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Dossier Espacio para el análisis y la reflexión

Espejos en el fondo del vaso. La cuestión digital en pandemia

No se puede concebir la formación de nuestros niños y adolescentes sin un espacio común compartido donde convivan alumnado y profesorado, donde se instaure una relación pedagógica directa y presencial, sin sustitutivos de carácter técnico.
Carlos MarchenaJueves, 21 de abril de 2022
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© DARIIA

Parece que en estos momentos prima hablar, en materia educativa, de la Lomloe. Más concretamente de los retrasos, ya acumulativos, que va sufriendo su desarrollo curricular; cuestión clave en el marco de cualquier ley de esta índole. Aunque estas demoras serán especialmente sentidas por el profesorado y los equipos directivos a la hora de afrontar la planificación del nuevo curso escolar.

Algunos, no obstante, seguimos planteándonos qué aprendizaje hemos obtenido de esta situación pandémica que parece empezar a remitir.  Ciertos “adivinadores” pronosticaron que tras estos meses de restricciones ya nada volvería a ser igual, que experimentaríamos un notable cambio, esencialmente hacia todo lo concerniente a la galaxia digital. Igualmente, se producirían cambios profundos en nuestra manera de concebir las interacciones sociales. Este discurso, además, logró reclutar múltiples adeptos. Lo cierto de todo ello, y van proliferando múltiples estudios que vienen a ratificarlo, es que la fatiga pandémica ha provocado múltiples desajustes psicológicos en todos nosotros, además de un dudoso avance digital.

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La fatiga pandémica ha provocado múltiples desajustes psicológicos en todos nosotros, además de un dudoso avance digital

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Pero no desviemos el objeto de nuestra atención y pasemos a preguntarnos ¿en qué ha cambio la Educación, o mejor dicho, hacia dónde parece evolucionar tras estos meses de pandemia?

La no presencialidad del alumnado en los centros educativos obligó, recordemos que no fue una opción sino una imposición, a “tirar” de la única vía posible: la digital. Era necesario mantener, a distancia, esa relación de aprendizaje con el alumnado para evitar un abandono escolar generalizado y de consecuencias imprevisibles. Los dispositivos, las licencias digitales, las herramientas para contactar en remoto, la implicación familiar directa en la formación, que no educación, de los hijos… entraron rápidamente en juego. No existía otra alternativa o, al menos, era la única de que disponíamos para superar la coyuntura. Toda la comunidad educativa, en el sentido más extenso del término, cerró filas en torno a un propósito común y llevó a cabo un tremendo esfuerzo para superar esta situación crítica y desconocida hasta entonces.

Sin duda, todos tenemos que felicitarnos por ello, pero, a la vez, hacer una valoración de lo ocurrido junto a un análisis prospectivo. Toda experiencia debe generar un aprendizaje, aunque sea tan extrema como la acontecida en estos dos últimos años.

¿Qué ha puesto de relieve la digitalización contra reloj del andamiaje educativo?

Pasemos a realizar una breve enumeración.

  • La constatación de una generalizada carencia de formación del profesorado, y lógicamente de las familias, para llevar a cabo un diseño de los aprendizajes basado en las posibilidades que ofrece lo digital. El formato papel fue sustituido por el formato pantalla, para seguir instaurados en los mismos planteamientos metodológicos de siempre, ahora bien, con mayor aporte audiovisual. Por tanto, unos cambios muy limitados y no siempre en la dirección correcta.
  • La denominada “brecha digital”. No parece que fuese algo desconocido, pues nuestro sistema educativo ya ha puesto en evidencia otros indicadores que apuntaban hacia la falta de equidad e igualdad existentes. Esta circunstancia ha conllevado la puesta en acción de mecanismos compensadores espontáneos por parte de los agentes educativos. Un ejemplo claro ha sido la reconocida relajación en la aplicación de los criterios de evaluación del alumnado, la distribución de licencias digitales gratuitas por parte de las editoriales educativas, la emisión de programas televisivos específicos centrados en contenidos didácticos… También existen datos, aunque poco sistematizados, en torno a las promociones y repeticiones producidas en comparación con otros cursos académicos, especialmente en el año crítico de la pandemia, es decir, el tercer trimestre del 2020.
  • “Brecha emocional”. El proceso de enseñanza-aprendizaje es interactivo, reclamando la presencialidad, siendo más necesaria cuanto menor sea la edad de los escolares. La reivindicación de la figura del docente ha sido, también, uno de los efectos indirectos de la pandemia, poniendo de manifiesto ante los entornos familiares la complejidad de su labor y la función conciliadora que juegan en las sociedades actuales. Ahora bien, no debemos engañarnos a este respecto, uno de los criterios que han prevalecido en la toma de decisiones de la vuelta a las aulas con la mayor celeridad posible ha sido, precisamente, la problemática laboral que generaba las enseñanzas a distancia. No se puede concebir la formación de nuestros niños y adolescentes sin un espacio común compartido donde convivan alumnado y profesorado, donde se instaure una relación pedagógica directa y presencial, sin sustitutivos de carácter técnico, siendo su papel complementario y no finalista. También podemos encontrar cifras que indirectamente, avalan estas afirmaciones. Al respecto, ha sido interesante comprobar el retorno a métodos de Educación Infantil, segundo ciclo, tradicionales, basados en la cumplimentación de fichas por parte del alumnado, en detrimento de metodologías más innovadoras como pudieran ser los proyectos constructivistas. Un claro retroceso didáctico.
  • La irrupción de empresas tecnológicas en el escenario educativo. No es un fenómeno reciente, la Educación siempre ha interesado a este sector, tanto por los beneficios directos, venta de dispositivos y aplicaciones informáticas, como por los indirectos, el caudal de datos/información a los que tienen acceso a través de las familias. Lo novedoso es el ímpetu con que han aprovechado esta coyuntura y la disposición, por no decir entrega, de las administraciones educativas a ponerse a su servicio. Nada extraño si tenemos en cuenta la situación vivida y la necesidad de buscar respuestas a la misma, aunque fuese desde la ceguera cortoplacista. Baste contemplar las fuertes inversiones económicas realizadas en la adquisición de dispositivos y los innumerables convenios firmados con estos gigantes digitales por parte de todas las administraciones. Aquí gravita la cuestión de disponer, también, de unos contenidos educativos de calidad como resultado de inversiones en la creación editorial, donde estas empresas no se muestran tan potentes y aceptadas por el profesorado.
  • Ausencia de una estrategia digital, a nivel institucional, en materia educativa. ¿Cuántos programas/planes/proyectos TIC se han ido formulando a lo largo del tiempo? ¿Cuál fue la cuantía económica de las inversiones efectuadas?, ¿Ha existido una evaluación objetiva de los mismos?, ¿Hacia dónde caminamos en función de la experiencia acumulada?, ¿Existe un plan estratégico al respecto? Quizás sean demasiadas preguntas para tener cabida en este artículo, pero lo cierto es que no se superó la prueba de fuego planteada por la pandemia. Volvamos al primer punto de esta enumeración: las limitaciones competenciales del profesorado en materia digital. ¿Tiene sentido todo este discurso cuando carece de bases que lo sustenten?, ¿Se puede poner el carro delante de los caballos?, ¿Es posible llevar a efecto un cambio profundo del sistema educativo, como son todas las modificaciones curriculares, al margen del profesorado y por la vía legislativa?

Efectuada una breve descripción de lo acontecido, solo cabe proyectar hacia el futuro estas reflexiones y, en su caso, analizar si se están dando unos pasos coherentes. Esto adquiere mayor relevancia si, además, viene acompañado de la implantación de una nueva ley (Lomloe) que centra su aportación esencial en un giro curricular marcadamente competencial e inclusivo. ¿Hacia dónde vamos? Los primeros pasos se encaminan hacia:

  • Persistencia en la “fiebre digital”. Resulta paradójico que tras haber una coincidencia generalizada en lo fundamental que resulta el componente afectivo-relacional en los procesos educativos, se acentúe la tecnificación de los centros docentes. Aunque quizás sea más apropiado hablar de cacharrería o ferretería pedagógica. Importantes cantidades económicas se vienen destinando a la adquisición de dispositivos, mejorar la conectividad, potenciar/actualizar plataformas educativas… pero por lo que concierne a la formación del profesorado ¿se ha planteado algo sistematizado y coherente? Sobre la puesta en acción de estos recursos en los centros, ¿se han contemplado acciones destinadas a su organización y coordinación? Todo apunta hacia el modelo de una mal entendida autonomía pedagógica de los centros donde todo tiene cabida, incluso su no aplicación, a pesar del discurso competencial.
  • Mantener asociado todo lo digital a innovación o, mejor dicho, cualquier cambio o evolución didáctica pasa por el uso de dispositivos en la Educación. La pregunta que nos deberíamos formular sería: ¿Para qué esos dispositivos? ¿Qué valor añadido aportan en aras de una mejora cualitativa de los procesos de enseñanza-aprendizaje? En infinidad de ocasiones se trata de elementos ornamentales que no alteran las prácticas docentes imperantes hace varias décadas. Más de lo mismo, pero muy audiovisual. Obviamente, los nativos digitales requieren respuestas en ese mismo lenguaje, totalmente correcta la afirmación, aunque no hay que platearlo en términos excluyentes (analógico), pero ¿cuál es la intención de todo ello? ¿Dotar de un aire de modernidad a nuestras aulas? Ya en la década de los 70 se produjo en nuestro país una tecnificación de las cocinas en los hogares familiares. Todo tipo de artilugios las invadieron, independientemente de su utilidad.
  • Escasa atención a la producción de unos materiales educativos concebidos para un mundo marcadamente digital. Alguien puede pensar que esta afirmación constituye un error, puesto que los libros digitales llevan ya bastante tiempo estando presentes en los centros educativos, así como en la creación editorial. El modelo imperante en estos libros líquidos está  vinculado al formato papel, siendo en algunos casos una simple réplica. El propio profesorado demanda que las dos ofertas vayan de la mano, garantizando la continuidad metodológica independientemente del formato. Parece obvio, con estos planteamientos, que escasos avances se producen en el terreno de la innovación asociada a las tecnologías. Volvemos a lo expuesto en el punto anterior. Es totalmente necesario evolucionar hacia un libro digital avanzado que posibilite una respuesta curricular más abierta y flexible, propiciadora de una acción didáctica novedosa e inclusiva, al dar cabida a la multiplicidad de contextos educativos: alumnado, profesorado y entornos. Hablamos de una oferta que el profesorado vaya conjugando en función de unos paquetes curriculares, por contenidos/competencias, con los cuales ir construyendo su oferta formativa. Es lo que algunos han dado en denominar el “Netflix Educativo”, en definitiva, una oferta a la carta. Sería, probablemente, un excelente elemento disruptivo para avanzar de la mano la innovación y lo digital.
  • El fomento de los Recursos Educativos en Abierto por parte de las administraciones educativas. Esta alternativa complementaria, al menos de momento, a las ofertas editoriales, también se sitúa en la dinámica continuista señalada en el apartado anterior. Sin duda, constituye una magnífica iniciativa destinada a fomentar el desarrollo profesional del profesorado, respetando las cuestiones legales relativas a propiedad intelectual y legítima competencia; aunque parece apuntar hacia decisiones a medio y largo plazo de ahorro económico en las inversiones destinadas a la adquisición de materiales curriculares. Resulta, por tanto, pertinente buscar puntos de encuentro/colaboración donde confluir, para dar una respuesta curricular coherente y aprovechar las sinergias del sector público y privado.

Sin lugar a dudas, todos los ámbitos y dimensiones digitales tienen que tener cabida en los centros educativos. Nadie lo pone en cuestionamiento. Recordemos que la escuela es un microsistema social. No obstante, convendría no volver a la Alegoría de la Caverna formulada por Platón. Resultaría paradójico que nos aproximemos a la realidad a través de un cristal, ya sea aumentado o virtual, pero que fuese la  sombra  que proyecta esa realidad. La experimentación, las interacciones, las contextualizaciones, los entornos, las situaciones de aprendizaje… han de ser vivenciadas en primera persona y ampliadas hasta el infinito.

No convirtamos los centros educativos en espejos en el fondo de un vaso, pues sus imágenes siempre serán distorsionadas o defectuosas.

Carlos Marchena González. Director de la División Educativa del Grupo Anaya.

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