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Atención y mindfulness

Javier García Castro 26 de febrero de 2019
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La atención es el mecanismo cerebral que nos permite seleccionar una determinada información en detrimento de otra para realizar de manera efectiva las tareas de la vida cotidiana. Las alteraciones de este mecanismo fundamental pueden derivar en múltiples problemas a la hora de manejar la información que proviene del medio y de responder adecuadamente a las demandas del entorno. Por ejemplo, algunos trastornos mentales como la esquizofrenia, el trastorno bipolar o la depresión mayor se acompañan de alteraciones atencionales y dificultades de concentración. Otros trastornos del neurodesarrollo, como el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), se caracterizan por las dificultades de organización, alta distraibilidad, dificultad para seguir instrucciones o una elevada impulsividad, comportamientos que causan una interferencia significativa en la vida de las personas que lo padecen, afectando a su rendimiento académico, relaciones sociales y familiares y autoestima.

Existen en la actualidad diferentes líneas de intervención para paliar los síntomas de inatención, independientemente de la causa que los produce. La psiquiatría emplea preferentemente psicofármacos de la familia de los estimulantes, mientras que la psicología ofrece una amplia gama de herramientas psicoterapéuticas que pueden variar desde la estimulación cognitiva hasta la aplicación de técnicas cognitivo-conductuales, cuyo objetivo es tanto restaurar la función cognitiva afectada como mejorar hábitos y contingencias en los contextos habituales de la persona. Sin embargo, es pertinente hacerse una pregunta: ¿es posible entrenar la atención? De la misma manera que fortalecemos nuestros músculos mediante la gimnasia o mejoramos nuestras competencias musicales tocando un instrumento.

¿Es posible entrenar la atención? De la misma manera que fortalecemos nuestros músculos mediante la gimnasia o mejoramos nuestras competencias musicales tocando un instrumento

La respuesta posiblemente sea “mindfulness”. Mindfulness es la traducción inglesa de la palabra “Sati” en lengua Palî que tiene mala correspondencia en el idioma español y que podría ser algo así como “atención plena”. Mindfulness es la consecuencia de una práctica prolongada de entrenamiento de la atención, y que consiste básicamente en “prestar atención al momento presente de manera intencionada, sin juzgar”. Mediante la práctica regular y la autodisciplina la atención se hace plena, lo que quiere decir que invertimos todos nuestros recursos mentales en aquello que estamos haciendo en cada momento. Así, se reducen las distracciones, aumenta la capacidad de concentración y el rendimiento cognitivo general se hace más eficiente. Además, el mayor control de la atención mejora el estado de ánimo, permite manejar más eficazmente el estrés y contribuye a un mayor bienestar general.

Aunque los beneficios de la meditación y el mindfulness se conocen desde hace tiempo, no ha sido hasta hace unas décadas que se han comenzado a investigar sus bases neurobiológicas. Lo que han revelado los estudios de neuroimagen realizados con meditadores expertos y principiantes es que la práctica del mindfulness estaría correlacionada con la activación de áreas cerebrales asociadas con la atención. Estos datos no hacen más que corroborar la intuición previa que afirmaba que el fundamento de la práctica meditativa está radicado en el fortalecimiento de la capacidad atencional.

Finalmente, la práctica del mindfulness debería realizarse en edades tempranas, ya que sabemos por los principios de plasticidad cerebral que la adquisición de habilidades es más satisfactoria cuando es introducida tempranamente. Sin embargo, nunca es tarde para desarrollar una consciencia despierta y una atención plena mediante una práctica perseverante.

Los programas de mindfulness para la infancia deben estar adaptados a las características particulares de los niños y su edad. Se recomienda empezar a partir de los 6 años, momento evolutivo en el que las funciones ejecutivas experimentan un desarrollo importante, especialmente la capacidad de inhibición, fundamental para el control atencional.

Además, la duración de las sesiones debería ser breve, con un mínimo de 5-6 minutos y no superiores a 15, aunque estos tiempos se podrían adaptar según el ritmo de cada grupo. Por último, los períodos de entrenamiento de la atención se podrían alternar con otras actividades lúdicas, pero centradas en ejercicios corporales, de tal manera que facilitamos la aceptación de las sesiones y ayudamos a mantener durante más tiempo la atención.

El autor es psicólogo clínico, profesor en el Grado de Psicología y en el Máster de Psicología General Sanitaria del C.U. Villanueva

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