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Nuevas competencias, viejos fantasmas y un futuro por definir

El Gobierno busca, junto a la OCDE, las claves para una nueva economía.
Paloma Díaz SoteroMartes, 16 de diciembre de 2014
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Una de las palabras que más se oye por los foros educativos institucionales últimamente es “competencias”. La Lomce pretende que mejoremos en competencias. Los exámenes de la OCDE dicen que estamos pobres en competencias. Las evaluaciones nacionales medirán las competencias. Y lo último: el Gobierno lanza un proceso de definición de competencias necesarias para un nuevo modelo económico y social…
¿Somos unos incompetentes? Repasemos los indicadores:
En PISA, nuestra competencia matemática está 10 puntos por debajo de la media internacional (aunque seis autonomías están por encima de dicha media). En competencia lectora, sacamos ocho puntos menos (aunque siete comunidades superan la media de la OCDE).

En las pruebas Piaac (el PISA de adultos), que miden las competencias de la población entre 18 y 65 años, el resultado es más sonrojante, teniendo en cuenta el alto porcentaje de titulados superiores que tenemos (40%):
Sólo un 12% de esos licenciados y graduados llega a los niveles más altos de competencia lectora, cuando la media de la OCDE que alcanza dichos niveles es del 24%. En Matemáticas tenemos un 10% en el nivel alto (frente al 26% de media internacional).

La mediocridad en competencias de nuestra población adulta no significa que nuestra universidad forme peor que otras. Es la evidencia de que las competencias se pierden y no se renuevan.

La OCDE advierte de la importancia que debemos dar a esa pérdida y a sus causas:
–No encontrar empleo (y aquí tenemos un 55% de paro juvenil).
–Trabajar en un puesto que exija menos de aquello que podemos dar (España tiene un 31% de sobrecualificación; es el Estado europeo con más trabajadores que desempeñan una labor para la que no necesitan el título superior que se han sacado).
–Dejar de formarnos (trabajemos o no).

En nuestro país, el crecimiento de la población universitaria –y de los centros y titulaciones que hay tras ellos–, ha seguido un ritmo muy superior al de la creación de empleos cualificados. Miles de abogados, sociólogos, periodistas, filólogos y biólogos no tienen encaje en un mercado laboral aposentado en el ladrillo y el sector servicios. Y si las competencias adquiridas no se usan, se esfuman, apunta la OCDE.

Según este organismo internacional, que es la brújula de nuestro Gobierno, el número de universitarios que tenga un país no indica nada. Los títulos son papel mojado. El “capital humano” de un país se mide por las competencias de la población y éstas, por lo que exija el mercado de trabajo. Así que, si nuestro perfil es mediocre puede ser porque nuestro mercado laboral exige lo mínimo (en general).

Pero, bien porque una parte del mismo esté cambiando, bien porque desde las altas instancias se quiera relanzar un nuevo modelo económico, lo cierto es que el Gobierno está replicando el mensaje que la OCDE lleva tiempo enviando a las principales economías del mundo:
“Hoy, como nunca, se requieren competencias del más alto nivel”, dice este organismo internacional en su reciente informe Mejores competencias, mejores empleos, mejores condiciones de vida. Las sociedades están cambiando a una velocidad de vértigo y sus necesidades deben “identificarse” y “traducirse en planes de estudio actualizados y en programas apropiados”.
“Sin la inversión adecuada en competencias”, asegura, “la gente languidece al margen de la sociedad, el progreso tecnológico no se traduce en crecimiento económico y los países ya no pueden competir en una sociedad global basada, cada vez más, en los conocimientos”.

En el plano más individual –sostiene la OCDE– un nivel bajo de competencias aumenta la probabilidad de estar enfermo, no tener trabajo y poco menos que ser un outsider, un marginal.

Pero, a partir de ahora, a los sistemas educativos ya no les vale con afianzar las “competencias clave”: alfabetización, razonamiento aritmético y resolución en ambientes tecnológicos. Ahora, la OCDE llama la atención sobre las “competencias blandas”: trabajo en equipo, iniciativa, comunicación, versatilidad, capacidad para aprender cosas nuevas…
El profesor Nicholas Barr, de la London School of Economics, estuvo recientemente en Madrid para impartir una clase magistral en la Fundación Ramón Areces. En su exposición sobre el nuevo modelo económico señaló que la tecnología está imprimiendo una velocidad de cambio al mercado y a la sociedad que “el 80% de los trabajos de mañana aún no han sido creados”. Con esa premisa, apostó por que la formación escolar se centre en que, aparte de lectoescritura y aritmética, los niños aprendan “competencias blandas y flexibles”, como “aprender a aprender”.

El gurú de la innovación educativa Marc Prensky lo dijo en estas mismas páginas recientemente, cuando la Universidad Camilo José Cela lo trajo a Madrid: “Saber escribir es importante, por supuesto, pero PISA no evalúa todas las habilidades de pensamiento, como saber resolver problemas en grupo”.
¿Será nuestro sistema capaz de imprimir en los jóvenes esas nuevas competencias blandas, tan enfocado como está en mejorar las competencias clave en PISA?

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