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¡Llega el circo!

Juan F. Martín del Castillo 13 de febrero de 2019
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«No hay cosa más aburrida que una payasada mal hecha”. Este es el principio que guía al clown del circo, pero, uy, qué cosas, también será el que haya de seguir cualquier docente si prospera la nueva ley Celaá. Con su propuesta de que los alumnos, por ahora solo de la ESO, evalúen el desempeño de sus profesores, queda abierto el casting para ver quién es el más payaso de cuantos pisan el aula. La formación, la claridad, la seriedad o la autoridad son ya cosa del pasado. Lo que ahora prima es la diversión, el pitorreo, la carcajada y el absurdo. Eso sí, se implementará –qué horror de verbo– una serie de medidas para que el profesional, en la medida que lo desee ser, lo sea en la menor medida. ¡Qué no se entiende! Es que esa es la finalidad: destruir la figura del profesor.

El artista del circo tiene un lugar y un público y se prepara a conciencia para que el contexto en el que ha de realizar su actividad sea el más favorable a su propósito. El circo es por definición la subversión de lo cotidiano, un espacio en el que el ridículo es el protagonista de un mundo absurdo y excepcional. Sin embargo, trasladar este escenario a la Educación no es aconsejable y mucho menos pedagógico. Es verdad que, la mayor parte de las veces, circo y escuela comparten público, pero justo ahí se acaban las semejanzas. Ni siquiera los payasos profesionales se atreverían a invadir un espacio que no sienten como suyo, porque, si algo tienen claro, es que el espectáculo del circo es ajeno a la seriedad del compromiso académico. Y esto es lo que los chiripitifláuticos del Ministerio de Educación han olvidado.

Un alumno de la ESO lo que quiere es que le diviertan, que le hagan la hora de clase lo más amena y distraída posible, que no requiera de mayor esfuerzo que el de sentarse a ver qué pasa

Y tanto que olvidan que, en caso de prosperar la iniciativa, habría de cambiarse el nombre de la cartera. Porque, entonces, la mejor denominación vendría a ser la de Ministerio del Espectáculo y las Artes Circenses. Y, qué quieren que les diga, si hemos de ser payasos, que lo expresen abiertamente, sin rodeos ni garambainas. Si, en lugar de echar codos en preparar una clase, desean que invirtamos en artilugios como una nariz de pato o una pistolita de agua, todo sea por la diversión del alumnado, que salgan al centro del escenario y lo proclamen a los cuatro vientos. En los últimos 30 años a los profesores nos han propinado bofetones hasta en el DNI, como supuestos culpables del fracaso escolar, pero, a partir de este momento, ya los recibiremos cada hora de la jornada laboral, y el que más reciba, ése será el mejor profesor. Seguramente, habrá de tener una cara muy dura, aunque no tanto como la responsable de la medida.

El buen payaso merece un respeto y estoy por decir que el artista del circo obtiene una consideración social dentro del campo en el cual realiza su trabajo. Gaby, Fofó o Miliki son el mejor ejemplo. Nadie se burla de su recuerdo, aunque la esencia de su profesión fuera el ridículo. Por lo menos, uno guarda en la memoria aquellas tardes de infancia a la espera de ver los “payasos de la tele” como algo gratificante. Sin embargo, dudo mucho que entre los chicos de Secundaria de hoy se mantenga idéntica imagen viendo a su profesor haciendo el ganso en Matemáticas, Sociales o Valores Éticos.

Un alumno de la ESO, y esto se hace verdad cuanto más se baja en el nivel educativo, lo que quiere es que le diviertan, que le hagan la hora de clase lo más amena y distraída posible, que no requiera de mayor esfuerzo que el de sentarse a ver qué pasa. Por ello, incentivar que estos chicos “evalúen” a sus profesores roza la indignidad. Recuerdo, como hago a mis alumnos, porque muchos de ellos no saben su significado, que la dignidad es el respeto que se merece cualquier individuo por el simple hecho de ser humano. Por favor, un poco de respeto hacia la profesión docente y un mínimo de dignidad hacia los que la ejercen a diario en los centros escolares de España.

La pedagogía del delirio, ahora de vuelta con los chiripitifláuticos de Tiana, algo así como el “Equipo A” de la Educación de los hermanos Marx, tiene a los profesores en la diana desde los tiempos de la Logse. Ya va siendo hora de que se replieguen a sus cuarteles y busquen ayuda profesional. Quizás, lo que más les convendría es que acudieran a un espectáculo circense, pero los de verdad, y se rieran hasta que les doliera. Porque, como dijo Clément Rosset, “no hay nada más serio que la risa”. Solo así dejarían en paz a la enseñanza.

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