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“Para no caer en el exceso de autoridad, la han quitado toda”

Tachado de reaccionario dentro del antiguo sistema educativo francés y apoyado por los que veían que este modelo fracasaba con sus hijos, Marc Le Bris hoy forma parte del principio del cambio.

Laura Gómez LamaMiércoles, 25 de noviembre de 2009
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(Foto: Jorge Zorrilla)

Llegar a participar en la elaboración de los nuevos programas escolares en Francia ha sido la recompensa de una lucha para ser escuchado por las autoridades educativas. Pero, Marc Le Bris, profesor de Primaria y director de una escuela pública en Médréac –población con unos 1.500 habitantes situada en la región de Bretaña–, no se da por satisfecho. “En realidad, las cosas no han cambiado aún, pero hemos conseguido romper el bloqueo que impedía mejorar al sistema educativo francés; le hemos dado una estructura sobre la que evolucionar”.

Pregunta. ¿Cómo empezaste a ser la voz que gritaba lo que para muchos era evidente?
• Respuesta. Es duro medir los resultados porque, cuando son malos para una escuela, ésta se siente señalada, pero es necesario saber si hemos trabajado bien o mal este año para hacerlo mejor el que viene. La cultura occidental y anglosajona es víctima de una teoría pedagógica obligatoria, el constructivismo, responsable de todas las tonterías que se han dicho desde hace 30 años. Finalmente los resultados académicos bajaron, pero las evaluaciones, calibradas en función de este descenso, impedían saber la verdad, llevando al país a una catástrofe cultural y educativa, en la que la mala escolarización es responsable de que jóvenes nacidos en ciertas zonas geográficas urbanas no tengan la posibilidad de ser reconocidos ni social, ni culturalmente. En la selección social, hemos pasado de ser distinguidos por el mérito o el linaje, a serlo por el lugar de nacimiento, ya que las buenas escuelas están situadas en ciertos sectores y la salida individual del sistema resulta imposible. Es cierto que hay malos alumnos en las zonas desfavorecidas, pero, si no hay exámenes ni pruebas, tampoco hay posibilidad de salir. Sin embargo, con tal de no hacerle mal al alumno, no se le dice la verdad y ese es el crimen. Igual que si una escuela trabaja mal, hay que saberlo.

P. ¿El sistema educativo francés realmente ha cambiado?
• R. No del todo. Lo que se ha conseguido es una serie de elementos –la evaluación, la libertad pedagógica y los nuevos programas– que forman la estructura que permite el cambio. Por lo demás, la verdad es que el sistema educativo nacional francés aún está lleno de responsables reclutados en el antiguo sistema que están impidiendo un desbloqueo que ya está en marcha.

P. ¿Cómo empezó esta lucha tan personal?
• R. En este sistema, con una sola opinión pedagógica impuesta, coercitivo para todo el que se saliera de lo dictado por el inspector, yo quería que mis alumnos obtuvieran los mejores resultados posibles. Pude comprobar sobre ellos y mis propios hijos, al pasar estos a Secundaria, que lo que no se había hecho en Primaria estaba perdido. Comencé entonces a hacer dictados, lecciones de gramática, ejercicios al final de la lección y a cambiar los métodos. Entonces vino un inspector a masacrarme y, cuando le enseñé los resultados de mis antiguos alumnos para demostrar que todos habían tenido un buen año, él dijo: “nosotros no tenemos una obligación con los resultados, sino con los medios”. Lo que quiere decir que no estamos obligados al éxito, sino a hacer lo que el jefe dice, lo que tiene un nombre político: fascismo. Fui atacado y recibí amenazas administrativas, por lo que no tuve más salida que publicarlo. Hubo periodistas que se hicieron eco y, cada vez que esto sucedía, la Administración intentaba prohibirme hablar apelando al deber de confidencialidad, que en Francia se aplica a militares y a agentes secretos. Me negué y hablé cada vez más alto renunciando a  la solidaridad profesional, porque creía que debía decir lo que mis colegas hacían mal. Fui apoyado por los padres que veían a sus hijos sufrir por estúpidos métodos de lectura y con grandes problemas en Matemáticas, y por los que veían cómo el nivel estaba bajando. Muchos políticos y periodistas me llamaban reaccionario, pero otros, tanto de derechas como de izquierdas, me daban la razón.

P. ¿Cuáles han sido los pequeños logros conseguidos hasta hoy?
• R. Hicieron falta tres ministros para cambiar las cosas. Lo que más me sorprendió es que mis propuestas fueron apoyadas por aquellos a los que yo jamás habría votado: desde François Fillon, con el que conseguí la libertad pedagógica, hasta Xavier Darcos, con el que trabajé para modificar los programas educativos y poner en marcha evaluaciones como las que acaba de presentar la Comunidad de Madrid sobre los resultados de 6º de Primaria y que llevan ya tiempo haciendo; mientras que para nosotros es una novedad.

P. Hace algunos años que la Comunidad de Madrid te invita a participar en sus  jornadas para profesores. ¿Cuáles crees que son los puntos fuertes y débiles de la CAM?
• R. Me parece muy positivo que se organicen jornadas en las que los directores y profesores se cuenten experiencias pedagógicas, comparen resultados y se rompa la distancia entre el poder responsable de las decisiones y los educadores. Nosotros nunca vemos a nuestro jefe administrativo. En cuanto a lo que falta, creo que es un trabajo técnico y pedagógico sobre el funcionamiento del razonamiento de los niños para replantearse las técnicas de enseñanza. Me llama la atención que, de ayer a hoy, tres personas me han comentado su inquietud sobre las dificultades de comprensión lectora de los niños españoles.

P. En España tenemos un serio problema con el reconocimiento de la autoridad del profesor. ¿Ocurre igual en Francia?
• R. Sí; el tema no está resuelto. Ha habido una ideología que ha servido durante muchos años de base a la Educación francesa y que defiende que el niño posee todos los valores necesarios, mientas que el Estado le asfixia y le impide que aflore. Por eso se le quitó el estrado al profesor– representante del Estado–, el castigo, el ser tratado de usted, el traje y todos aquellos símbolos de autoridad. Había que suprimir la libertad del profesor para dársela al niño, cuando lo que necesita son límites. Los niños no son todavía ciudadanos, no tienen derechos. Es muy duro decir esto pero los derechos son para las personas libres, y no hay libertad sin conciencia y sin consecuencia. Nuestra autoridad es doble, porque impartimos disciplina y disciplinas. La manera de regular la primera es utilizando las segundas, es decir, mis alumnos me escuchan porque les enseño cosas. Mi autoridad es reconocida porque soy yo quien dirige la clase y no mis alumnos. Pero si yo reprendo a un niño, vienen los padres a reprenderme a mí, cuando a nadie se le ocurre reprender a un guardia cuando pone una multa.

P. ¿De quién es la culpa?
• R. No es el alumno quien le ha quitado la autoridad al maestro, son las naciones. Pegar a un alumno no le va a ayudar a comprender y por eso no puede ser una solución. Antes el castigo corporal era practicado y se decidió quitarlo sin sustituirlo por un sistema de autoridad reconocido por el Estado. Son los padres quienes deciden actualmente si un niño debe repetir, se comportan como especialistas. En Occidente, para no caer en el exceso de autoridad, la han quitado toda.

P. ¿Qué opinas de la medida de Sarkozy sobre la obligación de llamar de usted al profesor?
• R. Creo que es sólo una cuestión de formas y éstas no son determinantes en este caso. Es algo secundario dentro de mi objetivo y el del sistema educativo, que es enseñar a los niños a escribir, leer y hacer cuentas.

P. ¿Cuál ha sido la clave del éxito en  tu escuela?
• R. El talento de los profesores y el acuerdo general para lograr una estabilidad y una unidad, que parte de los elementos hacia el todo. Aún así, nunca estoy del todo satisfecho. Cada semana veo cosas que nos faltan.

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