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Juan Felipe Hunt, Director de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en España

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Siendo tan ambiguas, ¿sirven de algo las definiciones sobre trabajo infantil?

Sí sirven. Todas las definiciones tienen algo de pragmático, se trata de saber dónde estamos, con qué fenómeno nos enfrentamos. Eso hay que tenerlo claro. Otra cosa es que en el camino se acepten tareas que no dañen el desarrollo físico, emocional y educativo del niño.

Siendo tan ambiguas, ¿sirven de algo las definiciones sobre trabajo infantil?
Sí sirven. Todas las definiciones tienen algo de pragmático, se trata de saber dónde estamos, con qué fenómeno nos enfrentamos. Eso hay que tenerlo claro. Otra cosa es que en el camino se acepten tareas que no dañen el desarrollo físico, emocional y educativo del niño.
¿Y qué lo daña? Trabajar en una mina, sí; echar una mano en el negocio familiar, probablemente no. Hay ejemplos claros, pero otros muchos no tanto.
Existen zonas grises, claro, ¿dónde no las hay en este mundo? Aún así considero que nuestra organización lo define de manera bastante exhaustiva. También es importante la distinción entre las peores formas de trabajo infantil (prostitución, niños soldado, esclavos o en condiciones de semiesclavitud) y el resto. Terminar con las primeras es nuestro objetivo prioritario; con las segundas, el objetivo final.
Occidente lo utilizó para desarrollarse hasta bien entrado el siglo XX, y su erradicación fue un proceso muy progresivo. ¿Cómo se convence a los países pobres de que hay que terminar radicalmente con él, cuanto antes?
Diciéndoles que es un desastre para todos. Las familias obtienen una renta, sí, pero hipotecan el futuro de su hijo. Nuestra organización también ha demostrado que el coste económico para el país es brutal. Desde cualquier punto de vista, supone un error de bulto pensar que pueda ser beneficioso. Perpetuarlo condena a toda la sociedad a la pobreza.
Pero en el corto plazo, los niños pueden ser obligados a emplearse en trabajos peores, las familias dejan de percibir un ingreso, los empresarios han de contratar mano de obra más cara y el estado debe invertir en Educación. Un esfuerzo enorme.
Cada país tendrá que ir a su ritmo, establecer plazos o fechas límite es muy difícil. Ahora con la crisis hemos detectado un incremento de niños trabajadores, niñas sobre todo. Algunos estados han reducido los programas de ayuda, quizá a los padres que han perdido sus empleos no les quede otra que movilizar a todos los recursos familiares para sobrevivir. Esto no ayuda.
Antes de la crisis íbamos a mejor. Todas las regiones redujeron sus cifras entre 2000 y 2004. El caso de Latinoamérica asombra: de 17,4 a 5,7 millones de niños trabajadores en cuatro años.
Sí, sorprende. Las cifras son el resultado de los programas de alfabetización y apoyo a la infancia que se han llevado a cabo, sobre todo y por importancia demográfica en Brasil y México, aunque también en otros países como Venezuela y Bolivia. La tendencia global era muy buena, y confiamos en que los efectos de la crisis, que habrá que analizar cuando remontemos el vuelo, no la invierta.

 

Siendo tan ambiguas, ¿sirven de algo las definiciones sobre trabajo infantil?

Sí sirven. Todas las definiciones tienen algo de pragmático, se trata de saber dónde estamos, con qué fenómeno nos enfrentamos. Eso hay que tenerlo claro. Otra cosa es que en el camino se acepten tareas que no dañen el desarrollo físico, emocional y educativo del niño.

 

¿Y qué lo daña? Trabajar en una mina, sí; echar una mano en el negocio familiar, probablemente no. Hay ejemplos claros, pero otros muchos no tanto.

Existen zonas grises, claro, ¿dónde no las hay en este mundo? Aún así considero que nuestra organización lo define de manera bastante exhaustiva. También es importante la distinción entre las peores formas de trabajo infantil (prostitución, niños soldado, esclavos o en condiciones de semiesclavitud) y el resto. Terminar con las primeras es nuestro objetivo prioritario; con las segundas, el objetivo final.

 

Occidente lo utilizó para desarrollarse hasta bien entrado el siglo XX, y su erradicación fue un proceso muy progresivo. ¿Cómo se convence a los países pobres de que hay que terminar radicalmente con él, cuanto antes?

Diciéndoles que es un desastre para todos. Las familias obtienen una renta, sí, pero hipotecan el futuro de su hijo. Nuestra organización también ha demostrado que el coste económico para el país es brutal. Desde cualquier punto de vista, supone un error de bulto pensar que pueda ser beneficioso. Perpetuarlo condena a toda la sociedad a la pobreza.

 

Pero en el corto plazo, los niños pueden ser obligados a emplearse en trabajos peores, las familias dejan de percibir un ingreso, los empresarios han de contratar mano de obra más cara y el estado debe invertir en Educación. Un esfuerzo enorme.

Cada país tendrá que ir a su ritmo, establecer plazos o fechas límite es muy difícil. Ahora con la crisis hemos detectado un incremento de niños trabajadores, niñas sobre todo. Algunos estados han reducido los programas de ayuda, quizá a los padres que han perdido sus empleos no les quede otra que movilizar a todos los recursos familiares para sobrevivir. Esto no ayuda.

 

Antes de la crisis íbamos a mejor. Todas las regiones redujeron sus cifras entre 2000 y 2004. El caso de Latinoamérica asombra: de 17,4 a 5,7 millones de niños trabajadores en cuatro años.

Sí, sorprende. Las cifras son el resultado de los programas de alfabetización y apoyo a la infancia que se han llevado a cabo, sobre todo y por importancia demográfica en Brasil y México, aunque también en otros países como Venezuela y Bolivia. La tendencia global era muy buena, y confiamos en que los efectos de la crisis, que habrá que analizar cuando remontemos el vuelo, no la invierta.

 

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