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Informe McKinsey: el peligro de innovar sin una base sólida

El último estudio educativo de la consultora norteamericana concluye que la pócima del éxito en el aula incluye algo de metodologías innovadoras y mucho de didáctica tradicional.
Rodrigo SantodomingoMartes, 24 de abril de 2018
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¿Enseñanza disruptiva o enfoque clásico? ¿Transformación o continuismo? El eterno debate en torno al gran dilema pedagógico luce nombres variopintos, pero la dicotomía esencial innovación/tradición permanece. Un estudio sobre Educación de la consultora estadounidense McKinsey arroja nuevos destellos de luz sobre una cuestión que tanto se presta a la ortodoxia. Cimentado sobre los datos del PISA 2015, How to improve student educational outcomes (Cómo mejorar los resultados educativos del estudiante) llega a conclusiones alejadas de la mera abstracción teorizante.

Los autores del informe identificaron dos tipos de metodologías “predominantes” en la enseñanza de conocimiento científico, el cual mereció una atención especial en el PISA de ese año: inquiry-based (basada en preguntas o indagaciones) y teacher-directed (dirigida por el profesor). En la primera (IB), el alumno adquiere un papel “prominente” en las decisiones que afectan a su propio aprendizaje, por ejemplo formulando “hipótesis y desarrollando experimentos”. La segunda (TD) responde al formato de aula vieja escuela, con el profesor “explicando y demostrando ideas”.

A continuación analizaron el impacto de ambos estilos didácticos sobre el rendimiento. Y observaron que, a mayor IB en clase, peores resultados. Tras profundizar en el análisis, llegaron a conclusiones que “revelan una historia más interesante” y atenúan el duro “veredicto” sobre una metodología que, admiten en la consultora, goza de mucho predicamento en “círculos educativos”. Lo que McKinsey llama el sweet spot (algo así como “punto óptimo”) de la dinámica lectiva combina TD en la mayoría o casi todas las lecciones con algo de IB en momentos puntuales. En concreto, la consultora advierte de que un exceso de IB puede ser contraproducente sin una “base sólida de conocimiento” adquirida mediante TD.

Ciertas diferencias geográficas son dignas de reseña. En regiones con sistemas educativos más eficaces y consolidados, un aula monopolizada por la figura del profesor rinde bastante menos que otra en la que aquél cede de vez en cuando el testigo al IB. Hasta 14 puntos PISA en el caso de la Unión Europea (en otras regiones la diferencia es inapreciable). “Innovar por el hecho de innovar y a costa de enseñar contenidos fundamentales puede ser negativo. Pero la mejora que provoca la innovación en alumnos que ya cuentan con esa base hace que merezca la pena experimentar en clase”, explica en conversación telefónica Marc Krawitz, uno de los autores del estudio. Construir conocimiento mediante IB sobre robustos pilares TD supone, por otra parte, un “desafío mayor”, y exige formación metodológica previa y apoyo al docente, asegura el informe. “Para que este tipo de metodologías desplieguen todo su potencial tienen que adaptarse a la propia pericia del profesor”, añade Krawitz.

La brecha regional también emerge al situar el foco sobre prácticas IB concretas, como trabajar en el laboratorio entre probetas y microscopios. Añadir este elemento a la pócima didáctica mejora, en dosis moderadas, 30 puntos los resultados de los alumnos estadounidenses. Sin embargo, para los estudiantes latinoamericanos, el laboratorio no conduce a un mayor aprendizaje e incluso puede tener un impacto negativo. McKinsey sugiere que la “falta de equipamiento” en países menos desarrollados podría explicar esta diferencia. Diagnóstico contextual que enlaza con otro informe previo de la consultora sobre los países que más habían conseguido mejorar sus resultados independientemente de su punto de partida. Éste enumeraba recetas de éxito estratificadas según la posición de cada sistema educativo en el ranking global.

Hay asimismo opciones didácticas en principio desaconsejables en cualquier sistema y aunque se pongan en práctica solo en momentos específicos. Es el caso de otorgar al alumno libertad absoluta para que diseñe experimentos científicos o debatir en clase sobre los resultados de determinadas investigaciones. Prácticas que empeoran el rendimiento pero, admiten en McKinsey, aumentan “el disfrute de la ciencia” entre los estudiantes.

Motivación
Otro hallazgo fundamental del informe: los mindsets (una mezcla de actitud y mentalidad) del alumno tienen una gran influencia sobre su rendimiento. La consultora admite que “a nadie sorprende” algo obvio. No tan evidente resulta el hecho de que los mindsets afecten a los resultados PISA más del doble que el origen socioeconómico, y que el efecto sea aún mayor cuando se procede de entornos vulnerables. Destaca el poder galvanizador de la motivación, sobre todo cuando el alumno sabe trasladarla, con hechos concretos, a su práctica escolar. Marc Krawitz reconoce que no siempre es fácil identificar la “dirección de la causalidad”: ¿la motivación produce buenos resultados, o los buenos resultados logran que el alumno esté más motivado? Los autores tuvieron en cuenta esta duda razonable y eliminaron de su análisis variables en las que, muy probablemente y a tenor de estudios anteriores, los mindsets eran efecto y no causa del rendimiento. “También es probable que exista un mecanismo de refuerzo que dé lugar a un círculo virtuoso”, explica Krawitz. 

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