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La alegría juvenil

Manuel Carmona
Profesor universitario
3 de marzo de 2020
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Acabamos de celebrar el Entierro de la Sardina el pasado miércoles 26 de febrero como culminación a la ancestral fiesta de Carnaval, en un momento a nivel mundial en el que los equipos sanitarios de la mayor parte del Mundo se afanan por controlar la infección del coronavirus. La reacción desmedida e histérica por parte de autoridades políticas, medios de comunicación, empresas y mucha gente de cualquier país ante esa enfermedad, es un síntoma del histrionismo de nuestro tiempo. Siendo importante sanar a los pacientes contagiados por esa enfermedad, y que otros seres humanos no lo contraigan, más aún trascendente es poner remedio a la locura de posiciones extremas que hoy en día está arraigada desde la Casa Blanca a Corea del Norte pasando por Perpignan.

Hace alrededor de un mes que se desató la reacción desmedida por comprar las mascarillas. Hoy nos ha llegado un audio de una enfermera, conocedora del tema, advirtiendo de que el uso de aquellas no sólo es inútil sino también peligroso porque en las telas de las mismas se puede incoar el virus y convertirse en un elemento transmisor el contacto con las mascarillas. Esta profesional de la asistencia sanitaria da unas recomendaciones básicas: limpiarse bien las manos varias veces al día, tener cuidado cuando se tose cerca de otra persona en lugares públicos, y llamar al 112 en caso de tener síntomas propios de esta patología –tos seca, fiebre, dolores musculares–.

Las posiciones de docente y alumnos se matizan, se humanizan, las fronteras entre ambas figuras en lugar de ser puntos de separación como muchos ineptos políticos pretenden, se convierten en “lugares de encuentro" como las definió Julián Marías

Contemplando el pasacalles del Entierro de la Sardina organizado por los estudiantes desde hace 18 años por estas tierras de historia manchega y adscripción administrativa madrileña, y la celebración posterior, marcado por la alegría, la espontaneidad, la camaradería y el ingenio, uno vuelve a la tranquilidad del mundo cotidiano frente a los excesos antes comentados. Mezclarse con los jóvenes en otro ámbito, como es lo social, resulta regenerador. El trato sigue siendo respetuoso y cordial como lo es en el ámbito académico, pero se suma a ello la cercanía de la confianza ganada por todos a lo largo del curso. Se siente uno como uno más. Las posiciones de docente y alumnos se matizan, se humanizan, las fronteras entre ambas figuras en lugar de ser puntos de separación como muchos ineptos políticos pretenden, se convierten en lugares de encuentro» como las definió Julián Marías.

Reencontrarse con esas actitudes y esos comportamientos, propiciados tanto por los jóvenes como por el profesorado que los comparten, nos sirven para reconciliarnos día a día con esta vocación, y para defenderla frente a los ataques o los tratos injustos que se reciben, que van desde el reconocimiento social o económico, a las dificultades para financiar proyectos de investigación o actos universitarios. Ayudan a recuperar energías frente a aquellos mozalbetes que no se toman en serio y con responsabilidad el camino universitario que han elegido. O aquellos otros que pretenden convertir su paso por las aulas o por las paredes universitarias en el comienzo de su carrera política encubriendo ciertas entidades de un halo inauténtico, cuando en realidad lo que están haciendo es contaminar de demagogia una institución cuya razón de ser es dotar de sabiduría, luz y convivencia a quienes pasamos por ella, y de que haya una reciprocidad hacia la sociedad de la que formamos parte y a la que nos debemos.

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