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“No hay que renunciar a un elitismo bien entendido en la escuela pública”

Alberto Royo acaba de publicar Contra la nueva Educación, un texto en el que defiende la transmisión de conocimientos como objetivo principal de la escuela, frente a corrientes que priorizan las emociones o la empleabilidad.
Laura García RuedaMartes, 5 de abril de 2016
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Alberto Royo.

Alberto Royo, profesor de Secundaria con más de 15 años de experiencia docente y presidente de la Asociación de Profesores de Secundaria de Navarra, apuesta por el “elitismo bien entendido”, en referencia a aquel que permite llegar más lejos a los mejores y renuncia a una equidad “que se logra igualando por abajo”. Así lo defiende en su primer libro, Contra la nueva Educación, un manifiesto a favor de una enseñanza basada en el conocimiento en el que rechaza lo que considera teorías new age que edulcoran los contenidos y devalúan la figura del profesor. Así se lo ha explicado a MAGISTERIO.

¿A qué se refiere con “nueva Educación”?
El título del libro es una llamada de atención. Hoy día se apuesta por la innovación muy a la ligera. En Educación muchas veces se tiende a buscar cualquier tipo de innovación, cuando lo necesario es hacerlo sobre una base sólida de conocimientos y para conseguir una mejora; innovar por innovar es un poco estúpido.

¿Cuáles deben ser los pilares de la Educación?
nR. Debemos aspirar a una sociedad que sea una meritocracia ética. Para ello, lo primero es no renunciar a un elitismo bien entendido en el que los que lleguen más lejos sean los mejores y lo hagan de manera honrada. Asimismo, hay que procurar que los que no puedan llegar muy lejos por sí solos reciban la ayuda necesaria para alcanzar su máximo desarrollo. Lo que no tiene sentido es igualar siempre por abajo pretendiendo una equidad que es imposible, porque ni todos los alumnos son igual de capaces ni van a esforzarse lo mismo.

¿La Educación actual impide que los alumnos brillantes se desarrollen?
Hay una evidencia: tenemos muy pocos alumnos excelentes y muchos mediocres.

El libro incluye un subtítulo que reza “Por una enseñanza basada en el conocimiento”. ¿En qué se fundamenta hoy día si no es en éste?
Tenemos un problema serio en Educación, que es que a la hora elaborar las leyes, no se pregunta a los profesores, sino a expertos educativos que, paradójicamente, no tienen experiencia en el aula. Por otro lado, en cuanto a los conocimientos, se han ido rebajando cada vez más en la búsqueda de una equidad que es imposible.

En su opinión, existen una serie de modas en la enseñanza que provocan la devalucación de la figura del profesor.
De un tiempo a esta parte se pide al profesor muchas tareas que no tienen que ver con enseñar conocimientos. Un ejemplo es cómo se ha inflado la Educación en Valores; se ha incidido tanto en una transmisión de valores que le hemos quitado importancia a la transmisión de saberes.

El coaching o el emprendimiento son otros dos ejemplos de estas “modas” que cita en el texto. ¿Desterraría estos conceptos de la Educación?
No, es una cuestión de proporción y de tener claros sus objetivos. Sirva de ejemplo la Educación emocional, ésta no puede pasar por encima de otras cosas más importantes y, desde luego, no puede convertirse en el objetivo. Muchos de los expertos de los que hablaba aseguran que los alumnos deben aprender a ser felices en la escuela, pero ¿a qué nos referimos exactamente con “ser feliz”? y ¿por qué uno no puede serlo convirtiéndose en una persona culta y formada? Es una cuestión de modas, la concentración, el silencio o la disciplina no están de moda, pero sí la empatía, la felicidad o el coaching. El problema es que las modas siempre tienen fecha de caducidad, mientras que no debemos perder de vista que la misión de la escuela tiene que ser que los alumnos aprendan y los docentes enseñen.

En las páginas del libro asegura que lo que tampoco se lleva es lo racional. ¿Qué ocurre entonces con la reflexión, con enseñar a pensar?
Hay que enseñar a los alumnos a pensar, pero lo fundamental para que cualquiera pueda formarse una propia opinión es tener conocimientos y cultura. Una persona ignorante no va a tener espíritu crítico ni la capacidad de decidir qué está bien y qué no.

En este sentido, afirma que el sistema actual apuesta por la “felicidad ignorante y la empleabilidad de ocasión”.
Sí, porque se asocia la felicidad a la comodidad del alumno. Se suele decir mucho que el alumno es el eje del sistema y no es así, es el objetivo.

A modo de resumen de lo anterior, ¿qué problemas identifica en la enseñanza?
La falta de exigencia, un sistema educativo riguroso ha de ser exigente; la confusión respecto al objetivo de la Educación. No nos hemos puesto de acuerdo sobre qué es lo que queremos, no es lo mismo que los alumnos vayan a la escuela para ser felices que para aprender; y, por último, la ambigüedad a la hora de llamar a las cosas por su nombre.

En cuanto al papel de los profesores, ¿debe ser la docencia una profesión de élite?
Sí, habría que intentar que los mejores fueran los que pudieran enseñar, pero vincular el salario al desempeño de los alumnos me parece una barbaridad. Es como si el médico se viera mejor reconocido salariamente si los pacientes se curan más, con la diferencia de que el paciente siempre se quiere curar y el alumno no siempre desea aprender.

Para terminar, ¿puede adelantar a los lectores cuál es la conclusión a la que llega a lo largo del libro?
Lo resumiría con una frase de Gregorio Luri: “La Educación es una causa noble, pero imperfecta”. La enseñanza pública debe permitir que los alumnos aprendan conocimientos y capacidades que no pueden adquirir en sus casas. Si no se consigue esto, la Educación no está funcionando. Es posible lograrlo, pero para ello no hay que ser apocalípticos, sino críticos con el sistema y ponernos manos a la obra.

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