda a su ritmo siguiendo su propio camino. Al final asimilarán los mismos conceptos aunque de manera individualizada.

¿Es el comienzo de una nueva era?

Sí, y no hay vuelta atrás. El mundo cambia tan rápido que ni siquiera sabemos qué tipo de trabajos desempeñarán los alumnos de ahora. La revolución tecnológica ha acelerado el ritmo con resultados imprevisibles. Los chavales de ahora son conscientes de que no es necesario saberlo todo, basta con conocer a alguien que sabe más que yo o con recurrir a internet.

Ordenadores en el aula: tema polémico donde los haya. Ha habido experiencias nefastas. Alumnos mirando pornografía, descargándose música, chateando… Puedes poner filtros y contraseñas, pero al final los chavales encuentran la forma de sortear estos límites.
Nada de contraseñas: libre acceso todo el tiempo.

La clase sería un desmadre…
No, yo lo he hecho y ha funcionado. Mis alumnos estaban chateando mientras yo impartía la clase. Multitarea, ningún problema. Ellos me replicaban: “lo que usted dice no es del todo correcto; según esta página web, tal profesor de tal universidad afirma lo contrario”.

¿Chateaban, le escuchaban y buscaban información de contraste? ¿Todo al mismo tiempo? Tiene usted una fe enorme en la inteligencia del ser humano…
Desde luego. Estamos en un mundo nuevo, y hasta que no comprendamos esto no habremos avanzado nada. Enseñar en la actualidad no se trata de dar respuestas, sino de estimular para que los alumnos planteen las preguntas correctas.

Pero para hacerse preguntas relevantes uno tiene que haber acumulado un cierto nivel de conocimiento, tener un mínimo de madurez intelectual.
Desarrollamos un programa en Holanda para enseñar a alumnos de 10 años la esencia de la democracia. Intercambiar opiniones, respetar las ideas del contrario… Es perfectamente posible con estudiantes de esta edad. Pero no puedes hacerlo diciendo “mirad, esto es la democracia, aquí viene escrito, en este libro”. Nosotros lo hicimos a través del juego, jugando a la democracia. ¿Por qué obligarles a que se estén quietos en sus pupitres escuchando verdades absolutas durante horas? Sabemos que eso no funciona.

Dice también que los adolescentes son ahora “emocionalmente más sociales”.
La amistad, por ejemplo, es para ellos mucho más importante de lo que lo era para mi generación. Añadiría que los adolescentes de ahora se sienten más comprometidos a la hora de hacer de este mundo un buen lugar para vivir. Sé que muchos no piensan así, pero es porque no entienden lo que está ocurriendo.

Según su obra, tampoco parecen aceptar la noción de jerarquía en su sentido más anacrónico, ya sabe, aquello “esto es así porque lo digo yo”.
Para esta generación la autoridad no se concede por ser quien eres, sino por lo que sabes. Hay otra cosa que no funciona para ellos: la falsedad en la forma de comportarse. Yo les diría a los profesores que sean ellos mismos, que no se pongan la careta autoritaria cuando entran en el aula por el simple hecho de que ese es el papel que en teoría les toca asumir. Y si les hacen una pregunta cuya respuesta no conocen, que lo digan sin temor. A mí nunca me dijo un profesor “no sé”.

VALORES TRADICIONALES

– Crisis económica y nuevas generaciones
“Yo definí a la Generación Einstein, que creció en un momento de gran desarrollo económico, como optimista. Ahora me preguntan si la irrupción de la crisis ha cambiado mi opinión. La respuesta es no. Pienso que siguen siendo optimistas, ya que no creo que se sientan realmente afectados por la coyuntura económica. Para ellos, lo importante, lo que de verdad se plantean, no es tanto cómo puedo enriquecerme sino qué puedo aportar al mundo para que todos seamos más felices y mejores personas”.
– La familia
“Las nuevas generaciones han vuelto la mirada hacia los valores tradicionales. Pensemos en la familia. En mi generación –tengo 42 años– casi todos nos independizábamos de nuestros padres antes de los 20 años. Si no lo habías hecho a los 21 se te consideraba un auténtico pringado. Ahora la media en Holanda se sitúa en los 26, y no se trata necesariamente de razones económicas. Simplemente ha dejado de ser una prioridad”.

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