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Análisis sintáctico: disección de oraciones en busca de un porqué

Un rápido paseo por foros de alumnos arroja resultados esclarecedores. Los chavales juzgan la sintaxis con reflexiones variopintas, pero siempre en clave negativa.
Rodrigo SantodomingoMiércoles, 13 de febrero de 2019
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Hablan de un proceso aburrido y tedioso. Expresan su rechazo ante la obsesión machacona por desmembrar el idioma en una disección fría y abstracta. Y, ante todo, se quejan de que no ven provecho presente o futuro al minucioso análisis de oraciones.

Sin caer en el utilitarismo a ultranza, cabe preguntarse cuál es el fin último de la asignatura de Lengua. Pocos rebatirán que se trata de que las nuevas generaciones hablen y escriban mejor. De que lean con criterio y disfrute. Surge entonces la gran duda: ¿sirve realmente el análisis sintáctico para aumentar el dominio de las competencias lingüísticas?

“En su versión pura y dura, repercute muy poco en la expresión. Un alumno puede destacar mucho en el análisis y tener grandes dificultades para hablar o escribir con corrección y fluidez”, apunta Matías Regodón, profesor de Lengua jubilado que, tras 36 años en la docencia, aún se ocupa de mantener vivos algunos proyectos de su último destino, el IES “Gran Capitán” de Córdoba. Regodón confirma la antipatía que esta rama de la gramática ha despertado siempre entre sus pupilos: “lo ven como algo rutinario, sin aplicación y poco agradable, y es triste porque Lengua debería ser una asignatura de gozo”.

Pensamiento y creatividad
Desde el otro lado del espectro, Joaquín Fabrellas, poeta y docente en el IES «La Pandera» (Los Villares, Jaen), defiende las bondades de un aprendizaje que, en su opinión, sustenta incluso nuestra capacidad intelectiva. “No sólo ayuda a dominar el lenguaje –que es lo que nos estructura como personas–, a codificar y descodificar el mensaje lingüístico; sirve además para pensar mejor, ya que nuestro pensamiento es en esencia sintáctico”, sostiene. Aunque Regodón suscribe que el análisis de oraciones contribuye a a elevar el razonamiento (“como el ajedrez o los sudokus”), niega que aporte grandes beneficios al habla o la escritura, actos donde prima “la creatividad, de lo que la sintaxis tiene muy poco”.

Matías Regodón "

En su versión pura y dura, el análisis sintáctico repercute muy poco en la expresión

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Daniel Cassany, autor de varios libros sobre la enseñanza de Lengua, abunda en que “la capacidad de reflexión y de conocimiento del lenguaje, que es en definitiva el análisis sintáctico, resulta fundamental para el dominio del idioma”. Sin embargo, aboga por una “perspectiva más global y pragmática” en la que “no necesariamente” tengan cabida “los árboles sintácticos o la clasificación de oraciones subordinadas”. Fabrellas, por su parte, apuesta en sus clases por un enfoque “lúdico e intuitivo”. El objetivo, que el alumno destierre el estigma de “rollo y hueso” que persigue a este campo gramatical.

Otros expertos advierten sobre la inutilidad de enseñar sintaxis a estudiantes nativos. Ante todo, porque la habilidad para relacionar palabras y ubicarlas en una oración se adquiere espontáneamente, sin conciencia de ello, al utilizar el lenguaje en el día a día. El argumento encuentra su reverso cuando hemos de lidiar con un segundo idioma. Ahí, los conocimientos sintácticos se antojan, para muchos, imprescindibles.

Tradición pedagógica
Sin sucumbir al maniqueismo, no decretando su exilio total ni la gloria perpetua, hay quien cuestiona el peso excesivo de que gozan en nuestras aulas la sintaxis y la gramática en su conjunto. Cassany apunta que “en España existe una tradición pedagógica en la que la visión gramaticalista tiene mucha fuerza”. El autor catalán contrapone el modelo español al que predomina “en los países anglosajones, donde hay un planteamiento más comunicativo”, si bien reconoce que en otros lugares como Alemania las enseñanzas gramaticales han echado raíces aún más hondas.

Joaquín Fabrellas "

No solo ayuda a dominar el lenguaje, sirve además para pensar mejor

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Ni Regodón ni Cassany culpan al currículum de imponer una superabundancia de contenidos sintácticos. “Han cambiado las leyes, se planteó la gramática textual, se incorporaron ideas para relacionar la sintaxis con el discurso… Todo ha caído en saco roto. Las viejas metodologías permanecen intactas”, asegura el profesor andaluz. Sostiene Cassany que “algunos profesores siguen enseñando de la misma manera que aprendieron, haciendo que pervivan prácticas muy mecánicas sin correlato con los usos lingüísticos o las habilidades comunicativas”.

Regodón cree conocer el porqué: “es más cómodo y sencillo explicar la sintaxis, las reglas por las que se rige (y pedir a los chavales que las apliquen en el análisis), que tratar de perfeccionar la escritura y la expresión oral”, reto bastante “inasible y que requiere de una enseñanza más personalizada”. Trato individual poco factible “con ratios de 35 alumnos y 22 horas de clase a la semana”, advierte Cassany. Durante su larga trayectoria en la docencia, Regodón lo intentó mediante incontables artilugios didácticos: simulacros de entrevistas de trabajo, confección de cuentos, lectura en voz alta de poemas “procurando encontrar la entonación adecuada, generando ese misterio que toda obra literaria encierra”. Labor incansable y vocacional que, no oculta, “depende de la buena voluntad del profesor”.

Daniel Cassany "

La capacidad de reflexión y de conocimiento del lenguaje resulta fundamental para el dominio del idioma

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¿Gramática? Nunca antes de los 14 años

Poco antes de su muerte en 1998, Emilio Alarcos –quizá el más importante lingüista español del siglo XX, miembro de la RAE y gran renovador de la filología hispánica– quiso dejar clara su postura sobre la asignatura de Lengua en una conferencia transcrita por la profesora de Secundaria Mª del Rosario Aller. Hasta los 14 o 15 años, pensaba el salmantino, “hay que enseñar lengua y no gramática”, dos “cosas y menesteres distintos aunque tiendan a confundirse”.

Durante la infancia y primera adolescencia, se trata sin más de “ampliar las posibilidades expresivas” del alumno “mediante el entrenamiento continuo” de la lectura, la escritura y el habla. Y a partir de esa edad, cuando cuaja la “madurez reflexiva” del estudiante, las nociones gramaticales han de “administrarse en prudentes dosis”, sin perder de vista que el objetivo sigue siendo el “ejercicio vigilado” del idioma.

Alarcos describía, con algo de sorna, los variados grafismos que ofrece el análisis sintáctico en las aulas de la enseñanza obligatoria: “exuberantes arborescencias transformativas”, “fórmulas algebraicas atiborradas de paréntesis y corchetes”, “cuadros enmarcados y embutidos unos en otros”. Intrincados mecanismos que “no son sino trasuntos rígidos y estáticos (…) de lo que en realidad es dinámico” y que “el lenguaje natural manifiesta con mayor riqueza y precisión”.

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