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Currículo de la felicidad

Martes, 16 de octubre de 2018
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Resultan pertinentes los cuestionamientos de ciertas innovaciones educativas que pueden tener tan amplia acogida como frágiles o desviados fundamentos. No es que sea así con la inteligencia emocional, bastante en boga desde que el psicólogo norteamericano Daniel Goleman publicó, a finales del pasado siglo, un libro con ese título. Ni tampoco con la reciente iniciativa del líder espiritual tibetano Dalái Lama para implantar en las aulas un currículo de la felicidad. Pero la perspectiva crítica es necesaria por esa delegación o encomienda a la escuela de tantos y diversos cometidos que pueden desplazar sus fines genuinos.

La inteligencia emocional, que se vincula con la Educación emocional o sentimental, subraya la capacidad de comprender los comportamientos, las conductas y las emociones, precisamente para reconducirlas a partir del pensamiento y mejorar las maneras de desenvolverse. Mientras que el currículo de la felicidad, del Dalái Lama, pretende el bienestar interior y la felicidad de los alumnos a través del entendimiento de la mente y las emociones humanas. Ha comenzado a aplicarse en escuelas del Estado indio de Delhi, con la intención de extenderlo a toda la India y, finalmente, a todo el mundo. Basado en antiguas prácticas indias para cultivar una mente calmada, tolerante y la percepción, así como en el modo de enfrentar las emociones negativas que recomiendan los textos budistas, procura, de forma académica y no religiosa, que el alumnado adquiera un perspicaz entendimiento de los mecanismos de la mente.

Tal currículo de la felicidad, desarrollado en clases de 45 minutos desde Infantil hasta el octavo grado, con cinco minutos de meditación y la posibilidad de elegir entre un amplio número de historias o actividades innovadoras –a fin de pensar de forma lógica y creativa y entender el papel en el sistema social y la naturaleza–, relacionadas con valores morales, propiciará que los estudiantes adquieran un estado interior, tras la introspección, beneficioso para la buena salud mental, el carácter y la adaptación.

Bien está, ciertamente, que se cuiden las emociones y se busque la felicidad, pero la escuela, sin que con ello se entienda ese retorno a lo básico que algunos confunden con las cuatro reglas, tiene, o debe tener, el pensamiento o la reflexión como currículo propio y no añadido, emociones y felicidad aparte.

Antonio Montero es inspector de Educación y profesor de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla.

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