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Una generación marcada por la ‘adultescencia’

Por José Mª de Moya
Martes, 9 de septiembre de 2014
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El cine nos está dando últimamente guiones en los que jóvenes, adolescentes y aún niños contemplan atónitos las absurdas vidas de sus mayores. Me vienen a la cabeza varios títulos de los últimos años. La trepidante y muy recomendable El pasado, de Asghar Farhadi, sería un buen ejemplo. Obviamente, un niño no tiene la capacidad de analizar qué es lo que no funciona del comportamiento de sus padres, profesores… pero sabe que algo no funciona. En El pasado, la hija adolescente reenvía a la mujer del amante de su madre los emails que revelan esta relación. Su madre la recrimina con dureza, a lo que la hija responde perpleja: “Pero yo no escribí esos correos”. La sencillez de los niños colocando a los adultos ante el espejo de sus incoherencias y contradicciones. Sabios balbuceando ante la pregunta insolente pero certera de un chiquillo. Pareciera como una revolución silenciosa de una generación de jóvenes maltrechos, despechados, desconfiados: no les gusta el mundo que les hemos dejado ni nuestras vidas. Nunca he entendido esa crítica al comportamiento de nuestros alumnos como si fueran malas hierbas que salen porque sí. No, amigo, alguien sembró primero.

Me resisto a caer en el derrotismo de aquel profesor que colgó las botas harto como estaba de ver cada mañana “a cientos de miles de adolescentes recibiendo Educación por parte de decenas de miles de adolescentes”. No, me basta una sola madre o un solo maestro sacrificado y ejemplar, en el último rincón de este país, para no perder la esperanza.

Antonio Rial acuñaba en un artículo reciente en La Voz de Galicia el término ‘adultescencia’: “Tengo cada vez más la sensación de que nuestros hijos se hacen adultos prematuramente, mientras que los mayores accedemos a una suerte de ‘adultescencia’ generalizada, que nos hace pasar horas y horas guasapeando y tuiteando como quinceañeros”. No creo que nuestros hijos se hagan adultos prematuramente en el sentido de alcanzar la madurez. Al contrario, pareciera como si la adolescencia no terminase nunca. Pero en ocasiones les vemos erigirse como centinelas, como testigos silenciosos de lo que no va, como visionarios de un tiempo nuevo, más sencillo, más verdadero.

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