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El buen maestro, teoría y práctica de la reforma educativa

François Foucault es profesor de Lengua en un prestigioso y céntrico instituto de París. Soltero e hijo de un escritor también profesor, exige mucho en sus clases. No deja pasar una a los alumnos, y considera que los centros educativos de la periferia no funcionan por la escasa experiencia de sus docentes, que no saben ejercer su autoridad.
José Mª ArestéJueves, 5 de abril de 2018
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Una opinión en tal sentido, deslizada en una reunión social, propicia la propuesta ministerial de pasar un año en un instituto del extrarradio para que elabore un informe que permita mejorar la situación. A regañadientes, pero atrapado en sus propias palabras, no tiene más remedio que aceptar el traslado. Descubrirá que el alumnado, compuesto en su mayor parte por inmigrantes con situaciones familiares complejas, es difícil de manejar. Y tendrá que hacerse cargo de los desafíos que afrontan a diario sus colegas profesores.

Debut en el largometraje de Olivier Ayache-Vidal, encuadrable en el subgénero del drama en las aulas, los esfuerzos de los maestros por dar una buena Educación, y lo que cuesta que los estudiantes se den cuenta de que vale la pena hincar los codos y prepararse para el futuro. La cinta se sigue con agrado, y del algún modo busca un equilibrio, el justo medio entre el profesor Foucault –el veterano Denis Podalydès–, que a sus dotes pedagógicas debe incorporar un mejor conocimiento del mundo real y una mayor humanidad en el trato con sus alumnos, y uno de sus alumnos más rebeldes, Seydou –el pequeño debutante Abdoulaye Diallo–, que es espabilado, pero debe encontrar sus propias razones para darse cuenta de que merece la pena estudiar y labrarse un futuro. El acercamiento entre ambas posiciones, con herramientas como la lectura de Los miserables de Victor Hugo, podría ocurrir, tal vez, al final del año escolar.

La cinta contiene muchas de las clásicas escenas de rebeldías y gamberradas de los alumnos, junto a otras de lograda motivación. El símbolo de la pecera –el pez grande que renuncia a atrapar a los chicos porque siempre se topa con un cristal, incluso cuando ya le han retirado el obstáculo que le separa de ellos– resulta harto elocuente, acerca de cómo tirar la toalla, por parte del profesor o del alumno, es la peor elección, merece la pena intentar mejorar las cosas cada día con nuevo afán.

Aunque las cuestiones planteadas revisten gran interés, sin embargo, se nota la bisoñez del director y guionista, que no logra la completa cohesión y la necesaria gradualidad en la evolución de los dos personajes principales, Foucault y Seydou. Así, la idea de la reforma educativa casi desaparece, ante la realidad del día a día. Además, quedan desdibujados el resto de los alumnos, o la familia de Seydou. También la subtrama del conato de romance entre Foucault y una compañera, que sale con un tercer profesor, resulta algo insulsa, incluido el retrato algo tosco de dicho profesor, tanto en su actitud pesimista con los alumnos, como con lo que parece un ataque de celos que se resiste a ser exteriorizado.

Pero el conjunto invita, como mínimo, a la reflexión sobre un sistema educativo que al ser algo vivo, debe ser mejorado durante todo el tiempo.

Tráiler de la película

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