La confianza

Viernes, 3 de febrero de 2017
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La confianza es un concepto difícil de medir con precisión. La confianza interpersonal y en las instituciones es una parte muy sustancial del capital social de una nación. El Informe sobre Crisis económica, Confianza y Capital Social de la Fundación BBVA señala en una de sus conclusiones:

«En las actuales condiciones, el papel del capital social como lubricante de las relaciones sociales y económicas está siendo menor que en los años de bonanza y se constata un incremento de los costes de transacción en el ámbito económico pero también en el político. El efecto de esta menor disposición a confiar y a cooperar es negativo en múltiples ámbitos …».

La confianza es un valor cada vez más destacado por expertos y administradores educativos de aquellos países que destacan positivamente sobre los demás. Los profesionales más avezados, cuando son preguntados por cuál es la variable que consideran más determinante en la positiva evolución de su sistema educativo, parecen no tener dudas al señalar «la confianza entre todas las partes que se interrelacionan» como el valor que más fortalece su proyecto educativo.

Sorprende que la confianza pueda ser considerada como eje vertebrador de un sistema educativo en el mundo contemporáneo, cuando parece que todo en la Educación moderna pasa por conceptos tan importantes y necesarios como innovación, tecnología, inclusión, equidad, neurociencia, etc.

Lamentablemente también son palabras tan manoseadas por profanos e impostores varios que corren el riesgo de ser parte de una moda más de apariencia que de fondo. ¿Podrá ser la palabra confianza la siguiente palabra hueca que se ponga de moda en la Educación?
El sistema educativo español está precisamente plagado de lo contrario, es decir de «desconfianza».

Es difícil entender que los dirigentes de la mayor organización de asociaciones de padres puedan decir que los maestros ponen deberes sin tener en cuenta a las familias y, por tanto, invadiendo la vida de las familias y que les dirán a sus hijos que no los hagan, desobedeciendo así a sus profesores.

Es difícil entender que las asociaciones de directores escolares intervengan públicamente casi exclusivamente para denunciar las supuestas tropelías de las administraciones educativas y por tanto airear con altavoz lo mal que está el sistema educativo público.

Es difícil entender la constante y prolija regulación normativa de las administraciones sobre todo el funcionamiento ordinario que afecta a la escuela, dejándolas prácticamente sin margen para poder tomar las decisiones locales más convenientes al contexto en que se desenvuelven.

Y qué podríamos decir de las relaciones entre las consejerías de Educación con respecto al Ministerio de Educación, con ejemplos de incumplimientos flagrantes de leyes orgánicas promulgadas en su competencia legítima por la Administración estatal, socavando con ello la autoridad de los demás y la de ellos mismos.

¿Por qué esta pérdida de confianza? Ahora no vamos a desgranar los fundamentos de esas posiciones descritas, solo a intentar describir los efectos de la ausencia del valor de la confianza como eje vertebrador de un sistema universalizado como es la Educación formal en España.

La confianza elimina incertidumbres y sospechas en el desarrollo de los procesos y por eso es necesario fomentarla impulsando la defensa de la autonomía de los centros educativos. También es confianza aceptar que se analicen sus resultados externamente. Y es confianza que con las conclusiones haya un retorno de prescripciones para la búsqueda de la mejora, que al final repercutirá en beneficio de todos.

La obsesión de las administraciones educativas así como de las organizaciones sindicales por el control generalizado de todos los centros está convirtiendo a los colegios en clones en los que todos deban actuar igual, con las mismas herramientas en calidad y cantidad proporcional. No se deposita en los profesionales de acción directa la confianza en su capacidad de tomar las decisiones apropiadas al entorno sociocultural de los alumnos si eso vulnera en lo más mínimo las normas generales.

Esta actitud no debe ser necesariamente focalizada en los políticos encargados de la Educación, sino que con frecuencia es alentada por funcionarios cercanos a ellos que desean el poder burocrático concentrando a su alrededor todo el control posible, convenciendo al gestor político que es mejor no fiarse de aquellos que no conoces.

La falta de confianza del sistema en las decisiones individuales de sus profesionales provoca asimismo falta de autoconfianza en ellos sobre sí mismos, generando incapacidad ante la falta de costumbre a tomar decisiones por miedo a alejarse de lo oficialmente admisible y las consecuencias de ello. En la confianza mutua está de fondo la esperanza de que el otro haga lo que es lo mejor para todos, evita la sospecha y el desánimo que esta genera y sobre todo de la necesidad de esa supervisión fiscalizadora de lo que hacen los demás, por otra parte tan agotadora para fiscalizado y fiscalizador.

Según el Índice de Confianza Social de Esade y «la Caixa», los países van bien en los planos económico, social e institucional cuando la confianza favorece en ellos la acumulación de capital social.

Cuando la confianza emerge, se fomenta que los procesos sean participados, la expectativa en los resultados positivos es de todos, surge automáticamente el compromiso colectivo y el objetivo común es posible.

Hay errores de nuestro sistema educativo que no se resuelven ni con más normas y medios, ni con más reglas y apoyos, sino con ese esfuerzo de confianza entre todos, en que pensemos que nadie busca lo mejor para sí mismo sino lo mejor para todos. Y en especial lo mejor para los alumnos que son el verdadero objeto y destino final de la enseñanza financiada con fondos públicos.

Georg Simmel escribía ya en 1906 que …»sin la confianza general que los sujetos tienen entre ellos, la sociedad se desintegraría»… , la escuela es simplemente parte de esa sociedad.

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