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El cole que convierte a sus alumnos en voluntarios de causas sociales

El servicio social de “Nuestra Señora del Recuerdo” cumple 25 años de actividad, en el que todos los alumnos de 1º de Bachillerato hacen el voluntariado durante el curso.
Estrella MartínezMartes, 4 de abril de 2017
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Hace 25 años el padre Agustín Alonso era el director del Colegio “Nuestra Señora del Recuerdo” de Madrid. Realizó un viaje por Estados Unidos y América Latina en el que conoció un programa escolar de voluntariado. “Decidió entonces que era esencial para los alumnos entrar en contacto con
realidades de exclusión social y se lo trajo a España”, explica Inés Silvela, profesora del centro y coordinadora de su servicio social.

Este servicio supone hacer un voluntariado semanal de forma obligatoria y en horario extraescolar a todos los alumnos de 1º de Bachillerato. 220 chavales y más de un centenar de padres participan este curso en 22 proyectos solidarios. El padre Ángel lo tenía claro: “Hay que hacer ver a estos chicos que hay un mundo diferente al que viven”, apunta Inés. “Por las características socioeconómicas –altas– de este colegio, los alumnos no suelen tratar con gente muy diferente, sus círculos son limitados”, añade.

Los chicos no llegan de nuevas al servicio social, que se desarrolla entre noviembre y mayo. “Es un camino, trabajan la solidaridad desde la infancia”. Cuando los alumnos llegan a 1º de Bachillerato se les da una charla y una guía con todas las áreas de trabajo y los proyectos que hay en cada una de ellas para que puedan elegir actividad, día de la semana y franja horaria. La guía explica “cómo es cada proyecto, qué tipo de voluntario es el ideal para cada sitio”, cuenta Inés. “Insistimos mucho en que es muy importante que elijan bien. La idea es que elijan algo en lo que ellos puedan dar lo mejor de sí mismos y puedan estar felices”. Después de esa toma de contacto, llega la feria de la solidaridad del colegio a la que acude una representación de los 22 proyectos para que los alumnos puedan conocerlos.

Los alumnos, como son menores, acuden a su voluntariado acompañados de madres y padres voluntarios del colegio. “Como mínimo van dos alumnos con un adulto. También hay antiguos alumnos o profesores entre los voluntarios adultos”. Ellos son los que encarnan la figura del “acompañante, que sirve como guía, como apoyo”. A los padres se les ha formado previamente para que sepan cómo actuar.

El servicio es “parte de nuestra identidad como colegio de jesuitas: educar en fe y justicia, ofrecer una Educación integral”, dice Inés. Hace 25 años este proyecto social resultaba muy novedoso. Han pasado los años y, desgraciadamente, lo sigue siendo. “Sinceramente creo que debería hacerse en todos los colegios”, defiende. Los resultados de las encuestas que hacen a alumnos, padres y madres “son brutales, siempre es positivo. Es abrir la mente, conocer gente diferente”.
“El servicio social les refuerza la empatía, entender la situación del otro. Por ejemplo, el refuerzo educativo es muy duro. Sientes que a la niña no le da la gana estudiar. Entonces los voluntarios empiezan a conocerla, a entender que tiene una familia desestructurada, una situación compleja y que en lo último que pueden estar pensando es que esta niña no quiere aprender”, explica Inés. También hay veces que “meten la pata, lo que les ayuda a ser más reflexivos, a entender las consecuencias de sus actos”. Además, “ponen cara a la realidad, ya no son cosas lejanas. Ya no es que haya gente en la calle, no, ahora son Isabel, María… Y les afecta. Ven que no todo el mundo tiene lo que ellos tienen, esto les hace más conscientes de la realidad”.

En las encuestas que rellenan los alumnos suelen decir que el voluntariado “les ayuda a crecer, a madurar, a entender que tienen una posición privilegiada”. La propia Inés pasó por esta experiencia hace 24 años y cree que, “en general, es algo que queda para toda la vida”.

El carácter obligatorio del servicio social supone que los alumnos no pueden faltar a su cita semanal –salvo que estén enfermos–. “No se puede faltar por tener que estudiar para un examen, por ejemplo. Se tienen que aprender a organizar. El servicio social forma parte de su vida como el entrenamiento de baloncesto o la clase de Matemáticas. Por eso también les damos la opción de elegir el día de la semana”.

Los voluntarios
Mercedes Baselga tenía claro que quería refuerzo educativo. “Tengo primos pequeños y siempre me ha gustado estar con ellos y ayudarles a hacer los deberes”. Hace el voluntariado en el Centro de La Inmaculada, que es un centro de acogida de niñas que por distintos motivos no viven con sus familias y son atendidas allí por unas monjas. “Llego a las 17:15 los miércoles y empezamos haciendo los deberes, pero, sobre todo, lo que tenemos que hacer es ayudarles a crear un método de estudio, un hábito”. Ellas “me han enseñado a valorar muchísimo lo que yo tengo. Antes de ir no valoraba absolutamente nada en mi casa. El tener a mis hermanos en el cuarto de al lado, el tener a mis padres. Valoro muchísimo mi colegio. También me han enseñado que se puede ser feliz teniendo muy poco, y que se puede crear una familia, ellas han creado su propia familia a partir de una casa de monjas. De hecho, a nosotras nos llaman las hermanas mayores”.

Algunos colegas de otros colegios califican de “pereza” el plan de los miércoles de Mercedes. “Cuando llego a casa después del trabajo social siempre digo, jo,¡qué bien! Hay gente que lo puede ver raro, pero hasta que no lo hayas hecho tú, no vas a saber lo que se siente”.

Juan Siljestrom va cada sábado de 18:30 a 20:00 a la Casa Santa Teresa, “son ancianas con una discapacidad y yo voy encantado, es un gusto. Te empiezan a echar piropos y dices yo de aquí no me quiero ir en todo el día”, comenta entre risas. “Salimos a pasear al parque, vamos a merendar, jugamos a las cartas, hacemos puzles”, explica. “Yo he aprendido de ellas una frase que se dice mucho en los jesuitas: encontrar a Dios en todas las cosas. Estas personas tienen cualidades que tú no tienes. Lo han pasado tan mal, han estado siempre como atrás, así que a la mínima que tú les das una alegría, lo valoran el triple, a mí eso me sorprendió bastante”.

Andrés Arteaga, por su parte, acude los sábados entre las 11:00 y las 13:00 a la Residencia de los Jesuitas de Alcalá. “Yo desde el principio tenía claro que quería trabajar con ancianos. Allí hablamos, tomamos el aperitivo, jugamos al dominó, al parchís. Yo me he hecho muy amigo de un jesuita de 97 años que se llama Mariano y juego al ajedrez con él. Para mí es un amigo, alguna vez he ido entre semana a verlo. Yo sé que tengo el mejor servicio social que se puede tener”, comenta satisfecho mientras todos ríen. “Es que las personas que hay allí son todos grandísimos maestros de los que se tiene mucho que aprender. Y luego también te enseñan a afrontar esos últimos años antes de morir, por eso te digo que lo mío es un poco especial”.

Lucía Cuervo acude cada jueves de 16:30 a 18:00 a la Clínica San Miguel para enfermos mentales. “Yo al principio quería trabajar con niños porque no sabía que estaban los enfermos mentales. Cambié de opinión porque me parecía que es un servicio social del que puedo sacar un aprendizaje”. Lucía no tenía ningún conocimiento del mundo de las enfermedades mentales, por eso quería conocerlo. “Yo estoy en el taller de maquillaje, que solo es una excusa para hablar con las mujeres y hombres que vienen”. Nada más llegar al centro, “la gente te recibe en avalancha. Intentamos también que socialicen entre ellos porque hay gente que tiene problemas para socializar con los demás”. Lucía reconoce que es un trabajo que no siempre es fácil, “a veces pones mucho esfuerzo, pero no ves resultado, pero son solo momentos. En general es una gente súper agradecida y yo eso no me lo esperaba. Es súper injusta su situación. Les ha tocado y punto. Y es gente perfectamente normal”. Lucía reconoce que “hay a gente a la que le cuento mis problemas y ellos me cuentan los suyos, se me ha abierto ese mundo, que es por lo que me apunté”, y, además, añade “la paciencia” a su aprendizaje en el servicio social.

Las áreas de trabajo

•Refuerzo educativo
Apoyo escolar en dos hogares de acogida, una parroquia, un colegio público –donde también dan clases de inglés y de castellano– y dos ONG. “También hay una parte voluntaria relacionada con el ocio después del apoyo escolar y hay alumnos que se quedan, que se quedan la tarde entera”, explica Inés Silvela. ­­­

•Mayores
Cuatro residencias de ancianos: bingos, paseos, juegos de cartas, ajedrez, aperitivo, “lo que surja”, dice Inés. ­­­nnHospitales Tres centros: trabajan con niños enfermos de cáncer, personas mayores ingresadas y enfermos mentales. Talleres: caminatas, guitarra, pimpón y, al igual que con los mayores, lo que vaya surgiendo.

•Personas sin hogar
Trabajo con dos comedores sociales y con un albergue: ayuda en las comidas, en el taller de informática, “nos adaptamos a las necesidades”.

•Personas con discapacidad
Trabajo con un centro ocupacional que también es casa, con una organización, dos fundaciones y un centro de acogida. Se hacen juegos, bailes, etc.

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