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Historias de refugiados de todos los rincones del mundo

Amina Al Zein es de Siria. Convirtió su casa en una escuela Infantil. “Ahora cada vez que hablo de la escuela, me pongo triste, me emociono”, dice con la voz quebrada. “Intenté dar un futuro mejor a los niños y ahora está destruida”.
Estrella MartínezMartes, 21 de junio de 2016
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Cuando murió el primer alumno, Amina cambió el nombre del colegio por el del niño muerto. Poco después, más y más niños fueron muriendo.

Amina no quería dejar Siria, pasó a Líbano como algo temporal, “casi como una visita”, pero allí sigue, donde dirige la Escuela Telyany del Servicio Jesuita de Refugiados.

Amina fue una de las cinco participantes en la jornada organizada por las obras sociales jesuitas en España como parte de la celebración el pasado 20 de junio del Día Mundial de las Personas Refugiadas y Desplazadas.

Cristina Manzanedo, de Incidencia de la Campaña de Hospitalidad, aseguró que trayendo el testimonio de refugiados y solicitantes de asilo de distintas partes del mundo “elaboramos un relato justo que contrarresta el discurso de los gobiernos” porque, entre otras cosas, “el acceso al asilo es discriminatorio, sin lugar a dudas”.

El testimonio de estas cinco personas es un ejemplo vivo de lo que significa ser refugiado, “su papel es determinante para contrarrestar el discurso que los invisibiliza”, defendió Manzanedo. Así, junto a Amina participó del encuentro Juan María, nombre ficticio para proteger su identidad, un profesor guineano y opositor al régimen dictatorial de su país. Es importante visibilizar a gente como Juan, “pues nuestro Gobierno dice que todos los que llegan de África son migrantes, no refugiados”. Juan pudo salir de la cárcel en su país gracias a la presión internacional, incluída la realizada por el Gobierno de España. Sin embargo, cuando se vio obligado a huir de su país y vino aquí se le denegó el asilo y lleva más de siete años esperando la resolución de su denegación de asilo. “No he recibido ninguna respuesta al recurso que interpuse cuando se me denegó la petición de asilo”, explicó. Cuando abandonó Guinea, hasta su madre anciana fue amenazada.

Ana María y su hija Natalia de 14 años –también nombres falsos– huyeron de un país centroafricano –otro lugar invisibilizado a la hora de hablar de refugio– por la persecución y amenazas del alcalde de su localidad y las maras por su trabajo por la equidad de género. A las dos les rechazaron la solicitud de asilo. Al llegar aquí “no solicité asilo porque desconocía que había esa posibilidad. Nadie me informó ni me orientó”, contó Ana María. Cuando finalmente pidieron asilo, les fue denegado, “nos dijeron que en nuestro país hay leyes a favor de la juventud y de la mujer”, comentó llena de dolor. Les dijeron que las iban a deportar, lo que “te llena de miedo” y, efectivamente, Ana María puede ser detenida en cualquier momento y devuelta a su país.

Por su parte, Mohannad Doughem es sirio-palestino y profesor de universidad, entró a España por Melilla y fue a Suecia a reagruparse con su familia, aunque acabó siendo devuelto por el Convenio de Dublín –España fue el primer país de acogida–. Ahora tiene su solicitud de asilo en trámite, está contento, aunque no puede evitar sentir preocupación, le quedan seis meses de ayuda y no sabe qué será de él después.

Según datos de las obras sociales, “de los 60 millones de personas que se han visto obligadas a huir de su casa en el mundo, 19,5 son refugiados, 38,2 desplazados internos y 1,8 solicitudes de asilo. Las regiones en desarrollo o los países cercanos a otros en conflicto acogen al 86% de los refugiados del mundo”.

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